Nuestra mayor riqueza

Es la vida que tenemos. Nuestra vida. Tal como la tenemos. Tal como nos fue dada. Nuestra riqueza está dentro de nosotros mismos. No afuera. No en el ambiente. No en las cosas que tenemos, ni en lo que conseguimos o aparentamos. Esta es nuestra gran aportación al mundo: nuestra vida. Es lo único irrepetible que tenemos cada uno de nosotros. Tu riqueza está en ti y no en lo que posees. Cuanto más posee el hombre, menos se posee a sí mismo. Arturo Graf

“La vida, que me es dada y en la cual me encuentro, no me es dada hecha sino por hacer”, dicen a una nuestros grandes pensadores del s. XX, Ortega y Marías[1].

Esta es la segunda afirmación: la vida, el primer gran regalo que recibimos, no se nos da como algo ya hecho, acabado. Es algo que tenemos que hacer. Es nuestra gran responsabilidad, nuestro gran proyecto: construir nuestra vida.

Esta vida que vamos haciendo es lo mejor -¿lo único?- que podemos y debemos ofrecer a los demás. Nuestra vida es la mayor aportación que hacemos a nuestro mundo. Una vida digna, cuidada, abierta a los demás, enriquece nuestro mundo. Con nuestra digna aportación, el mundo es un poco más habitable, más humano; en definitiva, mejor.

Cuando nuestra vida es egoísta, superficial, basada en el tener… nuestro mundo es más egoísta, superficial, obsesionado por el tener, por las cosas.

Esta vida nuestra regalada como no hecha, sino por hacer, se enriquece con la aportación de los demás. Venimos a la vida por medio de otros, nuestros padres, y la encontramos acompañados por muchos. Y mutuamente nos influimos, nos ayudamos, nos enriquecemos mutuamente.

Aunque también estamos influidos negativamente por los demás.  Nos rodea también el mal en todas sus formas: desde la violencia, el egoísmo, el desprecio…  hasta la estupidez, la banalidad y la frivolidad. “Contra toda la tempestad exterior de superficialidad y desconfianzas, de dudas de todos acerca de todo, de acusaciones y desilusiones, la gente, cada uno de nosotros, va destilando en su corazón lo que quiere dar y a quién y, cuando encuentra el momento, cada uno rompe su frasco de perfume” (Cardenal Martini).

Por eso es necesario ser nosotros mismos, discernir lo que nos rodea, los influjos que recibimos, las ideas que escuchamos. Y decidir cómo queremos ser, cómo queremos vivir.

Es verdad: el proceso general de la humanidad depende de todos los seres humanos. Globalmente construimos nuestra sociedad tanto en lo positivo como en lo negativo. Pero es igualmente cierto que esa globalidad nace y crece de la aportación personal de cada uno de nosotros, de cada uno de los que formamos nuestra sociedad. Si nuestra vida personal es rica en humanidad, en amor, en solidaridad… estamos impulsando cada uno de nosotros la habitabilidad de nuestro mundo.

“Es nuestra conducta, la de todos juntos y la de cada uno en particular, la que hace bueno o malo, confortable o inhóspito, el mundo que hemos recibido como hogar común”.

Podemos concluir que

1) cada uno y nuestra vida somos nuestra mayor riqueza. De cómo trabajamos nuestra vida depende la dignidad con que vivimos.

2) Dependemos mucho unos de otros. Para bien y para mal. Pero, sobre todo, para bien.

3) Los seres humanos cooperamos a que cada uno y todos juntos vivamos y podamos desarrollar nuestra vida como nuestra mayor riqueza para vivirla dignamente y ponerla al servicio del bien común.

4) La vida se nos da para que la construyamos positivamente y la entreguemos generosamente para el bien común.

Cada uno de nosotros somos un potencial positivo para los demás, para nuestro entorno, para nuestro mundo. Esa es nuestra riqueza. Esa que no tiene precio, pero que tiene un valor incalculable y único. Lo que yo no regale con mi vida a los demás, quedará perdido para siempre. Nuestra vida, nuestra riqueza es un cúmulo de posibilidades para nosotros y para lo demás. Que esas posibilidades sean siempre positivas y constructivas. En el hacer de cada día. Humilde, sencillo, imperfecto. A pie de calle, nuestro mayor campo de trabajo y de relación.

[1] cfr. Harold Raley, La visión responsable, Espasa-Calpe, Madrid, 1977, pag. 179).