El sentido está en la donación. Así es la fe y la vida cristiana. Porque nace de la donación total y absoluta de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor…
A veces, los cristianos parece que nos quedamos en decir, más que proclamar y agradecer con la vida, que Jesús es eso: el Señor. Nuestro Señor. No el señor que manda y ordena a sus súbditos. Sino el que precede, el que acompaña desde dentro, y anima desde atrás.
Porque si Jesús es EL SEÑOR, a Él solo estamos llamados a seguirlo. Sólo a Él. Aunque otros motivos también nos pueden inspirar en la vida. Pero el centro está ocupado: es ÉL, nadie más. Y con Él y en Él, los hermanos, que somos TODOS, TODOS, TODOS.
Escuchemos al SEÑOR: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el ‘Maestro’ y el ‘Señor”. Y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies. También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que o he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,14-15)
Existe una íntima relación entre donación y sentido. El sentido está en la donación. Eso es lo cristiano.
“Todo ser humano está llamado a dar sentido a su existencia. Este sentido es múltiple y se construye a lo largo del propio periplo personal. Tiene sentido crear belleza, construir una sociedad mejor, darse a los demás. El don es un modo de colmar de sentido la vida, una forma de dejar rastro, de proyectar los propios talentos.
El estilo de vida individualista y consumista que se ha establecido en nuestras sociedades solo genera frustración, porque la inmensa mayoría no puede alcanzar lo que supuestamente da la felicidad y los poco que, tras esforzarse mucho, poseen los objetos codiciados, sufren por no perderlos. Esta idea de felicidad es excluyente y genera una gran fuente de sufrimiento. Vivimos en la era del exhibicionismo impúdico de bienes, títulos, honores y rangos de todo tipo.
Los objetos de consumo se convierten en los temas de conversación habitual. Raramente hablamos de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que pensamos, de lo que esperamos, de lo que verdaderamente nos inquieta. Al hablar de lo extrínseco, derrochamos la potencia excesiva del lenguaje. Entonces, el lenguaje, más que revelar, oculta; más que desnudar, viste; más que despejar, tapa.
Parece ingenuo e, incluso, infantil, defender que la felicidad radica en la práctica del don, pero las personas más felices que conozco son, precisamente, las que más se dan a los demás. En las grandes sabidurías espirituales de la humanidad, desde el taoísmo al cristianismo, la práctica del don es lo que libera, el cemento con el que se construye humanidad y que genera felicidad en las personas.
Cuando el don no está impuesto, cuando brota del corazón sin esperar nada, como un dinamismo espontáneo y originario que transciende las barreras del confort y el bienestar personal, la donación colma paradójicamente de una gran felicidad.
El camino hacia la felicidad no radica en tener, sino en dar; no consiste en recibir, sino en volcar fuera de uno mismo lo que se es, pero esto solo es posible si cada uno ha desarrollado, previamente, el trabajo de conocerse a sí mismo y, en segundo lugar, se ha liberado de la maldita tendencia del ego a aferrarse a las cosas y al propio ser. Somos don, y existir felizmente es poder dar lo que somos, poder derramarlo más allá de las fronteras del propio ser.
Lo que hace valiosa una existencia, lo que la colma de significado, es curiosamente la práctica del don. Alguien puede pensar que cuanto más se da una persona, menos ser le queda, más pobre acontece; pero es justo lo contrario: el ser de una persona crece en la medida en que se da, porque la lógica del ser no es como la del tener.
Cuanto más se da una persona, cuanto más da lo que sabe, lo que conoce, lo que cree e imagina, más plena es su vida, más sensación tiene de que su vida es valiosa y significativa. Es inútil intentar dar sentido a la vida conjugando el verbo tener”.
Darse y dar, en cristiano, debe hacerse con alegría, esperanza y humanismo. Nunca desde arriba, como tantas veces repitió Francisco.
[1] Artículo basado en DONACIÓN Y SENTIDO. FRANCESC TORRALBA. Filósofo. VIDA NUEVA. 16-22 Noviembre 2024. Pág. 50