En el último artículo compartido del mes pasado expresaba las nuevas formas de gnosticismo actual que en el siglo XXI están apareciendo: la reducción de la fe a mística y sabiduría espiritual, el desplazamiento del cristocentrismo en pos de un teocentrismo en forma de misterio buscando una reducción inconsciente al común denominador de las diferentes experiencias religiosas universales, hacer del evangelio una sabiduría entre otras, la sustitución de la fe por sabiduría religiosa, la constante tendencia a espiritualizar la fe, la superación y el deseo de trascender y liberarse de todas las mediaciones históricas, institucionales, religiosas en función de una espiritualidad con “más brillo”, las sabidurías orientales de la interioridad…

Ante esta realidad, propongo y ofrezco dos caminos:

  1. Volver a la primera carta de San Juan en el Nuevo Testamento,
  2. y volver a profundizar en la mística personal cristiana, más en concreto, en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

 Hoy quiero retomar el primer punto, y en posteriores artículos profundizaré en las aportaciones de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La primera carta de San Juan se podría denominar la carta magna del discernimiento cristiano. Aborda los núcleos de la identidad cristiana, ofreciéndonos criterios para ahondar en la experiencia cristiana de Dios. El gnosticismo fue la primera herejía con la que el cristianismo tuvo que dialogar en los primeros siglos de nuestra era; pero hay que reconocer que, con el paso del tiempo, aunque el contexto cultural ha cambiado de forma considerable, las cuestiones de fondo permanecen. Todavía quedan retazos gnósticos hoy en día.

Esta tendencia gnóstica tiende a disociar sutilmente fe y ética, y presenta una experiencia desencarnada de Dios. Hay que reivindicar alto y claro, que nuestro Dios se revela en lo humano tanto en la experiencia espiritual interior como en la experiencia histórica. Quizás los núcleos centrales que aparecen en la primera carta de Juan se pueden resumir en: la centralidad de Jesús, un sentido de revelación histórica, el conocimiento del Padre por referencia a Jesús, una ética del amor, el discernimiento con luz interior y la concordancia entre el testimonio externo de la Palabra y el testimonio interno del Espíritu Santo.

Estas tendencias gnósticas tienden a  dar primado a la sabiduría o conocimiento experiencial de Dios por encima de la revelación histórica y la encarnación del Hijo de Dios e incluso por encima de la ética del amor al prójimo.

La fe cristiana es conocimiento, pero peculiar y original, pues es don de Dios, y no producto de ninguna sabiduría religiosa que, desde nosotros, intenta alcanzar a Dios. Ningún deseo religioso puede alcanzar a Dios, si Dios no sale al encuentro.

La luz de la fe da conocimiento y experiencia de Dios de un modo no objetivable, más allá de conceptos, imágenes y sentimientos. La paradoja del místico cristiano es conocer a Dios por experiencia, pero ninguna experiencia supera el acto de fe.

Para reconocer esta sutil tentación del predominio de la gnosis sobre la fe, hay que distinguir dos cosas. La gnosis es el intento de poseer lo divino, mientras la fe es acoger la autodonación que Dios hace de sí. La gnosis se alimenta de  experiencia, mientras la fe se alimenta de la palabra de Dios.

Frente a las nuevas formas de gnosticismo, volver a la primera carta de San Juan. Continuará…