Sin una gran capacidad de perdonar, nuestra convivencia estará siempre amenazada

SALMO 51

Descarga aquí el pdf completo

3 Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa.

4 Lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.

5 Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado.

6 Contra ti, contra ti solo pequé,

cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,

en el juicio resultarás inocente.

7 Mira, en la culpa nací,

pecador me concibió mi madre.

8 Te gusta un corazón sincero

y en mi interior me inculcas sabiduría.

9 Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;

lávame: quedaré más blanco que la nieve.

10 Hazme oír el gozo y la alegría,

que se alegren los huesos quebrantados.

11 Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.

12 Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

13 no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu;

14 devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso.

15 Enseñaré a los malvados tus caminos,

los pecadores volverán a ti.

16 ¡Líbrame de la sangre, oh Dios,

Dios, Salvador mío!

y cantará mi lengua tu justicia.

17 Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.

18 Los sacrificios no te satisfacen;

si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

19 Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,

un corazón quebrantado y humillado

Tú no lo desprecias.

20 Señor, por tu bondad, favorece a Sión,

reconstruye las murallas de Jerusalén:

21 entonces aceptarás los sacrificios rituales,

ofrendas y holocausto

sobre tu altar se inmolarán novillos.

 

INTRODUCCIÓN

El «Miserere» es  una de las oraciones más célebres del Salterio, el salmo penitencial más intenso y repetido, la meditación más profunda sobre la culpa y su gracia. ¿Quién lo compuso? “La tradición judía ha puesto el Salmo 50 en labios de David, quien fue invitado a hacer penitencia por las palabras severas del profeta Natán (cf. versículos 1-2; 2Samuel 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el asesinato de su marido Urías. “El Salmo, sin embargo, se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores que recuperan los temas del «corazón nuevo» y del «Espíritu» de Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel.”  (San Juan Pablo II)

Nos parece muy acertada la opinión del Alonso Schökel: “Fue escrito por un David “típico”  que representa a cualquier pecador”. En este sentido podemos decir que es el salmo de cada uno de nosotros: el tuyo y el mío. Siempre habrá que recordar aquello que decía el gran Pascal: “Los seres que son genios son contemporáneos del futuro más que del propio tiempo”.

Estructura:

  • Reino del pecado. (3-11)
  • Reino de la gracia (12-19)
  • Adición posterior. (20-21)

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL

REINO DEL PECADO

 ¡Misericordia! Una de las palabras más bellas de la Biblia. (v3)

 La  primera palabra “miseri-cordia” está compuesta de “miseria” y “corazón”. Describe muy bien lo que este salmo significa: el corazón de Dios volcado sobre nuestra miseria. Y entonces, ¿qué ocurre?

Se apela a la bondad de Dios que es mucho más grande que todos nuestros pecados. El mal se anida en las profundidades mismas del hombre, pero el  poder del amor de Dios es superior a la del pecado, el río destructor del mal tiene menos fuerza que el agua fecundante del perdón: «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5, 20). Desde el comienzo el salmista quiere que la esperanza triunfe sobre la desesperación. “Ahora el miedo por los pecados que descubro en mí mismo me desespera; ahora la esperanza de tu misericordia me sostiene. Y porque tu misericordia es más grande que mi miseria yo no cesaré de esperar” (Savonarola).

 

Estamos empecatados. (v. 4)

Comienza el reino del pecado. Por siete veces, en unos pocos versos, resuenan palabras que tienen por raíz el pecado. Y otras tantas son sinónimas. Estoy envuelto en pecado. Por todas partes me encuentro con él. Sí estamos  empecatados.

El pecado, para el salmista, es una especie de “obsesión”.

  • Lo tiene siempre presente (v.5)
  • Está impidiendo que oiga el gozo y la alegría (v. 10ª)
  • Se siente aplastado como aquel que tuviera triturado los huesos (v. 10,b).

El salmista utiliza tres términos hebreos para definir esta triste realidad que procede de la libertad humana mal utilizada.

El primer vocablo «hattá» significa literalmente «no dar en el blanco»: el pecado es un extravío, una aberración que nos aleja de Dios, meta fundamental de nuestras relaciones, y por consiguiente también nos aleja del prójimo.

El segundo término hebreo es «awôn«, que hace referencia a la imagen de «torcer», «curvar». El pecado es, por tanto, una desviación tortuosa del camino recto; es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido declarado por Isaías: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad!» (Isaías 5, 20).

“Es el cambio de lo que está bien, es la ruptura de lo que es recto, la caricatura de lo que es bello” (F. Delitzsch)

Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión es indicada como un «regresar» (en hebreo «shûb») al camino recto, haciendo una corrección de ruta.

