60 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II

60 años no es poco para una persona. 60 años en la historia de la humanidad es muy poco. 60 años pueden hacer olvidar muchas cosas, muchos momentos de una vida. Cuando lo olvidado, o casi, es importante, 60 años es un buen momento para recordarlo y revivirlo. 60 años, o 40, o 10, o 30… Cualquier año es oportuno para recordar y revivir lo bueno que está casi olvidado o que corre el riesgo de llegar a ser olvidado. O todavía es citado en escritos, conversaciones, porque queda bien citarlo, aunque no se crea en ello.

¿Le está pasando algo parecido al Concilio Vaticano II? Probablemente. No es los 60 años de un acontecimiento una de esas fechas tradicionales para ser celebrados: 25, 50, 100 años parece que invita o suena más a celebración.

                San Juan Pablo II dejó escrito, y recordó más tarde Benedicto XVI (Audiencia General, 14 febrero 2013), que el Concilio fue: «Como la gran gracia de la que se ha beneficiado la Iglesia en el siglo XX: en él se nos ofrece una brújula segura para guiarnos por el camino del siglo que se abre» (Novo millennio ineunte, 57. 6 enero 2001).

                Sin embargo, cuando se celebraron los 50 años de su comienzo, en 2.012, ya se habló, quizás de modo un poco exagerado, pero empleado prsobablemente para provocar reacciones positivas, de “Requiem por un concilio importante”, “Concilio traicionado, concilio perdido”.

El 8 de diciembre de 2020, se celebró el 55 aniversario del fin del Concilio Vaticano II. Y fue la ocasión para que se diera un nuevo debate en la Iglesia entre los defensores de la vigencia y actualidad del Concilio frente a los que se estaban distanciando cada vez más del Concilio y los que querían reducir su alcance y significado.

                Este año estamos celebrando el

60 ANIVERSARIO DE LA APERTURA DEL CONCILIO VATICANO II

                Un estupendo y buen momento para hacernos algunas preguntas. Todos. Los que lo vivimos y gozamos como contemporáneos y lo leímos y reflexionamos entonces con gozo y esperanza. ¿Lo seguimos teniendo en cuenta en nuestra vida cristiana? ¿Y en la acción pastoral? ¿O nos hemos olvidado ya definitivamente? ¿Lo hemos ido actualizando según las orientaciones de la Iglesia y de los cambios culturales, sociales, políticos, económicos, religiosos?

                ¿Lo conocen lo suficiente los laicos, presbíteros, religiosos… nacidos después? ¿Suena a los jóvenes como un hecho del pasado, lo mismo que el de Trento, por ejemplo, o lo han leído o les han hablado de él con fuerza, convicción y esperanza?

                Es claro, me parece, que 60 años, como ya he dicho, no reviste características importantes en nuestras costumbres culturales para celebraciones especiales.

                El Papa Francisco no se ha olvidado. Gracias a Dios. No puede haber recuerdo más autorizado. Fruto, sin duda, de la importancia que da al Concilio. Lo vivió de joven y, sin duda, que influyó en su vida cristiana por la renovación y ‘aggiornamento’ que supuso el Concilio. Lo lleva muy adentro y se deja iluminar por él y avanza en las intuiciones de entonces.

                Y nos ha regalado una hermosa, profunda y agradecida homilía en el 60 (¿un año más ‘sin más’?) aniversario del Concilio. Y quiero colaborar a que se extienda y conozca esta homilía entre los consultores y lectores de esta página web de “Iglesia en Aragón”. La pronunció el 11 de este mes de octubre, aniversario del comienzo del Concilio y fiesta de su convocador providencial San Juan XXIII. Mi colaboración quiere ser un pequeño aperitivo para que sepa a poco y, entonces, la busquéis entera e íntegra.

                Es sugerente y bellamente cristiano que comience poniendo el Concilio bajo la pregunta por el amor de la Iglesia a Jesús: “En el aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II sentimos que el Señor nos dirige estas palabras también a nosotros, a nosotros como Iglesia: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas”.

“¿ME AMAS? Es una interrogación, porque el estilo de Jesús no es tanto el de dar respuestas, como el de hacer preguntas, preguntas que interpelan la vida. […]El Concilio Vaticano II fue una gran respuesta a esa pregunta. Fue para reavivar su amor que la Iglesia. Por primera vez en la historia, dedicó un Concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión. Y se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu Santo”.

                Esta ‘intención’ del Concilio, la renueva Francisco para los católicos de hoy, para nosotros: “Esta es la primera mirada que hay que tener sobre la Iglesia, la mirada de lo alto. Sí, hay que mirar la Iglesia ante todo desde lo alto, con los ojos enamorados de Dios. Preguntémonos si en la Iglesia partimos de Dios, de su mirada enamorada sobre nosotros”.

                Y nos cuestiona sobre un aspecto importante de toda vida cristiana. Aquello de anteponer la ‘ideología’ al ‘Evangelio’ o convertir el Evangelio en ideología. Aspecto que traje a colación la semana pasada. “Pero estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el ‘involucionismo’ que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro”.

“¿Me amas tú? Redescubramos el Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora”.

Jesús, Iglesia, Amor, Concilio. No puede quedar más claro. Juguemos seriamente con estas cuatro ¿palabras o más que palabras? Seguimos la próxima semana.