Podemos alejarnos de Dios, pero ¿podemos decir que Dios está lejos de nosotros?

Raúl Romero López
9 de septiembre de 2019

SALMO 38

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 2 Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera;

3 tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí;

4 no hay parte ilesa en mi carne, a causa de tu furor;

no tienen descanso mis huesos, a causa de mis pecados;

5 mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas;

6 mis llagas están podridas y supuran por causa de mi insensatez;

7 voy encorvado y encogido, todo el día camino sombrío,

8 tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne;

9 estoy agotado, deshecho del todo, rujo con más fuerza que un león.

10 Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,

no se te ocultan mis gemidos;

11 siento palpitar mi corazón, me abandonan las fuerzas,

y me falta hasta la luz de los ojos.

12 Mis amigos y compañeros se alejan de mí,

mis parientes se quedan a distancia;

13 me tienden lazos los que atentan contra mí,

los que desean mi daño me amenazan de muerte,

todo el día murmuran traiciones.

14 Pero yo, como un sordo, no oigo,

como un mudo, no abro la boca;

15 soy como uno que no oye y no puede replicar.

16 En ti, Señor, espero, y tú me escucharás, Señor Dios mío;

17 esto pido: que no se alegren por mi causa,

que cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

18 Porque yo estoy a punto de caer, y mi pena no se aparta de mí.

19 Yo confieso mi culpa, me aflige mi pecado;

20 mis enemigos mortales son poderosos,

son muchos los que me aborrecen sin razón,

21 los que me pagan males por bienes,

los que me atacan cuando procuro el bien.

22 No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos;

23 ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación

 

Ambientación

El salmo 38 es bastante complejo, pues abundan temas distintos: lamentación de un hombre ante la prueba; confesión de un pecador arrepentido, plegaria de un acusado… ¿Se trataría de elementos sálmicos independientes, amalgamados por un redactor posterior? La mayoría de autores se inclinan por la unidad del salmo, manteniendo en él una lógica interna. Alguien, agobiado por los sufrimientos, se siente como castigado por Dios a causa de sus pecados. El salmista reconoce su pecado y le pide a Dios que lo trate con benignidad y no le abandone

 

Meditación-Reflexión

 

Situación angustiosa e insostenible del salmista

En aquella época, la enfermedad se creía como un castigo por los pecados. De ahí que se volcaran sobre el enfermo, además del sufrimiento físico, el sufrimiento moral y, sobre todo, la sensación de lejanía por parte de Dios. Veamos detenidamente.

 

  1. Enfermedad física. Se trata de una enfermedad física grave: “No hay parte ilesa en mi carne” (v.4). Su cuerpo es una llaga, pero no una llaga tratada, en fase de posible curación, sino una llaga abierta que supura y despide un olor insoportable. Una especie de lepra que no tiene remedio. Las espaldas le arden (v. 8) y sus huesos no le dejan descanso (v. 4). Al no poder recuperar fuerzas por la noche, a la mañana siguiente, anda como sonámbulo, “encorvado y encogido” (v. 7). “Su corazón palpita con violencia y le abandonan las fuerza” (v.11). Y su alma, al estar unida a este cuerpo enfermo, siente angustia y tristeza de modo que “todo el día camina sombrío” ( v.7).

Notemos que una vida así ya no es vida humana. Lo menos que se le podría hacer es quitarle el dolor. Jesús, cuando se encontraba con personas de este tipo, se conmovía y los curaba. Jesús no estaba de acuerdo con el sufrimiento de la gente, ni lo está tampoco ahora.

 

  1. Sufrimiento moral.

a) Por parte de los amigos. “Mis amigos se alejan de mí. Mis parientes se quedan a distancia” ( v.12). Este sufrimiento ahonda el sufrimiento físico y lo hace más insoportable. Todos tenemos experiencias de haber estado mal y, sin embargo, hemos podido contar con los amigos, los vecinos, la familia. El cariño y la cercanía de las personas a quienes quieres son la mejor medicina. Ellos comparten, es decir, parten-contigo el dolor. Y un dolor partido es menos dolor.

