Salmo 120

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1 En mi aflicción llamé al Señor,

y él me respondió.

2 Líbrame, Señor, de los labios mentirosos,

de la lengua traidora.

3 ¿Qué te va a dar o mandarte Dios,

lengua traidora?

4 Flechas de arquero,

afiladas con ascuas de retama.

5 ¡Ay de mí, desterrado en Masac,

acampado en Cadar!

6 Demasiado llevo viviendo

con los que odian la paz.

7 Cuando yo digo: “Paz”,

ellos dicen: “Guerra”.

INTRODUCCION

Con este breve poema se inicia la colección de salmos de peregrinación (120-134), que también reciben el nombre de graduales o de las subidas, porque eran cantados por los peregrinos que subían a Jerusalén, con motivo de las grandes fiestas anuales. Normalmente son cortos. De este modo podían memorizarse fácilmente.

San Agustín tiende a espiritualizarlos. Dice así: “Pongamos ante nuestra mirada al hombre que ha de subir. ¿En dónde ha de subir? En el corazón. ¿De dónde ha de subir? Desde el valle de lágrimas. ¿Adónde ha de subir? A lo inefable, a lo que no se puede expresar. ¿Quién comprenderá dónde estaremos después de esta vida si subimos con el corazón? Nadie. Por eso has de esperar un lugar de dicha inefable, preparado para ti por el que prepara tu subida del corazón”.

El primero de los cánticos de subida refleja la queja de un judío, cansado de vivir en un entorno de calumnia y de violencia. Por eso pide a Yavé que lo libre de esta situación. Más tarde el salmo es asumido por la comunidad y adquiere un carácter colectivo y nacional. Es el pueblo de Israel, víctima de los pueblos vecinos, el que alza su voz a Yavé para que le salve.

Con este salmo pueden rezar todos aquellos que viven en una sociedad dominada por la mentira, la calumnia y la agresividad.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DE ESTE SALMO.

Lo peor que nos puede pasar es “llamar” y no obtener respuesta. No es este el caso del salmista (v. 1.)

“Llamé al Señor y él me respondió”. El salmista no dice: llamé y espero respuesta, sino “llamé y me respondió”.  Él tiene esta bonita experiencia: siempre que ha invocado al Señor le ha respondido. ¿Acaso ahora va a hacerse el sordo? Precisamente ahora tiene un nuevo motivo para que le escuche: el salmista está recitando un salmo de subida. El orante no sube a Jerusalén sólo con el cuerpo sino con el corazón y con el alma. Hacia el Señor dirige todos sus sentimientos, sus emociones, sus deseos, sus anhelos. También sus angustias y sus aflicciones.  Siempre que el alma sube encendida de amor, Dios baja derramando amor y misericordia.

Que Dios nos libre de las “malas lenguas” (v. 2-3).

En un principio, la petición respondía a una situación real, a un caso concreto de un justo calumniado. Después pasó a ser plegaria estereotipada de cualquier persona que sufre a causa de las malas lenguas.

Los peregrinos que subían a Jerusalén a orar a Dios presente en el templo, sufrían la opresión de los impíos, prontos a proferir calumnias contra Dios y sus siervos. De los efectos devastadores de la lengua nos habla el libro del Eclesiástico:

“Un golpe de látigo produce cardenales, un golpe de lengua rompe los huesos. Muchos han caído por la espada, pero muchos más han perecido por la lengua” (Eclo 28,17-18)

La lengua nadie puede domarla, es un mal incansable cargado de veneno mortal (Sant. 3,8).

El autor pide un castigo ejemplar para los calumniadores y lo hace interpelando al culpable, pero encargando la ejecución a Dios.

Los que hacen un mal uso de la lengua, acaban mal (v.4).

