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Sor Francisca Aizpún: “Son cien años, pero, como dice el salmo, un ayer que pasó”

Ascen Lardiés
21 de noviembre de 2023

Sor Francisca Aizpún, navarra de origen y barbastrense de adopción, cumplió cien años el pasado 4 de noviembre y lo hizo rodeada de sus familias: de la gran familia tejida entre sus ocho hermanos, de la comunidad educativa del Colegio San Vicente de Paúl de Barbastro y de las hermanas de su congregación religiosa, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. “No pensaba llegar a este día, pero conforme se iba acercando, vi que podría ser una realidad. Lo he vivido emocionada y dando gracias a Dios; a los niños, a los profesores, al Obispo…”, sonríe.

Confiesa que el covid la dejó un poco chafada, pero ya recuperada, sale de casa para ir a misa todos los días y en el cole “ayudo en el fregadero”. La actividad ha marcado una vida que recuerda con claridad y en la que ha podido armonizar sus dos vocaciones, la religiosa y la educativa. “Con mis fallos y mis ilusiones, toda la vida he estado activa, gracias a Dios. Mi vida ha sido sencilla, he procurado cumplir la voluntad de Dios. Siempre piensas que podrías haber hecho más y mejor, pero cada día lo que he hecho materialmente ha sido con mucha ilusión y, espiritualmente, dando gracias a Dios sin parar, pidiendo su ayuda, con esperanza… La vida mía es sencilla. Son cien años, pero, como dice el salmo, un ayer que pasó”.

El ayer dura un siglo desde que naciera en Atondo, una pequeña aldea de la merindad de Pamplona, que dejó para ir a estudiar al colegio de Bera de Bidasoa donde pronto sintió, al igual que dos de sus hermanas, una clara vocación vicenciana que le animaba “a hacer algo en favor de los demás, los pobres sobre todo”.  Las Hijas de la Caridad habían fundado en Madrid un Colegio Apostólico al que iban, a los veinte años, dos o tres aspirantes de cada escuela; del suyo, una fue Francisca, que en cuatro años estudió Bachillerato y Magisterio. “Teníamos una base muy buena”, recuerda de un tiempo de esfuerzo y estudio, antes de comenzar el noviciado que retrasó un problema de salud.  

Finalizado este periodo de formación, y con el título de maestra en la mano, su primer destino le llegó en Palma de Mallorca. “¡Viajar a Palma de Mallorca, y sola! Fui de Madrid a Barcelona y de allí me acompañaron al puerto y, tras una noche en barco, amanecí en Palma, en un colegio muy pobre…” Relata como la superiora, a la que recuerda con gran cariño, logró un benefactor para el centro, cuya puesta en marca necesitaba que al frente hubiera alguien con un título. Es la convirtió en directora durante dos décadas, tras las que marchó a Barcelona y ya, en 1973, a Barbastro. Media vida.

Cuando llegó a la ciudad donde se había fundado el primer colegio vicenciano de España, la entonces superiora fue destinada a la curia provincial y sor Francisca se hizo cargo de la comunidad y del colegio, lo que significó cerrar el antiguo – que estaba junto a Escolapios- y abrir el actual, en el Camino Real de Zaragoza. Poco después, la trasladaron a la Casa Amparo, entonces parvulario y residencia de ancianos. “Nunca había estado con pequeños, pero me gustó mucho; también había ancianos, pero prefería a los niños…”. Al cuidado preescolar volvería en 1990 en Sariñena, tras haber permanecido siete años en Barcelona.

“En Sariñena estaba muy bien. Las cosas vienen como vienen y los superiores decidieron retirar las hermanas y en el 98 la visitadora me dio a escoger entre Barbastro y Palma. Volví aquí, al colegio, con una hermana mayor, navarra, que estaba delicada. Yo ya estaba jubilada y estaba al tanto de ella. A primera hora atendía a los niños de acogida temprana, a medio día estaba en el comedor, preparaba la comida para la hermana y estaba también en la portería”, rememora. Vivió también el cambio de ubicación de la comunidad, que pasó del colegio al piso donde en la actualidad convive con otras tres hermanas: sor Carmen, de 89 años, y las más jóvenes, sor Paquita y sor Julia.

Hoy, a los cien años cumplidos, confiesa la satisfacción por una vida plena y entregada a los demás. No es para menos: la concurrida celebración de su aniversario constituyó una autentica acción de gracias por su vida y su presencia en Barbastro, que seguro habrá sido siembra sencilla de valores cristianos.

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