Como todos los años, la ciudad y archidiócesis de Zaragoza celebra la fiesta de su patrón san Valero. Como es sabido, fue obispo de Zaragoza a finales del siglo III y principios del siglo IV. Conducido a Valencia, durante la persecución de Diocleciano, con su diácono san Vicente, mientras este fue martirizado, se supone que él murió desterrado. El 20 de octubre de 1121 su brazo fue llevado desde Roda de Isábena a Zaragoza, pocos días después de que el obispo Pedro de Librana consagrase la catedral de San Salvador (la Seo). Desde entonces, el culto del santo obispo -reforzado con la llegada de su cráneo en 1170- ha estado unido a la Seo.

Estos hechos nos pueden parecer lejanos en el tiempo pero están cargados de significado. Cuando la Iglesia diocesana está comenzando a organizarse después de la reconquista, vuelve su mirada hacia aquel que, como Abraham, se puede considerar nuestro “padre en la fe”. Alguien auténticamente “bienaventurado” porque sufrió persecución a causa de Cristo y por ello recibió una recompensa “grande en el cielo” (cf. Mt 5, 11-12). Valero vivió en un periodo difícil, en medio de la persecución, en la que tuvo que hacer realidad su nombre (“valiente, vigoroso, fuerte”), practicando de forma heroica la fortaleza y la esperanza.

Como en el pasado, también hoy nosotros estamos llamados a ser fuertes, no solo en esta situación de pandemia, sino en este contexto en el que vivimos de una sociedad secularizada que nos tiene que impulsar a “dar razones de nuestra esperanza” (1 Pe 3, 15) mediante el ejemplo de quienes estamos llamados a ser “sal y luz” de la tierra, para que viendo nuestras obras, quienes nos rodean den gloria a Dios (Cf. Mt. 5, 13-16). 

Los cristianos no miramos al pasado con nostalgia, como la mujer de Lot, echando de menos lo que dejamos atrás, sino que tenemos que mirar hacia lo que nos espera, la vida eterna y en los santos, como Valero, podemos encontrar estímulo en el ejemplo de su vida, al tiempo que Dios “nos ofrece… la ayuda de su intercesión y la participación en su destino” (cf. Misal Romano. Prefacio I de los Santos)

San Valero, “de todo bien amigo” (Gonzalo de Berceo) interceda por nosotros, para que nos conceda un corazón manso y humilde semejante al de  Cristo. Acudamos a él con una memoria agradecida por la fe recibida de quienes nos han precedido y de petición de perdón por nuestras infidelidades al Señor, y de ayuda para avanzar en nuestro seguimiento a Cristo, “para que, animados por su presencia salvadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos… “la corona que no se marchita” (Prefacio citado).

¡Feliz día!