Opinión

José Antonio Calvo

¿Muertos o fantasmas?

2 de noviembre de 2018

El domingo pasado asistí a las exequias del sacerdote diocesano don José Laín Agustín. Fue a las diez de la mañana en la iglesia de San Valero, de donde había sido párroco de 1975 a 2001. El funeral se alargó, la misa de familias que iba a comenzar a las 11 se retrasó…

Y la situación es que cierto número de niños fue entrando a la iglesia, veían el féretro y asistían con asombro a los ritos de despedida (el agua bendita, el incienso). Ninguno se asustó. Participaban como los demás: se oían sus ‘amenes’ y se veía como se santiguaban e inclinaban sus cabecitas. Y esto, en medio de una sociedad que oculta la enfermedad y la muerte. Seguro que si sus padres hubieran sabido lo del funeral, no los habrían llevado para que no se ‘impresionaran’. Sin embargo, por lo que yo vi y oí, los niños entendían que la muerte y la despedida a una persona querida es de lo más natural: como la vida misma.

Contrasta el ocultamiento de la muerte, con la exaltación del producto yanki llamado Hallowen. Los niños no pueden despedirse de sus abuelos porque los puede traumatizar, pero si pueden disfrazarse de almas en pena, brujas y demonios. Un signo más de la incoherencia social que avasalla a la identidad familiar y personal. Un signo más de que aquello que se oculta, aparece mitificado. ¿Pero a quien se le ocurre mitificar la muerte y los muertos! Me parece que más nos valdría ser ecologistas no solo de bombo y platillo, sino de ojos abiertos a la realidad de la vida: de la propia vida y de la propia muerte, sin tabús y con confianza.

«Porque la vida de los que en ti creen no termina, se transforma». Esta visión, que es visión de fe y de esperanza, es la que puede hacer de la enfermedad y de la muerte experiencias en las que brote, crezca, florezca y dé fruto el amor. El amor divino y el amor humano. Y, ¿por qué no?, una nueva civilización.

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