La tercera palabra con la que el Salmista habla del pecado es «peshá». Expresa la rebelión del súbdito contra su soberano, el desapego de Dios, el arrancamiento de Dios. Esto no se hace sin violencia. Estamos hechos para vivir con Dios.

El que compuso esta pieza compara  el pecado con dos cosas: Con una mancha que Dios tiene que lavar. (9) y con una deuda o cuenta pendiente que el pecador tiene que cancelar (11).

“La culpa es algo insoportable; no sólo hay que atenuarla y quitarle virulencia sino que hay que eliminarla por completo. Hay que borrarla, lavarla, hacer desaparecer de la vista de Dios. El orante sabe que esa eliminación total de lo insoportable no puede ser obra suya sino únicamente de Dios; una acción divina de borrar, purificar, lavar” (K. Barth).

 

“Pues yo reconozco mi culpa” (v.5)

Frente a esa realidad apabullante del pecado sólo cabe el reconocimiento del mismo. El salmista confiesa su pecado de manera clara y sin dudas.

Aquel fariseo de la parábola, que intentaba justificarse a sí mismo y despreciaba al publicano salió del templo con todos los pecados que tenía y uno más: el de soberbia. Se justificaba a sí mismo. Por eso Dios no lo podía justificar.

Pero ¿qué ocurre cuando uno reconoce su pecado? Este salmo 51 es, en el tema, continuación del  anterior. En el salmo 50 Dios convoca a  juicio a su pueblo porque éste ha conculcado la Alianza. El juicio es solemne y tiene por testigos el cielo y la tierra. Y en este careo de Dios con el pueblo, Dios tiene la razón.

¿Por qué no lo condena? En un juicio humano, el juez, al conocerle delito de la acusación, debe condenar. Pero el juicio bíblico no tiene nada que ver con los juicios humanos. En el juicio bíblico Dios es “parte” y puede hacer lo que quiera. Por eso concluye el salmo. “Le haré ver la salvación de Dios”.

Aquí el salmista reconoce su pecado. Y al reconocer su pecado está diciendo que la culpa es suya, que Dios es inocente. “En la sentencia tendrás razón y en el juicio resultarás inocente”. (v. 6b)

Cuando el hombre reconoce su pecado Dios le “justifica”, es decir, le hace bueno, le hace justo. “Dios manifiesta su justicia haciendo justos a los pecadores” (Ro. 3,26)

El gran pecado de nuestro tiempo es que ha perdido la conciencia de pecado. Por eso no puede arrepentirse.

Tampoco sirve el pensar que el hombre ha perdido su libertad y que las circunstancias le obligan a obrar de esa manera.

“Es Dios quien me ha creado con mi libre albedrío. Sí, he pecado. Soy yo quien he pecado. Yo que soy responsable. No es el destino, ni las circunstancias ni el demonio…soy yo que he consentido a sus sugestiones”. (San Agustín. P.L. 36. col. 268)

 

“Contra ti, contra ti solo pequé” (v.6)

El pecado siempre es ofensa a Dios.

Es el faraón el que oprime a los israelitas en Egipto y, sin embargo, es Dios quien se da por ofendido (Ex. 9,27).

El hijo pródigo de la parábola exclama: “Padre, he pecado contra  el cielo y contra ti” (Lc. 15,21).

En nuestro caso David es el que pecó con Betsabé y, no obstante, dice: “He pecado contra ti.”

La razón la da S. Agustín: “Puesto que todos somos miembros de Cristo ¿Cómo no pecar contra Cristo si pecas contra los miembros de Cristo? Que nadie diga: puesto que yo no he pecado contra Dios sino contra mi hermano, yo sólo he pecado contra un hombre; mi falta es ligera o nula”.

San Pedro se dio cuenta de la distancia abismal entre Jesús y él. Por eso, al intentar lavarle los pies, exclama: ¿Lavarme los pies Tú a mí? Después de la negación, al mirarle Jesús con una mirada de bondad, caerá en la cuenta de su ingratitud y llorará su pecado toda la vida.

A Dios le encanta la sinceridad de corazón. (8)

Cuando el hombre es sincero, es decir, cuando no trata de justificarse a sí mismo y se reconoce pecador, Dios lo trabaja por dentro. Es Dios el que provoca la verdad de la conciencia  con su gracia. “Entonces los hombres serán amaestrados interiormente por Dios”. (Is. 54,13). Así, por el camino de la sinceridad, Dios ya tiene el camino expedito para dar al hombre el abrazo de corazón.

