El ser humano, desde el principio de los tiempos, busca incansablemente su razón de ser. El existencialismo se ha ocupado de dar respuesta en cierta medida al misterio de la vida y qué sentido tiene nuestra existencia. Durante años, a los creyentes nos ha confortado mucho el existencialismo cristiano al plantear el estudio de la religión como posibilidad de salvación. En mi caso, como estudiosa de la comunicación, neurocientífica y creyente, voy más allá. El cerebro además de ocuparse de la comunicación tiene muchas más capacidades de conciencia, inteligencia, sabiduría y amor de lo que imaginamos.

Como estudiosa de la comunicación, la frase de la Biblia que más me ha dado que pensar es “Y la palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”, Juan 1:14. Y así es, de todas las especies del reino animal en la Creación, los hombres nos diferenciamos en la palabra. Podemos verbalizar nuestras emociones, inquietudes y pensamientos, para compartirlas con otros y entre todos darle un impulso a la evolución.

Gracias al estudio de la neurociencia, del funcionamiento del cerebro y de mis propias investigaciones, cada vez encuentro más verdad y sentido a la referida cita bíblica, hasta tal punto que para mí se ha convertido en axioma.

Hasta comunicarnos y expresarnos como lo hacemos ahora, el cerebro experimentó una gran evolución. Pasamos de comunicarnos por gestos, de responder a estímulos de la supervivencia, para ir dando sentido y explicación a nuestra razón de ser.

Para seguir evolucionando necesitamos estudiar, profundizar, leer y compartir. Toda la comunicación es inherente a la vida, los gestos, la comunicación no verbal, la tradición oral, la palabra escrita y el intercambio de palabras que generan nuevos pensamientos para creaciones mundanas. 

La comunicación en las personas es global, nace en el cerebro y la mente para intercambiar todo tipo de experiencias y emociones que permiten nuestra evolución como especie. Este verano, gracias a mi hijo periodista Santi, descubrí que el fallecido profesor Donald B. Egolf, de la Universidad de Pittsburg, ya relacionó el estudio del cerebro y la comunicación, dando definición al concepto de neurocomunicación: “la investigación en neurociencia y comportamiento aplicada a la optimización del proceso comunicativo”. Esto quiere decir que el conocimiento del cerebro humano que proporciona la neurociencia se puede utilizar en el campo de la comunicación para hacer que esta sea más precisa, eficaz y productiva, atendiendo a diferentes variables emocionales del receptor del mensaje.

Les aseguro que es apasionante entender cómo el lenguaje nace cuando nos hacemos racionales gracias a esa capa del cerebro llamado neocórtex, que nos va a permitir verbalizar las emociones complejas que hemos experimentado durante millones de años, generación tras generación. Y todo ello está perfectamente imbricado para impulsar precisas conexiones nerviosas movidas por bioelectricidad (energía).

El cerebro da órdenes al cuerpo y gracias a estas nos movemos. Es una máquina diseñada para la supervivencia de la especie. Los estudiosos de la comunicación debemos potenciar el desarrollo y conocimiento de la neurocomunicación. Conocerla interesa también a instituciones y empresas, porque mejorando la comunicación seremos más eficaces, precisos y y distinguiremos con más claridad la verdad.

Quisiera terminar este artículo diciéndoles que se ha descubierto que el corazón contiene un sistema nervioso independiente, con una compleja y tupida red de neurotransmisores, proteínas y células, como si fuera un pequeño cerebro dentro otro mayor, que es el que está en nuestra cabeza para sentir, expresar y mover. Y éste, dicen los físicos cuánticos, es una réplica del universo. El descubrir los misterios del cerebro me acerca más a Dios, porque todo está diseñado de forma tan perfecta que responde a un cerebro de alta capacidad.