Pongo por delante que las tecnologías de la información (ya no son tan nuevas), son interesantes y muy útiles. No soy experta, pero utilizo algunas. Lo que pasa es que llega un momento que siento “empacho”. Le hemos tomado un gran cariño al WhatsApp por donde nos llegan lo buenos días y las buenas noches con sus correspondientes mensajes de amor, deseos de felicidad, recetas para tener éxito, con su correspondiente ramo de flores o de religiosidad popular, con la recomendación de hacerlo llegar a no se cuantas personas más, porque de lo contrario nos van a pasar unas cuantas calamidades.
La mayor parte llegan repetidos, porque como tenemos tantos contactos y estamos en gran cantidad de grupos, los mensajes nos llegan por todas partes. Hay algunos simpáticos, con imaginación, incluso interesantes pero la mayoría de una simpleza que atraganta. Sobre todo, en la pasada Navidad ha sido un bombardeo constante. No digo que no me gusta que me feliciten y me deseen cosas buenas, pero tanto… De ahí que sienta ese empacho. No entiendo como se puede utilizar una herramienta tan útil para semejantes tonterías.
Pero es verdad que el WhatsApp es muy cómodo para comunicar rápidamente con la persona a quien se quiere decir algo sin que se le interrumpa con una llamada, ya que puede leer el mensaje cuando lo considere oportuno.
Lo mismo con el resto de tecnologías que nos llegan a través de internet y que nos hacen la vida más sencilla. Pero no podemos ser esclavos de ellas. La tecnología sirve para lo que sirve, siempre que sea bien utilizada.
Una cosa que me enfada bastante es cuando un teléfono suena en mitad de la misa. Si no se sabe poner en silencio o incluso apagar ¿Porqué no se deja en casa? Las personas de una cierta edad no hemos tenido móvil hasta hace cuatro días y no nos ha pasado nada por salir a la calle incomunicadas ¿No podemos prescindir ni siquiera media hora que dura la misa de este aparatito? Y lo que considero más grave es que además de sonar, respondan. Me viene a la mente una escena de la primera película de Torrente en que el mafioso asiste a la Primera Comunión de su hija y justo cuando va a comulgar, le suena el teléfono. Le hace señas al sacerdote para que espere, que lo hace con la forma en la mano. Concierta la cita para intercambiar la droga y una vez concretado le dice al sacerdote que siga. Comulga y se queda tan satisfecho. Ya sabemos como son las películas de Torrente, una exageración. Claro que los que contestan a las llamadas no lo hacen con ese fin, pero como soy bastante malpensada, no puedo evitar ese recuerdo. De todas las películas de Torrente solo vi la primera y de toda la cinta solo recuerdo esta escena. Me dejó impactada, tanto que después de tantos años todavía la recuerdo.
Usemos las tecnologías que nos facilitan la vida, pero no nos hagamos sus esclavos. Hay cosas mucho más interesantes en la vida como para estar pegados siempre a estas tecnologías.