Esta expresión, que podría estar entresacada del conocido texto del Evangelio del Hijo Prodigo (Lc. 15, 11-32), es la que más dolor me produce –últimamente- cuando la oigo en isindebele y, a la vez, siento un profundo agradecimiento cuando una persona conocida decide dar el paso de comunicarme que ha decidido abandonar el país para buscar una vida mejor en Sudáfrica, Botsuana o Zambia; pues lo más habitual es irse en la oscuridad de la noche del bosque, en un viejo autobús, rumbo al sueño alimentado una y mil veces en las imágenes de una telenovela, donde todos los empobrecidos salen adelante a fuerza de trabajo o «tocados» por el azar, en un golpe de suerte que cambia maravillosamente su desgraciada existencia…

Otro sentimiento que aparece en mi interior es: «yo me hubiera ido antes». Pues ya son muchos los años que estamos viviendo esta «eterna» crisis político-económica que está destruyendo el tejido social y familiar de nuestro querido Zimbabue. En estos momentos, menos del 15 % de la población tiene un salario regular, que reciben más o menos mensualmente (en su gran mayoría funcionarios de las distintas administraciones). Y, el resto de la población, ¿Cómo sobreviven?: Agricultura de subsistencia, dinero procedente de la emigración, pequeña venta en las calles de las grandes ciudades… El presupuesto del gobierno para pagar el salario de los funcionarios alcanza ya el 85 % del presupuesto total. ¿Cómo pedirle a quien tiene iniciativa, el arrojo de la juventud o un talento innato…, que se quede en un país en el cual apenas queda esperanza de cambio? Seria inmoral hacerlo desde mi posición, cuando yo puedo abandonar el país en cualquier instante y retomar mi vida anterior sin apenas complicaciones.

Sé que son cifras y estas suelen ser frías, cuando no van acompañadas de imágenes, pero en ese ¼ % de la población de Zimbabue que se encuentra repartida entre: Sudáfrica, Australia, UK, Botsuana y Zambia, hay muchos rostros e historias conocidas. Y en medio de esta realidad migratoria que «sufrimos y vivimos» los que nos encontramos en este sur de África, duele mucho, ver las políticas que están llevando a cabo ciertos países del norte, que optan por «cerrarse», por salirse de políticas comunes buscando la propia seguridad, por construir muros, por levantar fronteras en medio del mar, por negar la existencia y la vida a quienes hablan, sienten o tienen un color diferente… ¡Cuánto miedo tienen que tener quienes hablan de «primero nosotros» y las migajas, para «esos que quieren entrar»! ¡Quizás no escucharon bien las palabras del Papa Francisco, recientemente, en su viaje a Marruecos o leen una versión del Evangelio que nada tiene que con Jesús de Nazaret!

Al mismo tiempo, una mirada a la historia reciente de España -la emigración a Europa en los años 50 y 60; o la emigración «interior», desde la montaña y el mundo rural, a las grandes urbes durante los 60 y 70- me ayudan a comprender que estamos asistiendo en esta parte de África, probablemente, al fin de un modo de vida inmutable durante generaciones y que ha sostenido el mundo cultural, espiritual, familiar, económico y social de muchas sociedades y grupos étnicos hasta el día de hoy.

Y algunos, os estaréis preguntando, ¿Cuál es vuestra misión allí cuando todo el mundo se quiere marchar? Simplemente, acompañar la vida y la fe de quienes: por su pobreza, su enfermedad, su limitación o su opción de vida, decidieron permanecer y continuar, desde la sencillez, la fe y la confianza, en la tierra que les vio nacer.

En este «Vía crucis particular» de nuestro pueblo Zimbabwano, a veces, sufrimos la tentación de mirar hacia otro lado, pues es doloroso aceptar que quienes podrían llevar a cabo el ansiado cambio socio-político, decidieron marchar, huir, empezar otra nueva vida, lejos…con aires de libertad.

La Pascua está ya presente entre nosotros y, con ella,  el deseo de seguir ofreciendo vida y vida en abundancia para quien, el día a día, se manifiesta hostil, duro y sin tregua.

Permanecer y resistir, no pueden ser únicamente opciones de desesperación o muerte, sino también de Vida y Esperanza, para aquellos que nunca recibieron más ayuda de la que procede del Amor más sincero.