Opinión

Francisco Yagüe

Rompiendo estereotipos

20 de diciembre de 2018

Estos días me venía a la cabeza la historia de María, una trabajadora de una empresa de la economía social. María lleva unos meses trabajando. Es la primera vez que lo hace en un entorno normalizado y fuera de la economía informal.

Cuando le anunciaron que tendría unos días de vacaciones durante las próximas fiestas, ella preguntó de manera espontánea: “¿pero es que tengo que cogerme vacaciones? ¿Qué voy a hacer en casa? Pero si estoy muy bien aquí trabajando”.

María pertenece a la comunidad gitana. Sus oportunidades como mujer han sido muy pocas. Su realidad familiar ha sido dura, complicada. Con escasa formación, se ha dedicado a su familia y a alguna actividad dentro de la economía informal.

María ha demostrado que, en un entorno de trabajo favorable, es capaz de superarse, de retomar las ganas por aprender y, sobre todo, demostrar que le gusta y quiere trabajar.

El ejemplo de María no es aislado. El otro día me contaban que varias familias gitanas que se encontraban en la sala de espera de un hospital, estaban escuchando a uno de los suyos que les decía: “No se puede seguir viviendo de las ayudas sociales. Esto se acaba. Lo que tenéis que hacer es obligar a vuestros hijos a estudiar, para que luego trabajen y se ganen la vida dignamente. No se puede vivir de las ayudas sociales”.

Estos ejemplos y otros muchos que podría contar de personas inmigrantes, de personas que han vivido muy cerca la exclusión social y la pobreza, ponen en cuestión varios prejuicios que están arraigados en nuestra sociedad. Por la empresa de la economía social que comentaba anteriormente, han pasado ya un buen número de personas trabajadoras pertenecientes a la comunidad gitana y la mayoría han sido excelentes trabajando.

Estas realidades son una bofetada a los voceros que han aglutinado, en su discurso político y de manera formal, todos esos prejuicios subyacentes en nuestro imaginario colectivo. Voceros cuyos argumentos no están basados en datos estadísticos, en investigaciones sociológicas y económicas, en las realidades cotidianas; sino en el miedo, en los juicios frente a los distintos, a los desconocidos y, sobre todo, en percepciones sesgadas.

Podría dar datos de nuestra agencia de colocación sobre las personas que vienen a solicitar un sello, para justificar que están en búsqueda activa de empleo y así poder presentar una petición de ayuda social. Muchos se sorprenderían y cuestionarían afirmaciones racistas tan vigentes hoy en día.

Y este análisis no lo hago desde el “buenismo”, término que se han inventado para desautorizar y burlarse de los que creemos en la solidaridad, en el desarrollo de todos los pueblos y creemos que todas las personas tenemos una dignidad inalienable.

Buenismo es seguir votando a partidos políticos que no ponen medidas serías para acabar con la corrupción en sus organizaciones. Buenismo es justificar que un empresario o corporación empresarial pague sueldos de miseria a sus trabajadores. Buenismo es creer que todo lo que hemos conseguido como personas o profesionales nos lo merecemos y que los pobres son pobres porque quieren. Buenismo es pensar que sólo los inmigrantes se aprovechan de las ayudas sociales. Buenismo es pensar que una mujer maltratada quizá se lo merezca. O que un delincuente de “baja estofa” está en la cárcel porque él se lo ha buscado.

¡Qué el Señor de la Vida, del Amor y de la Justicia habite nuestros corazones la próxima Navidad, para que seamos testimonio de buenas noticias, como la de María y otras tantas personas anónimas que tejen una realidad esperanzada y obstinada en dar la razón a los discursos de voceros agoreros!

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