Lo estrecho es del diablo. La anchura es de Dios

Salmo 4

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 2 Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
3 Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?
4 Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
5 Temblad y no pequéis, reflexionad
en el silencio de vuestro lecho;
6 ofreced sacrificios legítimos
y confiad en el Señor.
7 Hay muchos que dicen: “¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?”
8 Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo y en vino.
9 En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.

 

INTRODUCCIÓN.

El salmo cuatro es un salmo de confianza. Algunos autores, basados en las insinuaciones de los versículos 5 y 9 han querido ver en él UNA “ORACIÓN DE LA TARDE”. No hace falta interpretar a la letra  esas frases, pero lo cierto es que ellas han motivado el uso del salmo en la liturgia de la Iglesia. En el salmo tercero el salmista se ha visto protegido por alguna protección nocturna y esta experiencia le ha dado seguridad para comenzar el nuevo día. Aquí, en el salmo cuatro, el salmista ha experimentado algún favor a lo largo del día y así se ha confiado sereno en brazos de la noche.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE PRINCIPAL DEL SALMO

“Tú que en el aprieto me diste anchura”…

La tierra ancha y espaciosa es lugar seguro, donde no hay nada que temer. Lo contrario a lo estrecho y montañoso donde pueden sorprenderte los enemigos.

La oración de los árabes es ésta: “Dios te dé espacio y quietud” (Reiske). La persona necesita un espacio para vivir. Y la vida de nuestro tiempo ofrece abundantes situaciones agresivas contra esta exigencia vital. De ahí que sienta una necesidad de espaciarse en el campo, en la montaña, en el mar. “Ahí está el mar: ancho y dilatado” (Sal 104, 25). Esta experiencia física nos lleva a otras situaciones de tipo moral o religioso.

 “Sabedlo, el Señor hizo milagros en mi favor”.

A pesar de que los enemigos han buscado la mentira y la calumnia, a pesar de no haber aceptado el veredicto de Dios en favor de su siervo, el salmista se siente seguro. Habla de un Dios que él ha vivido y ha experimentado. “De Dios sólo podemos saber lo que Él hace en nosotros” (K. Barth) Como hizo María en el Magníficat:” Dio gracias a Dios por todo lo que el Poderoso había hecho en ella”. ¿Y qué vio Dios en ella? “Ha mirado la humildad de su esclava”. Cuando uno está unido a Dios por la humildad, los milagros brotan en sus manos todos los días.

“Reflexionad en el silencio de vuestro lecho”

La noche, el silencio, puede favorecer la reflexión. Allí, en la soledad, libre de influencias adversas, pueden recapacitar los enemigos. La almohada puede ser para ellos una buena consejera. Un buen momento para hacer una reflexión sobre lo que hemos hecho durante el día. Un momento ideal para tomar la Biblia, leer un texto y dormirlo.  “Del texto recibido hablad en vuestro corazón sobre vuestro lecho; después callad” (Dhorme).

“Hay muchos que dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha?”

Esas personas ya no se dirigen a Yavé. Se lamentan sobre su triste existencia. No ven el bien. No captan ninguna señal de amor. Personas negativas, que sólo hacen quejarse de todo y de todos; que todo lo critican, que no esperan nada de los demás. Estas personas deben encontrar un sentido a sus vidas. Sólo una experiencia fuerte de Dios, una luz de lo alto, les puede iluminar su angustiosa situación.

“Pero Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino”

Por contraste con los anteriores, aquí hay un hombre feliz con Dios. Ha experimentado un gozo que le llena por dentro. Y no le llenan los dones de Dios, sino el Dios de los dones. Todas las bendiciones de la tierra se desvanecen frente al amor de Dios experimentado en el corazón. Los otros (los enemigos ricos) tienen experiencia de abundancia de trigo y mosto. Pero nada se puede comparar con la hartura y embriaguez de la cercanía de Dios.

v.9. “En paz me echo y enseguida me duermo”

En la Biblia aparece Dios “trabajando los sueños”. No sólo en el sentido de hablar a través de sueños, sino metiendo al hombre en el sueño, en esa zona oscura y secreta en la que el hombre es totalmente inconsciente y no puede intervenir. Es pura impotencia. Allá es donde Dios trabaja “a sus anchas”. Al despertar, se encontrará con una nueva situación. Dios sumerge a Adán en un profundo sueño para poder acceder, como por un nacimiento, a una existencia mucho más rica. En el sueño entra Adán, “el solitario”. Al despertar se encuentra con la grata sorpresa de Eva, “su compañera”, la única capaz -en toda la creación- de arrancarlo de su soledad.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

También Jesús, el nuevo Adán, quedó dormido en el sueño de la muerte. Al despertar, vivo y Resucitado, se encontró con un nuevo modo de existencia, infinitamente más bello y gratificante. Cada noche puede evocar en nosotros el misterio de la muerte de Cristo y su descenso a la sepultura. Y cada amanecer puede evocar su Resurrección. Así nos vamos preparando para el reposo eterno, sabiendo muy bien “de quien nos hemos fiado” (2 Tim 1, 12).

