Opinión

Pedro Escartín

Vende todo lo que tienes y sígueme. Un café con Jesús

9 de octubre de 2021

Flash sobre el Evangelio del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (10/10/2021)

El párroco ha insistido hoy en lo que dijo Salomón: «Supliqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. En su comparación tuve en nada la riqueza». Y luego ha conectado estas palabras de la primera lectura con el “fracaso” apostólico que Jesús tuvo con el joven rico (Mc 10, 17-30). Que también Jesús haya fracasado, al invitar a un joven a seguirle de cerca, me ha dejado sorprendido y con algún interrogante en el alma, que ahora pienso despejar.

– A juzgar por tu cara, vuelves a estar perplejo -me ha dicho Jesús nada más verme-.

– Lo estoy -le he respondido, mientras esperábamos a que quedase una mesa libre-.

– ¿Qué te preocupa: que no tengamos mesa reservada o que el joven rico me “diera calabazas”? -ha dicho, dando a entender que me conoce mejor de lo que pienso-.

– Y que además sea más sabio quien desprecia las riquezas… ¡Todos piensan lo contrario!

Ya teníamos sitio y nos disponíamos a ocuparlo con los cafés en la mano, cuando ha dicho:

– Yo quiero discípulos que me sigan libremente; así que he de correr el riesgo de fracasar con algunos. Aquel joven era una buena persona, pero sin sus dineros se sentía perdido; por eso no se vino conmigo, porque sus riquezas lo tenían atado y no sabía vivir sin ellas…

– Pero todos necesitamos el dinero. Entre tus Doce más íntimos, uno guardaba la bolsa del grupo, como recuerda dos veces el evangelista Juan -he dicho sin poderme contener-.

– Por la boca muere el pez, ¿no decís así? -me ha respondido con calma, después de tomar un sorbo de café-. Naturalmente que todos necesitáis de qué vivir; pero una cosa es tener lo necesario y otra muy distinta atesorar. El peligro de las riquezas es que crean adicción: se pone la seguridad en ellas, nunca se tiene bastante, se hace lo que sea para conseguirlas, se arrincona la austeridad y no dejan ver las carencias de los demás. Mi Vicario, lo viene proclamando: «El afán de poder y de tener no conoce límites. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder». Y tú me has saltado a la yugular en cuanto he cuestionado las riquezas.

– Perdona -he dicho un tanto avergonzado-. Pero eso de que «más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios» me parece un poco exagerado. «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Lo comentaron los Doce aquel día y estaban espantados…

– Vosotros tomáis al pie de la letra las hipérboles que utilizaban las gentes de mi tierra. Ellos entendieron lo que quise decir: que las riquezas son un riesgo y no dan la felicidad. Recuerda la parábola del rico insensato (Lc 12, 13-21): ¿de qué le sirvieron sus riquezas?

– Pero todo el mundo corre detrás de ellas -he dicho como disculpándome-.

– Al igual que muchos son los llamados y menos los escogidos -ha respondido sonriendo-.

Recuerda que, al espanto de los Doce, respondí: «Es imposible para los hombres, no para Dios». El desprendimiento es un don que debéis pedir en la oración; no se consigue sólo con fuerza de voluntad. Forma parte del don de la sabiduría que os infunde mi Espíritu Santo. Por encima de las riquezas, de la salud y la belleza está la sabiduría que viene de Dios; con ella el discípulo es capaz de ver la cara oculta de la vida y de apreciar dónde encontrar la felicidad…

Y como necesitamos los dineros, aunque no debamos poner en ellos el corazón, saqué el monedero, pues en este bar aún que no se paga con “bizum”, pagué y nos despedimos.

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