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Un salmo que abre puertas y ventanas

Raúl Romero López
23 de marzo de 2020

 

SALMO 67

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2 El Señor tenga piedad y nos bendiga,

ilumine su rostro sobre nosotros:

3 conozca la tierra tus caminos,

todos los pueblos tu salvación.

4 Oh Dios, que te alaben los pueblos,

que todos los pueblos te alaben.

5 Que canten de alegría las naciones,

porque riges el mundo con justicia,

riges los pueblos con rectitud,

y gobiernas las naciones de la tierra.

6 Oh Dios, que te alaben los pueblos,

que todos los pueblos te alaben.

7 La tierra ha dado su futuro,

nos bendice el Señor nuestro Dios.

8 Que Dios nos bendiga; que le teman

hasta los confines del orbe.

 

INTRODUCCIÓN

 Este salmo es difícilmente clasificable. Se trataría de una oración de la comunidad que implora la bendición de Dios. Invocación y alabanza son dos registros fundidos en una gran armonía. El salmo quiere unir a otros pueblos a esta tarea de la alabanza que Israel ha asumido como consecuencia de su fe, o sea, quiere asociar a los pueblos a la misma fe. Un soplo de universalidad atraviesa todo el salmo.

Si es verdad, como dice Gunkel, que el salmista no se cansa de proclamar que la bendición de Dios descansa sobre Israel, es también verdad que la bendición israelita es como una semilla plantada en el mismo corazón de la historia y está llamada a convertirse en un árbol enorme y universal.

 

REFLEXIÓN-EXPLICACION DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

 El poder de una bendición. (v.2).

El salmista tiene presente la poderosa actividad vital de Yavé en la famosa bendición del libro de los Números: “Que el Señor te bendiga y te proteja; que el Señor te mire con agrado y te muestre su bondad; que el Señor te mire con amor y te conceda la paz” (Num 6, 24-26).

Lo que pide el salmista es que esa bendición magnífica se haga realidad aquí y ahora. Le pide que le mire con agrado, que se manifieste como un Dios, fuente inagotable de amor y de paz.

Según la mentalidad judía la bendición de Dios da intensidad a toda la vida concedida por Dios. Cuando Dios me bendice crece en mí el deseo de ser cariñoso, amable, honrado, servicial. Cuando yo recibo la bendición de Dios es como si mi vida creciera hacia adentro, tuviera más intensidad, más profundidad…

 

La fuerza de una iluminación (v.2)

 “Ilumine su rostro sobre nosotros”. Es como decir, irradia luz como el sol en un día sereno. ¿Nos detenemos a pensar lo que sería una vida iluminada por el rostro de Dios? Habría paz, alegría, serenidad, equilibrio, amabilidad, dulzura…

Nada más hermoso y gratificante que vivir con una persona a quien le ha tocado un rayo de luz derivado del rostro de Dios. La misma sabiduría humana, reflejo de la luz de Dios, serena al hombre y le hace cambiar: “La sabiduría ilumina la cara del hombre y hace que cambie su duro semblante” (Qoh 8, 1). Si nos dejamos iluminar por Dios ya no tendríamos caras amargadas, feas, tristes. Nuestro semblante sería amable, dulce, simpático, atrayente.

 

“El que ha tenido la suerte de conocer a Dios no lo guarda bajo llave en su corazón “v. 3.

Israel es una tierra privilegiada, una tierra amasada por las manos de Dios. Pero hay otra tierra, la de los gentiles, que por estar lejos de Dios, vive todavía en caos primitivo (Gen 1, 2). Esta tierra debe acercarse a Dios, debe conocer los planes de Dios y el actuar de Dios sobre el pueblo de Israel. Este camino se puede hacer patente para todos aquellos que desean también recibir la bendición de Dios.

 

El salmista es un entusiasta de su fe.  Y quiere comunicarla. No obliga, sino que ofrece; no intenta vencer sino convencer (v. 4 y 6).

El estribillo es un medio didáctico para manifestar el deseo intenso, la petición ferviente, la invitación calurosa a todos los pueblos a que agradezcan los inmensos beneficios a Dios. El salmista es un forofo, un entusiasta de Dios. Ha experimentado personalmente todo lo que Dios ha hecho con su pueblo de Israel. Dios ha derrochado maravillas y las naciones deben conocerlas para que se unan al himno de alabanza y glorificación que Israel tributa a Dios, el único Dios.