En el salterio se compara las lenguas mentirosas a flechas afiladas. Aquí se desea que los enemigos sean heridos con sus propias armas. El calumniador recibirá la misma suerte que él quería dar a la víctima. Es la aplicación de la ley del talión. La retama era una madera muy dura y concentraba el calor por mucho tiempo. Tal vez se alude aquí al juicio devorador de Dios. De cualquier manera el salmista augura un final fatal para todos los que hacen mal uso de la lengua; para los traidores que disparan desde lejos o desde la oscuridad; aquellos que tiran el arma y esconden la mano. Como en otras ocasiones, aquí el salmista usa un lenguaje propio de la “ley del talión” totalmente superada por Jesús.

Vivir en un mundo de crispación, de odio, de insolidaridad es como vivir en el destierro. (v. 5).

Masac y Cadar están fuera de la tierra de Israel. Masac está en Asia Menor y Cadar en el desierto siro-arábigo. Probablemente estos nombres hay que tomarlos más en sentido figurado que real, como sinónimos de gentes y lugares bárbaros, ambientes de verdadero destierro.

Para un israelita, Jerusalén es el lugar de la verdadera paz, de la paz mesiánica. Y, sin embargo, la historia nos dice que esto ha sido más un deseo que una realidad. Pensemos en los enfrentamientos constantes entre judíos y palestinos. La verdadera paz vendrá en la Jerusalén del cielo.

Vivir en el destierro es vivir en una tierra inhumana donde no se respetan los derechos ni la dignidad de las personas. Allá donde las relaciones de respeto, de tolerancia, de diálogo y de fraternidad no se pueden vivir, se llama destierro. En este sentido hay en nuestros días muchos pueblos y ciudades que, en su mismo territorio, viven un auténtico destierro.

Volver a la verdadera patria es crear un mundo de solidaridad, de fraternidad, de diálogo, de comprensión. El destierro también lo podemos llevar dentro de nuestro propio corazón. Cuando alimentamos en el alma deseos de ira, de venganza, de racismo, estamos desterrados dentro de nosotros mismos.

En cambio, cuando fomentamos la ternura, la acogida, la hospitalidad, la dulzura, la mansedumbre, estamos construyendo la verdadera patria en nuestro propio corazón.

También la fe la podemos vivir en situación de destierro. En países que tradicionalmente han sido cristianos apenas se habla de Dios. Se le silencia, se le olvida o se le confina a las Iglesias o las sacristías. No se cuenta con Dios a la hora de las grandes decisiones culturales, políticas o sociales.

Tal vez, a nosotros los cristianos, nos entre el cansancio. Es lo que le ocurría al salmista. ¡Ay de mí! Llevo demasiado tiempo desterrado… Pero hoy más que nunca hacen falta hombres y mujeres que vivan su fe con ardor y estén dispuestos a dar razones de su esperanza. Para un cristiano su verdadera patria es Jesucristo Resucitado.

Nada, a la larga, cansa tanto como el pecado” (v. 6)

El salmista es un hombre bueno, pacífico, sabe disfrutar de las cosas sencillas y maravillosas de la vida: el amor, la amistad, las buenas relaciones con los vecinos, la apacibilidad de una ciudad sin tensiones ni enfrentamientos. Eso es lo que desea y busca. Pero le ha sido imposible. Se ve forzado a vivir con gente que busca los conflictos y parece que no sabe vivir sin ellos.

El salmista está ya cansado de esta situación. Y le pide al Señor que le conceda la gracia de vivir en paz. Él no sabe vivir en guerra. Y parece hacer suyo el grito de Sófocles en la Antígona: “Yo he nacido para el amor y no para la guerra”.

Dios no nos ha creado para la guerra sino para la paz (v.7).

El salmista alude a otra situación personal. Él vive la paz con tanta intensidad que, desde que amanece, se levanta con una preocupación, con una obsesión: saludar a todo el mundo dando la paz. La paz sea contigoLa paz sea contigo. Quiere construir la paz. Quiere hacer las paces con todo el mundo. Él no espera que vengan los enemigos a pedírsela. La da antes de que se la pidan. A este dulce y bondadoso ofrecimiento de paz, los enemigos le responden diciendo: Guerra.

“La guerra hace la guerra a la paz. En cambio, la paz nunca hace la guerra a la guerra” (Péguy).