b) Por parte de los enemigos. “Me tienden lazos, me amenazan de muerte” (v. 13). Es una especie de ensañamiento, de crueldad. Lejos de compadecerse de su sufrimiento, le ponen lazos para que caiga del todo. Su gozo es verlo morir y que desaparezca del mapa. Es claro que los enemigos le odian a muerte y quieren regodearse en este odio al suponer que, por tratarse de un castigo divino, Dios también lo aprueba. Algo así le ocurrió también a Jesús. Los enemigos estaban felices no sólo porque moría Jesús sino porque moría en la Cruz y así podían justificar que Dios estaba con ellos, al leer en Dt..21,23. “Maldito el hombre que cuelga del madero”.

c) Por parte de Dios. Es la pena más cruel, la que más le duele. Siente a Dios lejano, es más, lo ve entre sus enemigos.

 

Dios aparece como

El tirador de flechas. El enfermo siente como si le acribillaran a flechazos. Y el saetero es Dios. (v.3) Hace suyas las palabras de Job: “Llevo clavadas las flechas del Todopoderoso y siento cómo bebo su veneno” (Job 6,4)

Como un peso. Es como si la mano de Dios se dejara sentir apretando (v.3). Y ese peso de Dios no lo puede soportar ya que el peso de la mano de Dios es peor que el pie del hombre cuando pisa.

Explicación

 

  1. En la Biblia hay una tendencia a aplicar a Dios actitudes que son propias de los hombres.

 

  1. Hay que distinguir entre la sensación y la realidad. El hombre, en este caso el salmista, tiene sensación de lejanía de Dios cuando lo pasa mal. Pero, en realidad, ¿está Dios lejos?

 

+ El pueblo de Dios tuvo también esta sensación de abandono: “Sion decía: Me ha abandonado el Señor, mi Dueño me ha olvidado” (Is. 49,14). Pero, ¿qué le contesta el Señor? En el versículo siguiente, dice: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is. 49,15). Lo que el hombre vive son sensaciones. Pero la realidad de Dios es todo lo contrario a lo que nosotros sentimos.

 

+ Es lo mismo que le ocurrió a Jesús en la Cruz. Se sentía “abandonado de Dios”.  Y sin embargo Dios nunca estuvo tan cerca de su Hijo. Jesús acabó abandonándose en manos de su Padre

 

Aplicación al salmo

El salmista, a pesar de sentirse tan lejos de Dios, jamás ha cortado el diálogo: al contrario, ha sabido poner en Dios toda su confianza: “Señor, todas mis ansias están en tu presencia” (v. 10). Ha puesto en Dios todos sus sufrimientos, sus angustias, sus preocupaciones. También sus anhelos, sus deseos de salir de esa situación. Y antes ha sabido preparar el terreno.

 

  • Ha sabido reconocer sus pecados. “Yo confieso mi culpa” (v.19). No ha adoptado el camino del fariseo que fue al Templo a justificarse. En cambio ha adoptado la postura del publicano quien, en un rincón del Templo, sólo decía: “Ten compasión de mí que soy un pecador”. A Dios se va en plan de indigencia y no de exigencia.

 

  • No ha fomentado en su corazón sentimientos de venganza contra sus enemigos. Al contrario, con alma generosa, ha sabido responder con bien a los que le atacaban con mal. “Me pagan males por bienes; me atacan cuando procuro el bien” (v.21). Es la sabia norma de San Pablo: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Ro. 12,21).

 

  • Ha sabido confiar en Dios. “No me abandones, Señor Dios mío, no te quedes lejos” (v. 22). Esa lejanía que sentía de Dios a través de una mano fuerte que le pesaba al principio, ahora la siente suave, dulce, acariciante, signo de una gran cercanía.

 

Este salmo también nos sirve para hablar de las terribles consecuencias del pecado: Éste es el cuadro:

         Es un peso (3), no me deja descansar (4), produce insensatez (6), me hace ir por la vida “encorvado y encogido” (7), me agota y me destruye (9), convierte mi vida en un grito (9), me quita la luz de los ojos (11), y, sobre todo, me aleja de Dios (22).

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 

Este salmo se cumple en la pasión y muerte de Jesús.

 

“Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y poniéndose de rodillas ante Él, le hacían reverencias” (Mc. 15, 19-20). “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo, que baje ahora de la Cruz ese mesías, ese rey de Israel, para que creamos en él” (Mc. 31-32).