El salmista no busca un proselitismo. La alabanza a Dios, la acción de gracias, la glorificación es algo que le brota del corazón. Y eso le hace plenamente feliz. Esto mismo le ocurre a este pueblo privilegiado. ¿Por qué no invitar a otros pueblos a que tengan a Yavé por Dios? ¿Por qué dejarlos en sus esclavitudes? ¿Por qué acallar esa hambre y sed que tienen en sus almas profundamente religiosas? El salmista no obliga, no conmina, simplemente expone y ofrece a otros pueblos su fe.

“Lo que piden todos los pueblos es que se haga justicia” v. 5.

Los caminos que suscitan la alabanza de Israel y que involucran a los demás pueblos en una misma dinámica laudatoria quedan concretizados en la justicia de Dios. La gran tarea de Dios, del Dios auténtico, es hacer justicia. En efecto, si Dios es justo, el hombre encuentra su sitio en el mundo. El hombre puede vivir tranquilo sabiendo que los malvados, los corruptos, los aprovechados, no van a triunfar.

Si Dios es justo ya no se levantará el hombre contra el hombre, ni habrá pueblos humillados ni hombres y mujeres aplastados en sus derechos humanos. Y esto es lo que estimula al canto, a la alegría profunda, a la alabanza.

El salmista hace suya la oración del rey Salomón en la dedicación del Templo: “Que estas cosas que he pedido al Señor nuestro Dios, las tenga él siempre presente, día y noche, para que haga justicia a su siervo y a su pueblo Israel y para que todas las naciones de la tierra conozcan que el Señor es Dios y que no hay otro” (1Re 8, 59-60).

El gozo del que habla el salmista es tan grande que abarca al hombre entero. Si se trata de lo interior, ese gozo se vive interiormente como exultación. Si se exterioriza, recibe el nombre de exaltación. Con el cuerpo y el alma; con la mente y el corazón; con silencios y aclamaciones debe alabar el salmista y su pueblo Israel a su Dios. Y así los otros pueblos se unirán en una alabanza común.

“La tierra ha dado su fruto” (v.7)

Lo que se pedía en el v. 2 ya es algo palpable, visible y observable: La tierra ha dado sus frutos, y esto como manifestación palmaria de la bendición de Dios. Nosotros apenas nos hacemos idea de lo que significa una cosecha abundante para un pueblo agrícola que vive del campo. De ahí va a venir la paz en las familias, el bienestar económico y la confianza en un futuro halagüeño.

Por otra parte la fecundidad de la tierra siempre ha sido en Israel prueba de elección y de bendición. “A ti y a ellos (los descendientes) les daré toda la tierra de Canaán donde ahora vives, como su herencia para siempre; y yo seré su Dios” (Gen 17,8). Esta tierra que Dios ha dado a Israel es rentable, da una buena cosecha. Es normal que los pueblos vecinos, ante unos argumentos tan tangibles, quieran unirse a Israel y así quedar protegidos por un Dios tan justo y tan dadivoso.

“Un salmo de puertas abiertas y que se cerraron después del exilio” (v. 8.)

“Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” Con esta última bendición de Dios, todos los confines de la tierra van a venir a reconocer y venerar al Dios de Israel.

Si en algo ha insistido este salmo es en abrir puertas y ventanas a Israel. Es un salmo de corte universal. Es expresión de un hebraísmo abierto, de marco profético, bien lejano de la segregación a la cual Esdras y Nehemías destinarán al Israel del post-exilio y que quedará como una pesada herencia mental y cultural del judaísmo.

La famosa carta de Aristea (s. II/I a.C.), escrito judío muy notable porque nos habla de las vicisitudes por las que pasó la traducción de los LXX, contiene un párrafo que dice así: “Teniendo en cuenta el culto idolátrico de los pueblos, el legislador, dotado por Dios en su sabiduría de una ciencia universal, nos ha circundado con un recinto sin brechas y con muros de hierros para evitar también la mínima mezcla de otros pueblos con nosotros que, puros en el cuerpo y en el alma, adoramos al único y poderoso Dios, libres de creencias absurdas”.

Tendrá que venir el Nuevo Testamento para rescatar ese aire fresco de universalidad que respira el salmo que acabamos de comentar. Tendrá que ser Cristo, clavado en una cruz, el que “rompa el muro de separación, es decir la enemistad… para crear de los dos un sólo hombre nuevo” (Ef 2, 14-16). Así en la gran casa de nuestro Padre Dios nadie se sentirá huésped ni peregrino (Ef 2, 19)

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Hech. 14,17: “Dios continúa manifestando su bondad misericordiosa con los hombres, “dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas; llenando de alimentos y de alegría vuestros corazones”

“La tierra dio su fruto supremo, Cristo, suprema bendición del Padre de los cielos a su pueblo y al mundo. En Él Dios nos comunica todos sus dones espirituales, sobre todo, el Espíritu Santo. Y todas las demás gracias”

San Agustín: “Dios no aumenta con nuestra bendición ni disminuye con nuestra maldición. Es el hombre el que aumenta bendiciendo a Dios y disminuye si le maldice”.

