Salmo 21
2 ¡Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
y cuánto goza con tu victoria!
3 Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
4 Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
5 Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
6 Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
7 Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia:
8 porque el rey confía en el Señor
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
9 Que tu izquierda alcance a tus enemigos,
y tu derecha caiga sobre tus adversarios:
10 préndeles fuego como a un horno
el día en que te muestres;
que el Señor los consuma con su cólera
y el fuego los devore.
11 Destruye tú su estirpe en la tierra
y su descendencia entre los hombres.
12 Aunque preparen tu ruina y tramen intrigas,
nada conseguirán;
13 porque los pondrás en fuga
asestando el arco contra ellos.
14 Levántate, Señor, con tu fuerza
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.
INTRDUCCIÓN
Este salmo aparece íntimamente relacionado con el anterior. En el salmo 20 se pedía que Dios concediera la victoria al rey. Aquí, en el 21, Dios ya se la ha concedido y el rey con su pueblo da las gracias. Este salmo se solía cantar en el Templo, en el lugar donde Dios había escuchado la súplica y desde donde le había concedido la victoria. “El salmo es una descripción grandiosa y verdaderamente oriental del ideal israelita de lo que es un rey” (H. Gunkel).
El rey se goza, pero ¿de qué se goza el rey? (2)
El rey se goza, se alegra, se siente feliz por la victoria. Pero no se goza de su fuerza, de sus cualidades estrategas, de su esfuerzo. Sabe que la victoria se la debe a Dios. Y a Él se la atribuye. Nuestros éxitos pastorales o nuestros logros en el terreno de la fe no son nuestros. Son pura gracia de Dios. Pretender gloriarnos de ello equivaldría a querer “robarle a Dios” lo que es suyo. El rey sabe disfrutar con el triunfo de Dios. Y ésa debe ser la dicha del que trabaja por la causa de Dios. Que todo redunde en gloria suya.
Un Dios que concede todo lo que nuestro corazón pide (3)
Los deseos del corazón… ¿quién los podrá medir?, ¿y los deseos del rey?, ¿y los deseos de todo un pueblo? Y, sin embargo, aquí parece que todos los corazones se han puesto de acuerdo en una oración comunitaria. Y Dios les ha concedido lo que pedían. Dios no puede negar nada a una comunidad que tiene “un solo corazón y una sola alma”. Por otra parte, los labios no expresaban sino los sentimientos del corazón. Esta coherencia entre lo que se dice, se piensa, se siente y se vive…es lo que más agrada a Dios.
El Dios que nos primerea (4)
El contenido de esta palabra tan querida por el Papa Francisco ya lo encontramos en este salmo.
Una bonita definición de Dios podría ser ésta: “el que nos lleva la delantera”. Dios siempre toma la iniciativa. “Él nos amó primero” (1Jn 4,10). Y cuando se adelanta siempre es para amarnos, para bendecirnos, para ayudarnos. Y también para coronarnos. La corona no sólo la pone a aquel rey, sino a todos nosotros que en la creación nos hizo reyes y nos coronó “de gloria y dignidad” (Sal 8). ¡Qué bonita sería nuestra vida en total consonancia con lo que Dios quiere!…
El don supremo (7)
El salmista sabe agradecer a Dios todos los dones que le da. Pero sabe distinguir muy bien cuál es el supremo don: el gozo de su presencia. La cercanía de Dios, el cariño y la ternura de Dios no pueden mezclarse con otros dones por muy apreciables que sean. Dios es Dios. Y el que tiene a Dios lo tiene todo. Hay que acostumbrarse en nuestra llamada vida espiritual a ser felices con Dios. Con Él solo y nada más.
La aclamación de la Asamblea (8)
Es una aclamación muy emotiva de la Asamblea ante la victoria de su rey. Y nos preguntamos: ¿Por qué le aclama? ¿Acaso por ser un rey poderoso? ¿O por ser un buen guerrero? ¿O tal vez por ser un buen gobernante? La Comunidad aclama a su rey porque sabe confiar en el Señor. Lo que entusiasma a la Asamblea es la fe tan grande de su rey. Sabe fiarse plenamente de Dios. Y saca las consecuencias: de un rey así el pueblo se fía TOTALMENTE. Y hace votos para que siga siempre así. El pueblo está seguro que así nunca podrá fracasar.
Cambio de tercio. ¿Se puede pedir la venganza y la aniquilación de los enemigos? (10-13)
Escuchamos la voz de autores competentes:
“Los enemigos del rey y del pueblo son enemigos del plan histórico de Dios, intentan destruir la salvación histórica que Dios va realizando; por eso el pueblo reza para que Dios destruya esa agresión” (P. Alonso Schökel).
Dios no quiere destruir a las personas pero sí quiere que se destruya el mal que hay en esas personas. Es una amenaza para los demás y para ellos mismos. Es una llamada de atención para que caigamos en la cuenta de cómo odia Dios el pecado. Es el pecado el que puso en la cruz al mismo Hijo de Dios. Ahí es donde se ve su malicia. Nosotros lo debemos tomar en serio y no tratar de minimizarlo.
En todo caso, el sentimiento de venganza que llevamos dentro, hay que depositarlo en el corazón de Dios para que lo purifique y nos lo envíe a la tierra totalmente renovado. Ante ese Dios de brazos gigantescos, que abarcan a derecha e izquierda a los enemigos, cabe preguntarse: ¿Y si algún día los enemigos cayeran en la cuenta de que los grandes brazos de Dios sólo los tiene para abrazar y no para castigar? “Como dista el oriente del ocaso, aleja de nosotros nuestros delitos” (Salmo 103, 12)
“Aquí, como en otros salmos, el rostro de Dios aparece filtrado por la ideología monárquica del ambiente cortesano de Judá. Estos salmos cobran un nuevo colorido desde las palabras y las acciones de Jesús de Nazaret, el Mesías coronado de espinas y crucificado, que vino para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia”. (José Bortolini. Conocer y rezar los salmos. Pg. 114-115).
