Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio de la fiesta de la Exaltación de la Cruz – (14/09/2025)
El 13 de septiembre del año 335, cuando el emperador Constantino ya había decretado la libertad religiosa para todo el Imperio, se consagraron dos basílicas en honor de Jesucristo, una en el lugar de la crucifixión y otra en el lugar de la resurrección. Al día siguiente, el 14 de septiembre, fue expuesta a la veneración de los fieles la reliquia de la cruz que, según la tradición, había sido encontrada por la madre de Constantino, santa Elena. Este es el origen de la fiesta que hoy celebramos y que litúrgicamente se antepone al domingo. La primera lectura (Num 21, 4-9) y el evangelio (Jn 3, 13-17) de la Misa nos descubren el sentido glorioso de la cruz de Cristo…
– “Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo” -he dicho a Jesús a modo de saludo-. El párroco nos ha aclarado el origen de esta fiesta de la Exaltación de tu santa Cruz; si siempre mereces nuestro agradecimiento, hoy como nunca.
– Vuestro párroco es una buena persona y un hombre sabio. Supongo que os habrá aclarado el episodio de las serpientes venenosas que atacaron a los israelitas cuando caminaban por el desierto hacia la tierra prometida -me ha dicho mientras nos hacíamos con nuestras respectivas tazas de café-.
– Por cierto, que ese episodio de unas serpientes venenosas mordiendo a los israelitas en las arenas del desierto me resulta inquietante. ¿No fue un castigo terrible? Cierto que venían murmurando contra Dios, pero… -le he dicho con mi taza en la mano-.
– Estás pasando por alto el sentido simbólico de aquel hecho -me ha replicado-. Igual que los israelitas, olvidas que el camino hacia la libertad siempre es arduo: verse libres de la esclavitud que sufrían en Egipto comportaba algún sacrificio que ponía a prueba si de verdad deseaban la libertad y confiaban en Dios; pero ellos siguieron el camino más corto: el de la impaciencia y la murmuración. Además, con aquel episodio el Padre quiso adelantarles un signo de lo que pensaba hacer. ¿Qué crees que significaba el encargo de colocar una serpiente de bronce en un estandarte para que los que la mirasen se curaran de la mordedura de las serpientes?
– Siendo sincero, te diré que me parece un remedio raro -he confesado-.
– ¿No te das cuenta de que aquel remedio era un gesto simbólico y premonitorio? Como dije a Nicodemo, en aquella noche en la que de forma vergonzante vino a hablar conmigo, «lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna». Me refería, claro está, a ser elevado en aquel instrumento de tortura, que era la cruz, y yo convertí en signo de esperanza y salvación…
– Visto así todo cambia -he reconocido después de apurar mi café-. Pero no es fácil asimilar que la muerte, aunque sea un paso previo y parcial para la elevación, es un paso necesario, si queremos participar en la victoria de Jesús sobre el mal.
– Por eso dije a Nicodemo que para ver el reino de Dios y entrar en él «hay que nacer de nuevo». El Hijo del hombre fue elevado sobre la cruz para que todo el que cree en él tenga vida eterna, porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su propio Hijo. Amigo mío, no he venido a juzgaros, sino a salvaros. ¿Lo entiendes?
– ¡Hay que nacer de nuevo! -he repetido entre dientes una y otra vez-, mientras pensaba en Nicodemo con unas cien libras de mirra y áloe para embalsamar el cadáver de Jesús cuando ya estaba muerto… ¿Ya no tenía miedo o empezaba a nacer de nuevo?