 

EL PERDÓN DE DIOS ES RADICAL

          “Más blanco que la nieve. “Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa” (9-11).

          El blanquear más que la nieve alude a la blancura del Líbano, deslumbrante bajo el sol. (Is. 1,18). Y significa la total destrucción del pecado. Los protestantes sostienen que los pecados “se cubren, se raen, no se imputan”, es decir, quedan ahí en el corazón del hombre aunque Dios, con vistas a la justicia de Jesús en la Cruz, haga la vista gorda y no se les tenga en cuenta. De ahí que sea clara la frase de Lutero: ”El hombre es, al mismo tiempo, justo y pecador”.

La doctrina católica mantiene que el hombre justificado queda limpio internamente, sin la menor nube ni sombra. “He disipado como una nube tus delitos y como nublado tus pecados” (Is. 44,22). Los pecados quedan «blancos como la nieve» y «como la lana» (Cf. Isaías 1, 18).

Dios arroja los pecados a lo profundo del mar. Y todo es obra de la gracia. “No es suficiente que la gracia sea imputada. Es necesario que sea implantada” (Car. Newman).

“Los vasos de oro o de vidrio, cuando se rompen, no pueden ser reparados  sino por la fusión” (Talmud). Todos nuestros pecados son fundidos en el horno del infinito amor.

“No hay necesidad de ascesis extenuantes; siéntate donde tú sabes; reúne tus pensamientos en el Único y que tu amor sin cesar lo implore”. (Poeta hindú).

El salmista pide que aparte su vista de “sus pecados”, que los ponga a la espalda para que ya nunca los pueda ver. No pide que aparte su vista de él (v.13)  sino de su pecado. “Dios lejos del pecado pero cerca del pecador” (R. Lack). También pide que borre su culpa. El verbo máhan = borrar indica destrucción. Es como borrar la escritura de un manuscrito. “Bórrame del libro que has escrito” (Ex. 32,32).

 

REINO DE LA GRACIA. .

 El perdón es un acto creador de Dios. (12-13)

          “Crea en mí” Es la palabra que aparece en el Gn. En la creación de las cosas “bará”. Se habla de una nueva creación. El salmista no le pide a Dios que cambie su corazón de piedra en un corazón de carne, como habían pedido los profetas (Ez. 36,26). Su oración es más audaz: Le pide que le cambie el corazón viejo por uno nuevo. Ese corazón ya está cansado, no da más de sí, y hay que sustituirlo por otro nuevo. Es necesario el trasplante.

Sólo Dios puede crear. El verbo bará  nunca se emplea para designar una actividad del hombre. Sólo Dios es el sujeto de este verbo. De ahí que se necesite la acción del Espíritu, con una triple epíclesis, para llevar adelante esta obra.

El salmista pide “un espíritu firme” (v. 12). Se trata de un espíritu fiel a la Alianza. Tras las experiencias pasadas el  hombre, que se sabe enfermo, necesita un espíritu que le robustezca y  prolongue en él la acción creadora.

Pide también un “espíritu generoso” (v. 14). Que no dé Dios el espíritu a cuentagotas, que lo derrame con generosidad, con abundancia, con derroche. No se trata de cumplir mínimos ni de  una pura exigencia externa. Necesita de un impulso interior que traspase los límites de lo mandado o prohibido. “Un espíritu de fuego que se esfuerza en complacer” (Cornelio).

Finalmente pide que no se le quite su santo espíritu (v. 13). Desea un futuro libre de vacilaciones y para eso necesita de Dios. De lo contrario pronto volverá a sus andanzas.

“Más que la penitencia de los latinos (satisfacción), más que la metanoia de los griegos, hace falta la tesubat hebrea, una conversión en lo íntimo del alma, una especie de comunicación del

corazón de Dios al corazón del hombre con vistas a instalar allí en amor que se ha perdido” (A. Carré).

En la conversión bíblica se da una nueva creación. “Convertirse es entrar en el Océano de un amor que tiene orilla por todas partes y por ninguna tiene fondo”. (M. Blondel).

Si Dios me crea de nuevo mi vieja y antigua vida de pecado ha desaparecido. Yo soy ya otro para Dios y nunca me va a echar en cara los pecados de antes. Me mira como un recién nacido.

 

“Devuélveme la alegría” (14)

Uno de los efectos inmediatos de esta nueva situación es la alegría profunda de la salvación. Es la alegría de  la mujer que encuentra la dracma perdida; la alegría del pastor que halla a su oveja; es la alegría del  Padre que encuentra al hijo que daba por perdido.  No sabemos cuál será la mayor alegría de los hombres, pero sí sabemos la de Dios: “habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc.15,7).

