Tu Pilar e ‘influencer’ de lo eterno. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 12 de octubre

Ángel Pérez Pueyo
12 de octubre de 2025

María, tu Madre y tu Pilar, signo de identidad y de arraigo en nuestra fe. En ella renovamos nuestra vocación de creyentes y, con el apóstol Santiago, aprendemos a vivir las contrariedades de la vida y las dificultades apostólicas como auténticos discípulos, como verdaderos “apóstoles de calle”.

Cuando flaquean las fuerzas, cuando el ánimo decae, cuando la misión parece estéril o cuando la incomprensión, la indiferencia o la crítica descarnada se ceba sobre el alma del apóstol, ella se presenta como la primera creyente, la que escuchó, creyó y se puso en camino. María, tu “influencer” de lo eterno. En un mundo saturado de voces, ella es Buena Noticia, símbolo de fe firme, apoyo inquebrantable y presencia maternal constante.

El Pilar no es solo una piedra de jaspe que los aragoneses acabaremos partiendo a besos; es también testimonio vivo de la ternura de Dios con su pueblo más sencillo y humilde. Es esa columna invisible que sostiene a quienes han perdido el equilibrio, a los que se han cansado del camino o se sienten solos en su vocación. Es cercanía, consuelo y caricia del cielo. Es una Madre que se deja besar, tocar, abrazar, cubrir de flores… y que sigue susurrando al oído de sus hijos: “Haced lo que Él os diga.”

Aunque la historia pueda discutir los detalles, la fuerza de la tradición ha alimentado nuestra fe durante siglos. El Pilar es como una caricia de Dios que, por medio de María, nos anima, consuela y sostiene. Es un llamado constante a confiar, especialmente en los momentos de oscuridad.

Hoy nos unimos a miles de corazones que, con flores, cantos y plegarias, reconocen que con su “sí” María cambió la historia. Nuestro pequeño “sí”, dicho con fe, también puede transformar lo que nos rodea. Pruébalo.

María es bienaventurada no solo por haber llevado en su seno al Salvador, sino porque creyó, confió y se entregó plenamente. Que ella nos ayude a edificar nuestras vidas sobre ese Pilar que nunca se tambalea: Cristo, su Hijo.

“Gracias, María,
por haber sido mujer como mi madre,
y por haberlo sido en un tiempo
en el que ser mujer era como no ser nada…
Gracias por ser libre,
por no tener miedo,
por fiarte del Dios que te estaba llenando…”
(cf. J.L. Martín Descalzo)

 

 

Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Javier Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

 

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