Vivir sin venenos

“Sí, porque Cristo, sobre el leño de la cruz, ha extraído el veneno a la serpiente del mal, y ser cristianos significa vivir sin venenos. Es decir, no mordernos entre nosotros, no murmurar, no acusar, no chismorrear, no difundir maldades, no contaminar el mundo con el pecado y con la desconfianza que vienen del Maligno. Hermanos, hermanas, hemos renacido del costado abierto de Jesús en la cruz; que no haya entre nosotros ningún veneno mortal (cf. Sb 1,14). Oremos, más bien, para que por la gracia de Dios podamos ser cada vez más cristianos, testigos alegres de la vida nueva, del amor y de la paz.[1]

                Dos actitudes. Dos modos de actuar y comportarse en la vida. No solo pensando en las relaciones entre cristianos, a los que directamente alude el Papa. Son actitudes y relaciones que se pueden dar entre todas las personas, en todos los grupos, en las todas las instituciones, en la Iglesia, entre políticos, en los pueblos, entre vecinos… Afortunadamente, no siempre es así, ni quizás lo más frecuente. En algunos grupos sí se da con más frecuencia y de modo público. Hay que batir al “enemigo” o del gobierno o de la oposición. Depende quien lo dice.

                Hay venenos mortales. Realmente mortales: las guerras, las invasiones, la pobreza, la injusticia… muy presentes en este mundo que hacemos y mantenemos entre todos. Estos venenos sí que matan y no precisamente poco. Y hay, sin duda, envenenadores más concretos, con sus nombres y apellidos. Frente a ellos -no de modo envenenado ni violento, sino sanante- gente sencilla y que quieren vivir en la salud de la paz, se manifiestan pacíficamente contra esos venenos o, desgraciadamente, huyen de sus países para que no los alisten obligatoriamente a la guerra. Pero el veneno sigue caminando airoso.

                Veneno en las familias. Se destruyen y se rompen. Se malogra un amor y una solidaridad que fueron bellos y creativos. El amor se convierte en odio doloroso y vengativo. La solidaridad pasa a ser inexistente, se cierra a las alegrías y necesidades de los otros.  Lástima. Afortunadamente, no siempre es así, ni lo más frecuente.

                Veneno ‘a pie de calle’ entre vecinos, entre amigos que dejan de serlo, el acoso entre compañeros, el desprecio al débil, a las personas con diferentes capacidades, al anciano que no se le escucha ni se le atiende con cariño…

                Venenos entre cristianos cuando nos mordernos entre nosotros, cuando murmuramos, cuando acusamos, cuando chismorreamos, cuando difundimos maldades, cuando contaminamos el mundo con el pecado y con la desconfianza, como detalla Francisco.

                ¡Qué terrible cuando nos mordemos, murmuramos, acusamos, chismorreamos, difundimos maldades o medias verdades! Y lo hacemos en grupos cristianos, parroquiales, presbiterales, consagrados. ¡Y más terrible aún los pecados y delitos sexuales de clérigos y laicos cristianos!

                Y un veneno (o actuación, para quitarle un poco de fuerza al ‘veneno’) que vive en algunos grupos de Iglesia: “Basta con asomarse a las redes sociales, por no hablar de un número importante de nuevos (elimino una palabra), para descubrir esta actitud beligerante de personas y grupos que, presentándose como católicos, atacan de manera inmisericorde no solo a los ‘paganos de fuera’, sino a quienes, a su parecer, contribuyen a la falta de fe o al debilitamiento del testimonio creyente en el interior de la propia Iglesia”.[2] Afortunadamente, no siempre es así, ni lo más frecuente.

                Así sucede -no intento establecer relación directa, sino describir dos actuaciones existentes- que “al llenar el debate social de ‘fuegos’ religiosos, indefectiblemente viene la ardorosa reacción de otras voces pasionales que profieren todo tipo de improperios y descalificaciones contra la Iglesia y sus responsables, echando por tierra cualquiera de sus propuestas por bien intencionada que ésta sea”.[3]

                Frente a todo esto, “ser cristianos significa vivir sin venenos” de ninguna clase. Ni dar veneno, ni responder con veneno, sino más bien, ser cada vez más cristianos, testigos alegres de la vida nueva, del amor y de la paz”.

Desde la Cruz de Cristo aprendemos el amor, no el odio; aprendemos la compasión, no la indiferencia; aprendemos el perdón, no la venganza. Los brazos extendidos de Jesús son el tierno abrazo con el que Dios quiere acogernos. Y nos muestran la fraternidad que estamos llamados a vivir entre nosotros y con todos” (Francisco).

Alegría, paz, misericordia, perdón, acoger, comprender, animar, levantar, sonreír, abrazos, manos tendidas… son antídotos cristianos frente al veneno que puede haber o hay en el mundo, a nuestro alrededor o dentro de nosotros mismos. Esta es nuestra misión: ser antiveneno.

                “No habléis mal unos de otros, hermanos” (Sant 4,11).


[1] FRANCISCO. Homilía. Kazajistán 14 septiembre 2022

[2] FERNANDO RIVAS. ¿Hacia una nueva apologética? Rev. Sal Terrae. Septiembre 2022, 708.

[3] JULIO L. MARTÌNEZ. La dimensión pública de la fe. Idem, 703.