Oesterley: “Cuando nosotros tomamos el pan para comerlo con alegría es bueno pensar en el Creador que nos ha dado la tierra con sus fuentes, y darle gracias”.

San Jerónimo: “La tierra ha dado su fruto. La tierra es la santa madre de Dios, María, que viene de nuestra tierra, de nuestra semilla, de este barro, de este terreno, de Adán… Ella ha dado su fruto… ¿Quién sabe qué fruto? Una virgen desde una virgen; el Señor desde una esclava; un Dios desde el hombre; el Hijo desde la madre, el fruto de la tierra, el grano de trigo caído en la tierra y resucitado en muchos hermanos”.

 San Agustín: “Nosotros llevamos la imagen de Dios. Es para hacerla resplandecer sobre los paganos, y las naciones vengan a conocer la salvación y a marchar en un camino auténtico”

 

ACTUALIZACIÓN

 El Concilio Vaticano II supuso una apertura de la Iglesia Católica al mundo. Sabemos que la proclamación de este Concilio por el Papa S, Juan XXIII, supuso una oposición por un sector de la Iglesia, incluidos, algunos cardenales. Cuando en cierta ocasión uno de ellos le pregunta al Papa: ¿Por qué un nuevo Concilio? El Papa Juan no le dice nada. Se limita a abrir una de las ventanas del despacho papal y decir: “Quiero aire sano y fresco en la Iglesia”.

Pasados los años, el viento sopló y se llevó muchos viejos papeles y comenzó la alarma y la tendencia a cerrar algunas ventanas. Pero el aire del Espíritu no lo puede detener el Vaticano. Y surgió un hombre de Dios llamado Francisco que está intentando llevarnos a la frescura del Evangelio.  Pero poner el evangelio por encima del Código de Derecho Canónico, para algunos eclesiásticos, es intolerable. Por eso los mayores enemigos del Papa Francisco son los de casa.

 

PREGUNTAS

 

  1. ¿Sé agradecer a Dios los frutos de la tierra que, con tanta generosidad me regala? ¿Me gusta bendecir a Dios cuando me pongo a la mesa para comer los alimentos?
  2. ¿Simpatizo con el espíritu abierto y universal del salmo? ¿Vivo a gusto en el grupo o comunidad que Dios me ha asignado?
  3. ¿Me dejo iluminar la vida por Dios para transmitir luz, serenidad, confianza y alegría al mundo que me rodea?

 

ORACIÓN

 

“El Señor tenga piedad y nos bendiga”

Hoy, Señor, quiero hacer mía la oración del salmista. Quiero pedirte dos cosas: piedad y bendición. Piedad para que perdones mi vieja vida de pecado: mi pecado de orgullo, de autosuficiencia, de creer que puedo llevar una vida honesta prescindiendo de ti. ¡Perdóname, Señor! Pero, sobre todo, vengo a pedirte que me bendigas, es decir, que hables bien de mí, que me mires con cariño, que me recuerdes con ternura.

“Ilumine su rostro sobre nosotros”

La tierra, cuando llega la noche, está oscura y fría. Por la mañana, sale el sol y todo se calienta, todo se ilumina. Hoy llego hasta ti como tierra oscura y fría que necesita de tu luz y tu calor. Tu luz que ilumine mi inteligencia; tu calor para que abrase mi corazón en tu amor. Con mi corazón abrasado en tu amor quiero que todas las gentes te descubran como el Padre lleno de bondad.

“Que canten de alegría las naciones”

El salmista lleva para todas las naciones un mensaje de canto y de alegría. Así quiere presentar a Dios ante ellos, como el Dios de la alegría, del júbilo y la fiesta. Y yo me pregunto: ¿Qué Dios estoy presentando a la gente? ¿El Dios del miedo? ¿El Dios de la tristeza? ¿El Dios de la lejanía? Señor, hoy quiero pedirte perdón por lo mal que he predicado de ti. Muchas veces no he sido testigo de tu Resurrección. No he sabido presentar tu mensaje como una explosión de alegría y de felicidad.

“La tierra ha dado su fruto”

Señor, lo reconozco. A veces he perdido la esperanza en el futuro. He hablado más de las dificultades de la siembra que de la alegría de la cosecha. He pensado más en la simiente que se pierde al borde del camino o se ahoga entre cardizales, que en la espiga llena y dorada que da el treinta, el sesenta o el ciento por uno en una magnífica cosecha. Perdóname, Señor.

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