Pero Jesús cargó con todos nuestros pecados y así nos liberó de ellos y de sus terribles consecuencias. “Llevó nuestros pecados en su cuerpo para que muertos al pecado, viviéramos para ser justos. Sus heridas nos han curado” (1Ped. 2,24).

La muerte de Jesús en la Cruz nos ha dejado bien claro que, aunque aparentemente nos sintamos separados de Dios, Él siempre está cerca y nunca nos abandona. Dios no estaba de acuerdo con aquella muerte ni con ninguna. Por eso resucito a Jesús.

“Cuando se sufre demasiado, se llega a no ver claro; las pupilas caen o se endurecen, los ojos se llenan de lágrimas” (L. Desnoyer).

“En la no-resistencia, en el silencio, se le deja a Dios la última palabra”. (Jacquet)

 

ACTUALIZACIÓN

 

Hay todavía mucha gente que sufre terrible soledad. Lo peor de todo es creer que Dios está lejos. Después de la muerte de Cristo ya no se puede pensar así. Nunca estuvo el Padre tan cerca de Jesús. Por eso lo resucitó.  Una cosa es lo que sentimos y otra la realidad. Dios no puede dejar nunca de ser Padre para con nosotros. Y está más cerca cuando más lo necesitamos.

También hay personas que conservan un sentido de culpabilidad. Padres y madres que, al tener algún hijo drogadicto, piensan que no lo han educado bien. Se dan muchos factores y hemos de pensar que los padres en general, lo hacen con los hijos lo mejor que saben y pueden. Por lo demás, Jesús no quiere que andemos con la cabeza baja.

 

Preguntas

 

  1. ¿He sentido, alguna vez en mi vida, el silencio de Dios? ¿En qué forma? ¿Cómo he reaccionado ante él?

 

  1. En situaciones de dolor (enfermedad física o moral), ¿me he sentido abandonado por parte de aquellas personas (familiares o amigos) que deberían haber estado más cerca que nunca?

 

  1. ¿Sé aportar ilusión, esperanza, amor, alegría a tantas personas que llaman a mi puerta pidiendo ayuda porque “ya no aguantan más”?

 

ORACIÓN

 

“Señor no me corrijas con ira, no me castigues con cólera”

Señor, no te pido que no me corrijas. Sé que tengo errores y muchas veces me he separado de Ti. Merezco que me corrijas. Pero corrígeme como Padre y no como Juez. Yo no puedo ver tu rostro airado. Yo no puedo soportar tu semblante enojado. Corrígeme, pero con amor.

 

“Voy encorvado y encogido. Todo el día camino sombrío”

No hay nada que pese tanto como el pecado. El pecado nos hace ir encorvados y encogidos. Y es que el pecado es desamor y lo que más nos hunde en la vida es caminar en soledad sin una mano amiga, sin una palabra de aliento, sin una presencia que nos acompañe. Un amigo tuyo, S. Agustín, dijo una bella frase: “Mi amor es mi peso”. Un peso que no oprime, sino que alivia; un peso que no aplasta, sino que aligera; un peso de alas que sirven para volar.

 

“Todas mis ansias están en tu presencia”

Hoy, Señor, quiero derramar mi alma ante Ti. Quiero venir a Ti con mis problemas, mis preocupaciones, mis ansias, mis deseos. Todo lo pongo a tus pies. Todo lo dejo en tu presencia. Tú nos has dicho: “Venid a mí todos los que estáis cansados y yo seré vuestro descanso”. Yo quiero descansar en Ti, echando el fardo de mis inquietudes en tus brazos. Desde ese momento yo ya quiero vivir en paz.

 

“Dios mío, no te quedes lejos”

Señor, lo único que realmente me preocupa es tu lejanía. No hay nada que me duela tanto como el tener la sensación de que Tú estás lejos de mí. Tu lejanía es oscuridad, tu cercanía es luz. Tu lejanía es enfermedad, tu cercanía es salud. Tu lejanía es muerte, tu cercanía es vida. Y yo quiero tener luz, salud, alegría, felicidad, vida. Es por eso que te grito: “¡Dios mío, no te quedes lejos!”.

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