Para Dios, cuando nos convertimos de corazón, las cosas quedan mejor que antes (La pecadora. Lc.7, 36-50).

Una de las mayores alegrías para nosotros debería ser la reconciliación con nuestros hermanos. Hay que seguir teniendo la confianza de antes y gozar del reencuentro.

 

Desata mi lengua, Señor (v.17)

          Los pecadores han tenido atada la lengua. No han podido hablar bien  de Dios, alabarle, agradecerle. Una vez que este pecado ha desaparecido, comienza la lengua a proclamar lo grande que Dios ha sido con ellos.

En el evangelio descubrimos que los enfermos, una vez curados, confesaban las maravillas de Dios. Bonita idea de la “confesión”: decir lo que Dios ha hecho conmigo: estando tan hundido me salvó.

 

El sacrificio que agrada a Dios (v.18-19)

          El creyente ofrece a Dios no un sacrificio de sustitución sino que se presenta él mismo como sacrificio (Ro. 12,1).

“No es el culto el que sostiene la vida sino la vida la que sostiene el culto” (Kasemann)

En el Talmud se recordará que Dios había dicho a David:” Para mí es mejor un día consagrado al estudio de la Torá que mil holocaustos ofrecidos por tu hijo Salomón sobre mi altar”.

“La humilde contrición de los pecados es para ti el sacrificio que te place, un perfume mucho más suave que el humo del incienso…allá se purifica y lava toda iniquidad”. (Kempis. Imitación de Cristo).

 

TERCERA PARTE:  LITURGIA NACIONAL  (v. 20-21).

El destierro fue tiempo de aflicción y de quebranto. Sin templo y sin instituciones sacras, Israel tuvo la oportunidad de ofrecer a Dios un sacrificio grato: la propia existencia, un alma arrepentida y un espíritu humillado. Después del exilio  el pueblo retorna al solar patrio y emprende la reconstrucción del templo y de las murallas (época de Nehemías [cf. Ne 2,17-20; los sacrificios tienen valor nuevamente: son expresión externa del sacrificio íntimo, existencial.

Por tanto, un autor del postexilio añadió  estos versos al salmo original, y lo adaptó a la nueva situación en la que vivía la comunidad que regresó del destierro. De este modo dio  al salmo una dimensión de liturgia nacional. No es un añadido falso teológicamente, puesto que el salmo no condena el culto sin más, sino cierto culto: el que se ha convertido en rito, carente de vida. Cuando el culto es expresión de la vida, bienvenidas sean todas las prácticas  cultuales.

Cuando se restablezca y haya de nuevo culto en Jerusalén, estos sacrificios ofrecidos con un corazón humillado y contrito, serán bien aceptados por Dios: la reconciliación será absoluta.

Lo que Dios quiere, dice el salmo, es que el hombre no se destruya más, sino que tenga un corazón nuevo, una vida nueva. Por eso, cuando la vida del hombre vuelve a embellecerse, puede estar feliz y cantar en acción de gracias: «aceptarás los sacrificios requeridos, oblaciones y holocaustos; entonces se ofrecerán becerros sobre tu altar».

Puede servir para las comunidades donde hay una conversión al amor, a la unidad. Ahora todo tiene sentido. La Eucaristía es un banquete; el rezo del Oficio Divino, un festín; la vida consagrada, una fiesta de libertad; las dificultades se asumen con facilidad; la existencia misma es un privilegio; la vida, un himno de alegría; todo se ve diferente porque todo aparece revestido del manto del amor.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

Lutero: “Dar gloria a Dios es aceptar que Él tiene razón. He aquí la condición previa para la fe”

Schechter: “Cuando el hombre dice: he pecado,  ningún ángel de destrucción puede ya tocarle”.

Faustina Kowalska, mística polaca: “Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Una cosa sirve: que el pecador deje entornada la puerta del propio corazón. El resto lo hará Dios”.

Peguy:

“Hacer agua pura con el agua mala,

hacer agua joven con el agua vieja;

hacer agua nueva con el agua usada…

hacer almas frescas con las almas viejas,

hacer almas claras con las almas turbias.

Almas impuras que llegan a ser puras…

Es el más bello secreto que hay en el

jardín del mundo”.

Al-Ghazali, maestro místico del s. XI: “Dios es excelso y tiene 100 misericordias. De éstas, 99 se las retiene dentro y sólo una la ha manifestado al mundo terreno. En virtud de ésta, las criaturas se muestran recíproca compasión: la madre se enternece del hijo y el animal es afectuoso con su criatura. Y cuando llegue el día de la Resurrección, Él juntará esta misericordia con las 99 y las pondrá sobre las criaturas y cada una será amplia como el cielo y la tierra”.

