Un café con Jesús
Flash sobre el Evangelio del Domingo de Cristo Rey – (23 /11/2025)
Este año cumple cien años la institución de la solemnidad de Cristo Rey por el papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. El Concilio Vaticano II situó esta celebración en el último domingo del tiempo litúrgico para poner de manifiesto que en Cristo culmina el plan de Dios, que se nos ha ido desvelando a lo largo del año. Con palabras del apóstol Pablo, en su carta a los Colosenses (1, 12-20), se nos invita a «dar gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz». Cuando he visto entrar a Jesús en la cafetería, no he podido menos de darle las gracias por ser como nos ha recordado el Evangelio de hoy (Lc 23, 35-43)…
– Da las gracias al Padre, que es quien ha tenido la iniciativa de enviarme a vosotros para sacaros de las tinieblas y trasladaros a mi Reino -ha reaccionado ante mi saludo-.
– Y a ti, que, dócil a su voluntad, aceptaste ser en todo semejante a nosotros menos en el pecado -he respondido mientras le acercaba su taza de café-. Tu actitud, asumiendo el tormento de la cruz y perdonando a los que se burlaban de ti, me ha conmovido. El evangelista dejó escrito cómo viviste, en el momento cumbre de tu existencia, uno de los rasgos fundamentales de la ética cristiana que habías proclamado en el sermón de la montaña: el perdón de los enemigos. A mí me hubiera resultado muy difícil resistir la tentación de bajar de la cruz cuando pusieron a prueba tu paciencia diciéndote que, si eras el Mesías, lo probaras salvándote del tormento…
– … y de morir rodeado de dos malhechores como si fuera uno de ellos -me ha interrumpido tomando un sorbo de café y mirándome amistosamente-. Todo lo que rodeó mi muerte fue duro, pero ejemplar para vosotros. Pilato mandó colocar sobre la cruz un letrero con la inscripción “Iesus Nazarenues Rex Iudeorum” (INRI: Jesús Nazareno Rey de los judíos). Pretendió justificar que había decretado la crucifixión porque yo me había proclamado “rey de los judíos”. Pero lo que para él no pasaba de ser una burla, en realidad era la pura verdad. Mis discípulos lo entendieron después de mi resurrección y los cristianos pronto empezaron a divulgarlo diciendo: “Regnavit a ligno Deus” (Dios ha reinado desde el madero de la cruz).
– Ahora caigo en la cuenta del acierto de la Iglesia al leernos en esta solemnidad de Cristo Rey ese fragmento del Evangelio de san Lucas en el que un malhechor reconoce tu realeza pidiéndote: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» -le he dicho cogiendo en mis manos la taza de café y tomando un sorbo-.
– Y, además, no olvides que mi vida entre vosotros, mi muerte en la cruz y mi resurrección ha supuesto un paso definitivo del Antiguo Testamento a la nueva Alianza sellada con mi sangre para el perdón de los pecados. En los libros de los Macabeos, se narra la muerte de los mártires que, fieles a la Ley de Moisés, mueren con el deseo de la destrucción de sus enemigos; los mártires cristianos han aprendido de mí la lección, y desde el primer mártir cristiano, el diácono Esteban, hasta vuestros días, los mártires cristianos mueren perdonando.
– Así es, en verdad -he corroborado-. Emociona visitar el museo de los Mártires Claretianos, aquí, en nuestra Iglesia diocesana, y leer los testimonios de perdón que dejaron escritos allí donde pudieron, un envoltorio de chocolate o la madera de un atril, durante su cautiverio antes del martirio. Es un testimonio bien reciente y no el único ni mucho menos. Si repasamos la historia de la Iglesia, encontramos frecuentes testimonios de los mártires cristianos, pidiendo el perdón para sus perseguidores. Jesús, tú reinas desde la cruz y el perdón: ayúdame a reinar contigo -le ha dicho al despedirme con otro fuerte abrazo-.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (23, 35-43)
En aquel tiempo, el pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te dijo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los Colosenses (1, 12-20)
Hermanos: damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha traslado al reino del Hijo de su Amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, todo fue creador por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre se su cruz.
Palabra de Dios.