La noche es también un buen tiempo para el examen, para la reflexión. Santa Teresita del Niño Jesús acababa su jornada haciendo a Dios esta pregunta: “Y Tú, Dios mío, ¿estás contento de mí en este día?”

“En Ti reposaré mi cabeza y dormiré”. (P. Claudel)

“Fuera de Dios todo es estrecho”. (S. Juan de la Cruz)

“Dios nos da la holgura liberándonos por Cristo de la constricción de la ley, escuchando el sentido de la Escritura, ensanchando por dentro nuestra capacidad. Dando otro paso, podemos meditar que Dios es nuestro espacio, en el que nos movemos y existimos: un espacio infinito que hemos de recorrer perpetuamente sin encontrar fronteras: “Dios será, después de nuestra muerte, nuestro espacio vital”. (S. Agustín)

“Así como la desgracia es nuestro cuarto estrecho, que nos oprime y entristece, así también la ayuda de Dios es nuestra habitación amplia, que nos hace libres y alegres”. (Martín Lutero)

Actualización del salmo.

Decimos que el hombre de hoy sufre stress, que está angustiado (angustia viene de angosto). En el aspecto religioso hay que decir que la angustia es del diablo y la anchura es de Dios. El pecado nos atrinchera en espacios cada vez más reducidos; nos confina a una cárcel de egoísmo; nos lleva a levantar barricadas contra los demás. Pero Dios nos da anchura: aire para respirar, horizonte para mirar. “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (He 17, 28). Diríamos que en Dios vivimos a nuestras anchas, como el pez en el agua.

 

                                       PREGUNTAS

  1. El salmo me invita a ver la dicha. Cuando yo hablo de Dios, ¿de qué Dios estoy hablando? ¿Del Dios de los filósofos y los sabios… o del Dios revelado en Jesús y hecho experiencia gozosa y personal en mí?
  2. ¿Cómo estoy viviendo mi vida cristiana de grupo o de comunidad? ¿Con aprieto o con holgura? ¿Tengo en Dios mi corazón dilatado? ¿Me siento cómodo(a) y feliz en ese espacio vital?
  3. Desde mi experiencia de libertad en Cristo, ¿cuál es mi compromiso concreto a la hora de liberar a la gente de tantas esclavitudes externas e internas que le están amordazando?

ORACIÓN

En el aprieto me diste anchura.

El día, Señor, toca ya a su fin. Atrás quedan los trabajos, las prisas, el ajetreo de la jornada. Estoy solo y, antes de cerrar los ojos, mi oración sube hasta Ti. “En el aprieto me diste anchura” Quiero darte gracias, Dios mío, por la anchura. No puedo vivir en un lugar estrecho; me angustio, me agobio. Necesito asomarme al ancho cielo, al ancho mar, al horizonte infinito. Y, sobre todo, necesito anchura de corazón y libertad de espíritu. En Ti está lo “ancho y lo largo; lo alto y lo profundo” (Ef 3, 18). Yo quiero vivir siempre en la casa amplia y grande de tu Amor. Allí soy feliz. Allí vivo a mis anchas.

“En paz me acuesto”

Tengo paz, Señor y no me cambiaría por nadie. No temo la noche porque está envuelta en tu paz. Tú velas mi sueño como velabas el sueño de tus discípulos cuando dormían. Permíteme bajar contigo, esta noche, al sepulcro y dejar allí para siempre mi vieja vida de pecado y levantarme mañana estrenando la aurora de una nueva vida. Que todo mi ser quede penetrado del Misterio Pascual y así, cada jornada, con su ritmo de “noche y día”, me vaya preparando para el encuentro definitivo, sin traumas ni sobresaltos. Que pueda recitar este salmo a la hora de mi muerte: “en paz me acuesto y enseguida me duermo”, porque estoy seguro de despertar contigo en una noche eterna, llena de luz y de felicidad.

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