Opinión

Vicente Jiménez Zamora

Palabras de vida

Lecciones de un tiempo de pandemia (I)

7 de agosto de 2020

Durante los meses de confinamiento por el estado de alarma a causa de la pandemia del coronavirus, Covid-19, se ha reflexionado mucho desde distintas perspectivas. El papa Francisco nos ha ofrecido ricos mensajes para la Iglesia y para la humanidad. En ellos nos marca la dirección y señala algunas claves y propuestas para reconstruir un mundo mejor que puede nacer de esta crisis. A la vez, la voz del papa Francisco despierta esperanza en medio de tanto sufrimiento e incertidumbre. El Papa apoya la esperanza en la fe, “porque con Dios la vida nunca muere” (cfr. Mensaje Urbi et Orbi del momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia, Atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020).

En estas cartas pastorales, ofrezco a todos los diocesanos algunas lecciones, desde la reflexión a la luz de la fe.

1ª. Conversión a Dios. Lo primero y siempre Dios. La pandemia nos ha hecho despertar del sueño de la omnipotencia del hombre  apoyado en la ciencia y en la técnica. Sin embargo el hombre sigue siendo criatura finita, frágil y débil, porque no es Dios. Solo Dios es el Absoluto, el Omnipotente, el Amor que ofrece sentido transcendente a lo que sucede en la historia. En Él vivimos, nos movemos y existimos.

Desde la fe creemos que Dios puede intervenir en la historia, de modos desconocidos para nosotros. Si no pudiera hacerlo de ninguna manera, no sería Dios. Por eso podemos acudir con confianza a él para pedir por la curación y salud de los enfermos. Esta oración también nos prepara para aceptar el desenlace que sea. No es una compra de salud, sino un modo de relacionarnos con Dios, desde nuestra fragilidad de criaturas y desde la confianza de hijos.

2ª. Sentido del dolor y de la muerte. La muerte nos ha golpeado duramente. La pandemia ha causado el sufrimiento más desgarrador en el corazón de muchas familias, que han visto enfermar y morir a sus seres queridos, en muchas ocasiones sin poder ofrecerles la compañía y el consuelo del amor.

Para la fe cristiana, la muerte no es la última palabra. Habrá un encuentro gozoso. Lo que uno no se puede perdonar, el amor infinito de Dios, manifestado en la cruz de Jesucristo, lo asume y le da sentido.

Las muertes de tantas personas durante la pandemia reclaman la oración cristiana y exigen un homenaje público de gratitud. Tenemos el sagrado deber de hacer duelo público: por dignidad de hombres, por fidelidad de familia y por solidaridad de ciudadanos no podemos dejar que se vayan de este mundo sin despedirlos, casi a escondidas, y sin ponerlos en las manos amorosas y creadoras de Dios. La misión de la Iglesia es regalar “una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido” (Is 61, 63).

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