«Si me amarais, os alegraríais de que yo me fuera al Padre”
1.- Oración introductoria.
Señor, soy un buscador empedernido. Te busco a Ti con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser. Te busco y te ansío; te busco y te deseo; te busco y, aunque a veces no te encuentro, sólo en seguir buscándote, encuentro paz y satisfacción. Dame el gusto de encontrarte, o al menos, sigue aumentando en mí el anhelo de seguir buscándote.
2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 14, 27-31
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: «Me voy y volveré a vosotros.» Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
En pocas épocas de la historia, la paz ha sido tan necesaria como ahora, porque nunca la violencia ha sido tan salvaje y devastadora. No pedimos cualquier tipo de paz sino la que nos da Jesús, Y para un judío la palabra hebrea shalom significaba el resumen y cúmulo de todos los bienes mesiánicos. La paz de Jesús la ha bebido en las mismas entrañas de su Padre. Esa es la paz que crea comunión y hace felices a todos los que la poseen. Si los cristianos, especialmente en la Eucaristía, nos damos esa paz de Jesús, ¿Cómo es posible que después de comulgar tengamos esa agresividad, esa violencia, esa poca paciencia, esas palabras tan duras e hirientes? San Pablo nos diría: “Eso no es recibir el Cuerpo del Señor”. “Unas celebraciones así os hacen más mal que bien” (1Cor. 13,17). Por otra parte, qué consoladoras las palabras de Jesús: “Si me amaráis os alegraríais de que me fuera”. Sólo cuando estemos convencidos del amor que el Padre nos tiene, podremos ver la muerte como algo bueno, como lo mejor para nosotros. Y la mejor manera de vivir en paz y, sobre todo, de esperar también en paz “esa hora de la muerte” es tener experiencias del cariño que Dios, nuestro Padre, nos tiene.
Palabra del Papa.
“En este día mi deseo es que todos puedan conocer el verdadero rostro de Dios, el Padre que nos ha dado a Jesús. Me gustaría que todos pudieran sentir a Dios cerca, sentirse en su presencia, que lo amen, que lo adoren. Y que todos nosotros demos gloria a Dios, sobre todo, con la vida, con una vida entregada por amor a Él y a los hermanos. Y paz a los hombres. La verdadera paz no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura «fachada», que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso artesanal, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo […] Hemos podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que hoy se unan a nuestra oración por la paz también creyentes de diversas confesiones religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza para decir a Dios: Señor, concede tu paz al mundo entero. Y también a los no creyentes les invito a desear la paz, con un deseo que amplía el corazón, con la oración o el deseo, pero todos por la paz”. (S.S. Francisco, bendición Urbi et orbe, 25 de diciembre de 2013).
4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios que acabo de meditar. (Guardo silencio)
5.- Propósito. Hoy hacemos nuestro el deseo del Papa de pedir todos juntos por la paz del mundo.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.
Al terminar esta oración, siento la sensación de estar lejos muy lejos de lo que significa creer en la palabra de Jesús. Por eso, Señor, te pido que me acerques a Ti, que tome el aire de tu Espíritu y viva en esa atmosfera maravillosa en la que te movías Tú. Dame tu Espíritu, tu soplo, tu aliento. Así podré experimentar la ternura de Dios, mi Padre. Así también podré quitar de mi corazón toda raíz de violencia y agresividad y disfrutar de esa paz paradisíaca.
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén