La existencia de la clase de religión en la escuela parte de un derecho fundamental avalado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por la Constitución Española: los padres tienen derecho a que sus hijos sean educados de acuerdo con sus convicciones religiosas y morales. Es decir, que no haya contradicción entre lo que hay en la familia y lo que hay en la escuela; entre lo que enseñan los padres y lo que enseñan los profesores.

Para salvaguardar este derecho, el Estado español firmó diversos acuerdos con diferentes confesiones religiosas (católica, evangélica, judía e islámica). De esta manera, los padres están tranquilos de que sus hijos reciben los conocimientos teóricos y prácticos de su religión en el ámbito de la escuela; la religión es un saber y debe estar en donde están los diferentes saberes.

España es un país aconfesional; es decir, ninguna religión tiene carácter estatal; aunque la propia Constitución ordena mantener relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. En este marco, el Estado no tiene jurisdicción para determinar quien puede ser profesor de una religión o de otra; sólo la propia confesión religiosa tiene esa facultad.

La Declaración Eclesiástica de Competencia Académica (DECA) es cursada en diferentes centros universitarios públicos y eclesiales, y expedida por la Conferencia Episcopal Española. Este título, garantiza que las personas que la han cursado con aprovechamiento, tienen los conocimientos necesarios del mensaje cristiano y su pedagogía, para impartir la Religión y Moral Católica en las diferentes etapas educativas. Hay una DECA para infantil y primaria y otra para secundaria y bachillerato.

Pero el profesor profesa su materia. No entenderíamos un profesor de Matemáticas que no las considerara importantes en su vida o un profesor de Educación Física que no viviera su asignatura. Por eso, además de poseer la DECA, el futuro profesor de Religión y Moral Católica tiene que tener una “idoneidad” que garantice que aquello que conoce (el mensaje cristiano), lo vive cada día. Por tanto, para ser profesor de cualquiera materia, no sólo son necesarios los conocimientos básicos de la asignatura, sino también vivirla. Esto es lo que permite que los padres estén seguros de que, lo que van a oír sus hijos en clase de religión, es lo que ellos quieren y no las ideas de los profesores.

Finalmente, cuando un profesor ha obtenido la DECA (conocer) y se le ha considerado “idóneo” (comprender), el obispo diocesano le envía a dar clase a un colegio o instituto determinado mediante la “missio canonica” (aplicar). Este es el servicio que la Iglesia Católica y sus profesores prestan a la escuela y a la sociedad para garantizar el derecho fundamental de los padres a una educación libre.