Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de Ramos – A –

Antes de empezar la procesión del Domingo de Ramos se ha leído el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. Este año ha sido el del evangelista san Mateo (21, 1-11). Mientras iba a la cafetería he pensado en comentarlo con Jesús durante nuestro café dominical.

– El evangelista Mateo escribió que entraste en Jerusalén viniendo por Betfagé, junto al monte de los Olivos. Otras veces no fue tan preciso con los datos geográficos, ¿por qué lo fue en este relato? -le he dicho para empezar la conversación, con el café ya en la mano-.

– Porque, desde esa entrada, mi actividad se desarrolló en Jerusalén y sus alrededores hasta el momento de la resurrección y Mateo subraya que mi llegada a la ciudad santa conmocionó a las autoridades del Templo y de los judíos. ¿No has reparado en la diferente actitud de la multitud y de las autoridades? -me ha respondido amablemente-.

– Pues la verdad es que en Mateo no veo con claridad esa diferencia. La veo más en otros evangelistas -he respondido un poco perplejo-.

– A veces hay que leer entre líneas -me ha respondido sonriendo-. Mateo utiliza aquí la misma expresión que utilizó para dar noticia del malestar que produjo en Herodes y los suyos la llegada de los Magos cuando venían buscando al “rey de los judíos” que había nacido. Entonces Herodes «se turbó y con él toda Jerusalén». Aquí ha utilizado la misma expresión: «toda la ciudad preguntaba alborotada: ¿Quién es éste?». Pero la pregunta no era para saber, sino para reprochar: éste ¿quién se ha creído que es para dejarse aclamar así? El alboroto de “toda la ciudad” era de turbación, mientras que los gestos y los gritos de la multitud eran de aclamación.

– Ya que lo dices, caigo en la cuenta de que tienes razón. Era la gente que venía contigo la que respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea» -he reconocido con mi taza de café en las manos y tomando un sorbo-. Además, debía haber caído en la cuenta de que el propio evangelista, citando al profeta Zacarías, explica por qué buscaste un pollino para entrar en Jerusalén: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, hijo de acémila». Eran los emperadores romanos los que entraban en las ciudades conquistadas montados en briosos corceles, pero tú quisiste resaltar la sencillez y la humildad…

– Veo que vas entendiendo -ha dicho manifestándome una cierta complicidad-. Yo no podía dejar de identificarme como Mesías, porque lo soy. Por eso permití que la gente gritase, con palabras del Salmo 118: «¡Viva el Hijo de David!» «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» «¡Viva el Altísimo!». Fueron los primeros cristianos los que, con estas palabras del salmo, me reconocieron como Mesías y explicaron el rechazo que sufrí por parte de las autoridades con palabras del mismo salmo.

– Me he perdido -le he dicho ingenuamente-. ¿Dónde aparece esa explicación?

– En el mismo evangelista, Mateo, que poco después, al narrar la parábola de los viñadores homicidas pone en mi boca estas palabras: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: “La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular; ha sido el Señor quien lo ha hecho y es un milagro patente”?». Como te he dicho en otras ocasiones, mi mesianismo no debía seguir los esquemas del poder y la gloria, que tanto apreciaban los judíos.

– Y no sólo los judíos. También nosotros seguimos pensando en un Mesías que sea más fuerte que servidor.

– Así es -ha dicho entristecido mientras se ponía en pie-. Dios quiera que la Semana Santa os ayude a hacer carne vuestra esta convicción.