Opinión

Pedro Escartín

Un café con Jesús. Asombró que enseñara con autoridad.

29 de enero de 2021

Flash sobre el Evangelio del IV domingo del tiempo ordinario (31/01/2021)

El evangelista Marcos presenta a Jesús como el profeta que Moisés prometió en nombre de Yahvé: un profeta en el que «pondré mis palabras en su boca». Según el evangelio de hoy (Mc 1, 21-28), Jesús llegó a Cafarnaún y utilizó la reunión de los sábados en la sinagoga para anunciar el mensaje de la misericordia de Dios. Tengo en la punta de la lengua varias preguntas y, mientras nos traen los cafés, disparo la primera que se me ocurre:

– ¿Tuvo algo qué ver el nombre de Cafarnaún para que empezaras allí tu predicación?

Como ha ocurrido en otras ocasiones, Jesús ha sonreído y me ha dicho:

– Bueno, Cafarnaún significa “aldea de consuelo”, y allí me encontré algo más cómodo que en otras partes, pero también tuve algún disgusto no pequeño; recuerda cómo les costó aceptarme como “pan de vida”, y muchos me abandonaron.

– Sí; lo he leído en el evangelio de Juan -he respondido-, pero también fue allí donde se quedaron asombrados porque les enseñabas “con autoridad”, y no como los letrados…

– Es que los letrados y demás dirigentes del pueblo apoyaban sus enseñanzas en lo que otros rabinos de prestigio habían dicho; yo, en cambio, hablaba de lo que conocía perfectamente por haberlo vivido con mi Padre y, además, confirmaba con hechos lo que les decía. De esto surgía mi “autoridad”, que nada tenía que ver con el “poder”, del que alardean muchos jefes.

– ¡Qué acertada es esta distinción entre autoridad y poder! -he exclamado sin poderme contener-. ¡Cómo deberíamos aprenderla todos! No es lo mismo la razón de la fuerza que la fuerza de la razón. Pero, dime: ¿Qué pretendías con la curación de aquel epiléptico que se encontraba en la sinagoga de Cafarnaún el primer día que predicaste allí?

Jesús ha dado un sorbo al café y se ha tomado un poco de tiempo antes de decirme:

– No te engañes, como acostumbran a hacer los racionalistas. Da la impresión de que tienen alergia a lo sobrenatural; en cuanto aparece en escena, buscan una explicación natural que lo haga plausible. Aquel pobre hombre no era un simple enfermo mental; con la expresión de que “tenía un espíritu inmundo”, el evangelista quiso poner de manifiesto que el poder alienante y opresivo del Maligno está presente en el mundo. Es algo que ahora olvidáis con facilidad y, sin embargo, es cierto. Cuando os enseñé la oración que rezáis con más frecuencia, el Padre nuestro, incluí intencionadamente la última petición: «Y líbranos del Maligno», aunque, al traducirla como líbranos del mal, le habéis quitado algo de fuerza.

– O sea, que las películas de exorcismos y cosas por el estilo, que tanto “molan” en algunos ambientes, hay que tomarlas en serio…

– No es eso. El Maligno no influye con actuaciones espectaculares y terroríficas, sino de forma sutil. Lo expresa perfectamente una de las oraciones eucarísticas para las Misas con niños, cuando bendecís al Padre porque me ha enviado para «arrancar de nuestros corazones el mal que nos impide ser amigos y el odio que no nos deja ser felices». El Maligno trata de hacer plausible el odio y la venganza, el ser y tener más que los otros, las rupturas del amor y la amistad…, y así logra hacer la vida insoportable para millones de hermanos.

– Por eso aquel pobre hombre de la sinagoga de Cafarnaún gritaba: «Sé quién eres, Jesús Nazareno, has venido a acabar con nosotros…»

– Así es; la expulsión del mal es el signo de que el reinado de Dios está llegando a este mundo.

– Aplícate el cuento -concluyó mientras apurábamos la taza de café-.

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