Faustina Kowalska, hermana polaca mística, fascinada por el amor misericordioso de Dios, dice: “aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la misericordia divina es mucho más grande que nuestra miseria. Una cosa sirve: que el pecador deje entornada la puerta del propio corazón. El resto lo hará Dios”.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

 Es verdad que, durante muchos años, hemos dado importancia a cosas que no tenían. San Pablo distingue bien “El PECADO” Y “LOS PECADOS”. Los pecados son trasgresiones de la ley, El pecado es “ese misterio de iniquidad” que nos destruye por dentro, nos aliena, y aniquila la vida de la sociedad. Y a ése hay que darle mucha importancia.  Lo peor de nuestra sociedad es que “ha perdido la conciencia de pecado”.  Si no se roba es porque no se puede.

 Y lo más grave es que, si no hay conciencia de pecado, no puede haber “experiencia del perdón”. El que no conoce a Dios perdonando no conoce a Dios amando, es decir, no lo conoce d ninguna manera.

Las grandes parábolas de la misericordia son la mejor “revelación de Dios”. El que no se conmueve ante la parábola del Hijo Pródigo es que no tiene corazón.

Si no ponemos en medio del mundo un DIOS-AMOR, este mundo se llenará de odios, de guerras, de destrucción.

También estamos asistiendo, de una manera alarmante, a la crisis de parejas. Puede haber muchas causas, pero una puede ser el no tener capacidad de perdonar. La convivencia es lo más difícil, pero sin capacidad de perdón estará siempre amenazada.

Conozco a muchas religiosas que se han ido de sus comunidades no por razones de fe ni de trabajo, sino por “asfixia”. En una comunidad se ha buscado de superior al que más sabía, al que más cualidades tenía y no a aquellas personas-puentes, que son capaces de aúnar, hacer paces, buscar el lado bueno y positivo de las personas etc. Y, desde luego, lo que más ayuda en una comunidad es la capacidad de perdón auténtico y sincero, como el de Dios “que nos crea de nuevo”.

 PREGUNTAS 

  1. Cuando Dios me perdona me crea de nuevo. ¿Sé crear yo también un corazón nuevo en relación con las personas a quienes perdono? ¿Quito todos los prejuicios? ¿Las miro como si ahora acabara de conocerlas?

 

  1. Cuando Dios me perdona pone dentro de mí una alegría que me cala hasta los huesos. ¿Siento esa alegría cuando perdono y me siento perdonado por mis hermanos?

 

  1. Una vez que he experimentado la maravilla del perdón, ¿me hago pregonero, propagandista de este mismo perdón que yo he recibido gratuitamente?

 

ORACIÓN

 Misericordia, Señor, por tu bondad”

¡Misericordia! ¡Qué palabra tan rica de contenido! Está compuesta de miseria y cordia. Es decir, corazón. Lo nuestro es la miseria. Y el corazón es de Dios, ¿y qué ocurre cuando se encuentra el corazón de Dios con nuestra miseria? Pues que la miseria desaparece como desaparece la escarcha a la salida del sol.

 “Yo reconozco mi culpa”

Ante Ti, Señor no quiero buscar excusas ni justificaciones. Como el publicano de la parábola me postro ante Ti para decirte lisa y llanamente: he pecado. Reconozco que soy pecador y esto de nacimiento. “En pecado me concibió mi madre”. Toda mi existencia viene marcada por el pecado. Pero sé que mirando y remirando mi pecado no voy a salir del mismo. Por eso yo necesito mirarte a Ti, necesito encontrarme contigo para que me devuelvas la alegría de sentirme salvado, de sentirme querido por Ti.

 “Crea en mí un corazón puro”

Yo no te pido simplemente que cambies mi corazón, sino que me des un corazón nuevo. Con este corazón viejo yo he fracasado y, desde ahora, yo quiero emprender una vida nueva. Que mi conversión sea un nuevo nacimiento. Haz que sepa estrenar el amor, estrenar la esperanza, estrenar la alegría de vivir en tu amor. Y, con estos ojos nuevos del amor, haz que ame a mis hermanos sin prejuicios. Que no me fije en su pasado negativo. Que sepa mirarlos como si hoy los conociera por primera vez.

 “Mi lengua cantará tu justicia”

Desde esta nueva situación yo quiero ser el cantor de tu bondad. Quiero pregonar al mundo entero tu amor misericordioso. Haz de mí, Señor, un apóstol de tu amor perdonador