El salmista pide a Dios que se levante.
La asamblea, que ha recogido los sentimientos del rey, quiere al final recalcar bien los dos temas que han resonado en todo el salmo: la petición y la acción de gracias.
Con una gran osadía le pide a Dios “que se levante”, que no se quede sentado y esté siempre atento, y bien despierto ante la posible amenaza del enemigo. Por otra parte sabe agradecer todos los beneficios recibidos. Nosotros deberíamos compaginar nuestra oración de petición con la de acción de gracias.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
“El instrumento con el que Jesús ejerce la realeza no es el arco que hiere y mata a los enemigos, sino la toalla ceñida con que enjuga los pies de todos, (Jn. 13,1-15). En lugar de matar, Jesús prefiere dar vida; en lugar de exigir la vida de sus perseguidores, los llama de la muerte a la vida (Jn 11,1-44). Este es el modo con que la actividad de Jesús transforma radicalmente la visión de los salmos reales, convirtiéndolos en una oración válida también para nosotros” (Bartolini. O.c. pg. 115).
A Jesús se le sorprende en el evangelio “mirando al cielo” y dando gracias a su Padre Dios. “Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra”. (Mt. 11,25). Ante la tumba de Lázaro:” Gracias, Padre, porque siempre me escuchas” (Jn. 11,42).
Los cristianos, ¿sabemos agradecer?. San Pablo nos ve a todos, judíos y cristianos, sin salida. Todos hemos pecado. Pero hay un pecado que a Pablo le duele más: el de la ingratitud. “Aunque le conocieron no le glorificaron ni le dieron gracias” (Ro. 1,21)
“¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: Gracias a Dios? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oir con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad” (San Agustín).
“Si no reconocemos lo que recibimos, nunca despertaremos al amor” (Santa Teresa de Jesús).
“Más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es dar gracias a Dios por él” (San Agustín).
ACTUALIZACIÓN
El salmo destaca la íntima unión entre el pueblo y su rey. El rey está para servirles, para defenderles de los enemigos. Y el pueblo le estima, le venera, y le agradece. Un rey así genera bienestar, alegría, paz, unidad. Hay una coherencia entre los deseos del rey y los deseos del pueblo. ¿Es eso lo que buscan los gobernantes de nuestros pueblos, de nuestras ciudades, de nuestras Naciones? Aparecen muy cercanos al pueblo a la hora de las elecciones y después se olvidan de lo que han prometido.
También en nuestros días abunda el pecado de la “ingratitud” con relación a las personas mayores Ellos que han dado todo y ahora no reciben ni una visita, una caricia. Hay que darse alguna vuelta por las Residencias. Los ancianitos necesitan poco: un poco de comida, unas medicinas, un poco de calor, pero todo esto “con mucho amor”.
En el Monasterio de Piedra, sobre el lecho seco de un riachuelo hay una frase del poeta indio R. Tagore: “Nadie se para a dar gracias al rio seco, por su pasado”.
PREGUNTAS
- En nuestra vida espiritual, cuando sólo hacemos oración de petición o súplica, ¿no nos parece que estamos reduciendo la oración? ¿Qué lugar ocupa la oración de acción de gracias?
- ¿Sé unir mi historia personal con la historia de mi comunidad, de mi barrio, del pueblo o la ciudad donde vivo?
- ¿Sé imitar a Dios adelantándome a las necesidades de mis hermanos (as)?
ORACIÓN
“Te adelantaste a bendecirlo con el éxito”
Señor, lo reconozco, yo no puedo competir contigo. Tú siempre me sacas ventaja, siempre vas por delante. Y, lo más bonito de todo, es que me adelantas para sorprenderme con tu amor. Te adelantas para protegerme, te adelantas para ayudarme, te adelantas para bendecirme. Señor, ya que no puedo ir por delante de ti, al menos haz que pueda seguirte lo más cerca por detrás. Dame la gracia de acercarme a ti en fidelidad y poner mis pequeños pasos en las grandes huellas que tú vas dejando en el camino.
“El rey confía en el Señor y con la gracia del Altísimo no fracasará”
Señor, qué lindo es poder decirte: “Me fío de ti”. Como se fió Abraham, como se fió Moisés, cómo se fió María, tu Madre. Déjame decir con tu apóstol Pablo: “Yo sé bien de quién me he fiado”. Mi experiencia personal es ésta: siempre que he confiado en mí mismo, en mis propias fuerzas, he fracasado. Yo ya no quiero fracasar más en mi vida. Por eso, de aquí en adelante, quiero fiarme plenamente de ti.
“Lo colmas de gozo en tu presencia”
Lo tuyo, Señor, lo que a ti te va, lo que a ti te agrada es el “llenarnos hasta rebosar”. A tu Madre la llenaste de gracia. También a nosotros nos quieres llenar de gozo. ¡Qué bobos somos! Sabemos que sólo tú puedes hacernos felices del todo y, sin embargo, vamos buscando la felicidad por caminos distintos a los tuyos. Te dejamos a ti, “manantial de aguas vivas y nos fabricamos cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua” (Jer 2,13). Míranos, Señor, y sácianos de gracia en tu presencia… Míranos y sácianos de amor, de alegría y gozo. Que tu Espíritu venga sobre nosotros y nos llene de tus dones.