La visita del Santo Padre a Irak ha conseguido, por unos días, que la Iglesia perseguida haya ocupado los «prime time» de los medios informativos. Aquella porción del Pueblo de Dios que peregrina en Irak ha pagado con sangre, durante la persecución del Estado Islámico, su fidelidad al Evangelio. Una persecución que actualizó, en nuestro tiempo, la Iglesia martirial y provocó el éxodo de miles de fieles que tuvieron que abandonar su modo de vida y sus haciendas en busca de seguridad.

Benedicto XVI insistió en numerosas ocasiones que la libertad religiosa constituye una garantía autentica para la paz. Francisco ha reafirmado esta idea, al proclamar también que aquella libertad es camino indispensable para la misma. El dialogo interreligioso es así uno de los hitos que configuran este camino.

En el encuentro interreligioso de la Llanura de Ur del pasado 6 de marzo de 2021, desde el horizonte del padre común Abraham, Francisco ha puesto de relieve como, elevando los ojos, el reconocernos mutuamente como hijos de Dios nos lleva, inexcusablemente, a amar a todo el prójimo. Solo así es posible entender, en todo su significado, la construcción de amistades fraternales sobre los escombros del odio entre cristianos y musulmanes que hoy restauran mezquitas e iglesias juntos. O el apoyo a la minoría cristiana por parte del ayatolá Al-Sistani que ha reconocido expresamente el propio Pontífice.

De ahí que el camino que el cielo nos enseña a recorrer aquí en la tierra es el propio camino de la paz; una paz que «no requiere vencedores ni perdedores, sino hermanos y hermanas que, a pesar de los malentendidos y heridas del pasado, caminan del conflicto a la unidad».

A la luz de la dolorosa experiencia de aquellos de nuestros hermanos que han sufrido persecuciones por razón de su religión, podemos tomar conciencia del auténtico valor de la libertad religiosa, que constituye un auténtico tesoro de las sociedades democráticas.

La libertad religiosa es uno de los elementos esenciales de la identidad de los creyentes y de su concepción de la vida, pero también es un bien preciado para los ateos, agnósticos e indiferentes, representando uno de los fundamentos de la sociedad democrática. Por eso estamos llamados a no callar ante todo tipo de violación de la libertad religiosa, en cualquiera de sus modalidades.

Porque la libertad religiosa es amenazada de muchas maneras, también en aquellas sociedades democráticas que, limitándose a su mero reconocimiento formal, pretenden banalizarla, reduciendo la misma a un mero acto de la conciencia interior sin posibilidad o atribución de valor social alguno a su manifestación exterior.