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Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Sembrar y frutecer

23 de septiembre de 2020

“Porque la vida es eso: ¡sembrar, sembrar, sembrar!

Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente,

en el surco, en el viento, en la arena, en el mar…”

(José Ángel Buesa).

                Siempre es tiempo de sembrar. Porque vivimos y mientras vivimos. Todos estamos interconectados, repetimos frecuentemente en este tiempo. Somos una sola familia que habitamos la misma Casa Común. Y todo lo que hacemos cae en un terreno habitado: los otros. La familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los que nos ven… Todos ‘los otros’ son esa tierra en la que dejamos caer nuestra vida, nuestras acciones, nuestro modo de vivir. Nuestra vida es una siembra constante entre ‘los otros’ que nos rodean.

                Cada uno de nosotros también somos sembrados. Primero por nosotros mismos, por nuestro esfuerzo o por nuestra pereza, por nuestra búsqueda de una vida digna y solidaria o por nuestro egoísmo, por nuestro interés por el bien común o por nuestro aislamiento en lo individual, por nuestra generosidad o por nuestro pasar de los demás… Todo lo que hacemos o dejamos de hacer es siembra constante que nos ayuda a crecer en humanidad o en dureza de corazón.

                Somos nuestros propios sembradores y somos sembrados por todo y por todos los que nos rodean. Nuestra familia, amigos, profesores, compañeros, acontecimientos, problemas y posibilidades que nos ofrece la realidad del mundo… todo lo que nos rodea y nos afecta de un modo u otro. También por los medios de comunicación y sus tendencias, sus obsesiones, sus buenas propuestas, sus mensajes solidarios… Somos cada uno de nosotros la tierra consciente que puede desechar la mala simiente o acoger con gozo la buena semilla de la bondad.

                Por ser tierra de siembra, necesitamos atención, reflexión y tomar decisiones ante lo que nos rodea y nos puede influir para bien o para mal. Ser sembradores es lo que es lo que nos responsabiliza y nos dignifica. Nos responsabiliza porque, queramos o no, lo aceptemos o no, nuestra vida, nuestro proceder influye en personas concretas, a nuestro alrededor, en nuestro círculo de relaciones. no podemos lavarnos las manos ni desentendernos. Entre todos, edificamos o destruimos. Nadie está dispensado.

                Y nos dignifica. Nos hace pequeños constructores de un mundo mejor. Nuestra pequeña buena simiente se extiende y multiplica. Sucede cuando encuentra esa buena tierra de siembra que acoge la buena semilla de nuestra vida. Esta es nuestra responsabilidad y nuestra dignidad. Nuestro aporte personal a ese mundo mejor que anhelamos. Pensar así, acoger este planteamiento y ponerlo humilde y sencillamente a trabajar, da un color nuevo, bello, a nuestra vida de cada día. Vida escondida y sin brillo, pero que, más allá de la apariencia de ‘inutilidad’, fortalece el bien que así avanza y frena el mal que parece progresar.

                Sí, anhelamos un mundo mejor. Pero también podemos dejar a un lado y convertimos en mala simiente que prepara frutos no deseables. Y que ennegrecen nuestro mundo y nuestra propia persona. El mal va perdiendo terreno -aunque sea despacio y parezca que crece- cuando hay buenos sembradores en el mundo.

“¡Qué difícil es unir

el tiempo de frutecer

con el tiempo de sembrar!”

(Juan Ramón Jiménez)

                ‘Frutece’ cuando empieza a dar fruto una planta. ¡Qué bien lo dice el poeta! Nos gusta que el fruto de nuestra siembra se vea ¡ya! Como no sucede casi nunca, podemos abandonar y ¡sálvese quien pueda! Nos cuesta ‘unir’ el tiempo de sembrar con el de ‘frutecer’. Y olvidamos que en la vida todo es un proceso, más bien largo que corto. La semilla sembrada, buena o mala, dará fruto a su tiempo. Incluso puede cumplirse “el refrán de que uno es el que siembra y otro el que siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos” (Jn 4,37-38). Pero este refrán no es una desgracia, ni una razón para retirarse al lado, sino un motivo esperanzador y solidario para hacer de nuestra vida una siembra generosa de bien que dará fruto más allá de nosotros y de nuestro tiempo.

“Hoy sembraré una sonrisa …para que haya más alegría.

Hoy sembraré una palabra consoladora…para cosechar serenidad.

Hoy sembraré un gesto de caridad…para que haya más amor.

Hoy sembraré una oración …para que el hombre esté más cerca de Dios.

Hoy sembraré palabras y gestos de verdad…para que no crezca la mentira.

Hoy sembraré un gesto pacífico…para colaborar con la paz.

Hoy sembraré en mi mente una buena lectura…para el gozo de mi espíritu.

Hoy sembraré justicia en mis gestos y palabras…para que reine la verdad.

Hoy sembraré un gesto de delicadeza…para que haya más bondad.

Si cada uno de nosotros hoy siembra al menos alguna de estas semillas, posiblemente nos podamos mirar como verdaderos hermanos y colaboradores de un mundo más humano”.[1]

                Y, para terminar, otro gran poeta y el mejor Maestro Sembrador:

Cristo, legislador, no escribió nada;

ni papiro dejó ni un pergamino:

quedó tras él su espíritu divino,

su fe con su memoria inmaculada.

Cristo, rey, no empuñó cetro ni espada;

en el polvo sembró de su camino

de su fe la semilla; a su destino

dejándola y al tiempo encomendada.

(José Zorrilla)


[1] Texto cuyo autor no he logrado encontrar.

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