Hay un refrán español que dice: “Dos no riñen si uno no quiere”. Pero a veces ese refrán no se cumple. Eso le pasa al salmista. Él es inocente y se siente agredido por un enemigo belicoso.

A veces, en algunas de nuestras comunidades cristianas, existen personas que, por razones de tipo psicológico o por conflictos personales no superados, están frenando la marcha de una comunidad abierta al diálogo y a la reconciliación. Consciente o inconscientemente, más con las actitudes que con las palabras, siembran la discordia. Las personas buenas, que trabajan incansablemente por la unidad y la fraternidad en esa Comunidad, sienten complejo de culpabilidad. ¿Qué hacer? Rezar y trabajar la unidad por dentro. “Corazón tantas veces dichoso sobre un fondo de pena” (Péguy).

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Jesús llamó “dichosos” a los constructores de la paz. (Mt. 5,9). Por amar a las personas y desear que vivieran libres de todo y de todos, expulsó demonios, curó enfermedades, resucitó muertos y puso al descubierto cualquier forma de dominación, también la dominación religiosa del templo y la intelectual de los doctores de la ley y los fariseos. Entregó libremente su vida (Jn. 10,18) para que nadie esclavizara a nadie.

Jerusalén y el Templo situados en lo alto de los montes de Judá constituía la meta que anhelaban los peregrinos de Israel. En el lenguaje bíblico, subir al monte designaba un “itinerario espiritual”. Se abandonaba la llanura de la cotidianidad para encaminarse a la altura de Dios.

Jesús condujo a los discípulos hacia el monte en la Trasfiguración.

San Agustín: “El cuerpo peregrina por lugares; el alma por afectos. Si amas el mundo te alejas de Dios en tu peregrinación. Si amas a Dios, subes a Dios”.

Santo Tomás: “La paz es obra de la justicia indirectamente, en cuanto remueve los obstáculos que a ella se oponen; pero propia y directamente proviene de la caridad, que es la virtud que realiza por excelencia la unión de todos los corazones”.

San Juan Crisóstomo, camino del exilio: “Él me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas donde me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro, mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? “Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo”. Cristo está conmigo ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña”.

ACTUALIZACIÓN

En España, estamos viviendo momentos de gran crispación, no sólo entre los políticos sino también entre los ciudadanos que, bajo cualquier pretexto, ocupan violentamente las calles.  También podemos decir que “vivimos desterrados”, lejos del ámbito de unas buenas relaciones humanas. ¿Qué debemos hacer los cristianos? ¿Huir? No, sino luchar contra esta situación con nuestras propias armas, las de la tolerancia, la solidaridad, la fraternidad. La unidad.

Para el israelita, Jerusalén es el lugar de la paz, de la paz mesiánica. Para el cristiano, el lugar de la paz es el hombre, lo profundo de la persona, allí donde el Padre y Jesús han decidido venir a poner su morada (Jn. 14,23). La obra del cristiano se orienta a estar en paz con el hombre. El hombre nunca deber ser “lobo para otro hombre”.

Vivir en el destierro es vivir en una tierra inhumana. Para un judío vivir lejos de Sión era un destierro. Para un cristiano, el verdadero destierro es vivir en una tierra donde se hace imposible vivir unas relaciones normales de respeto y fraternidad. La construcción de la vida en solidaridad es volver a la verdadera patria, eliminar el destierro y ver el rostro de Jesús con claridad.

PREGUNTAS

1.- ¿Tengo para mis hermanos palabras duras, hirientes?

2.- ¿Está mi comunidad abierta al diálogo, al perdón, a la reconciliación? Con mis actitudes negativas, ¿estoy frenando el proceso de paz y de unidad en mi comunidad?

3.- ¿Me gusta dar la paz a todas las personas? ¿Qué hago para construir la paz incluso con personas que no opinan como yo?

ORACIÓN

“Líbrame, Señor, de los labios mentirosos”

Señor, hay en el evangelio algo que me atrae, me cautiva. Es tu transparencia. Me encanta saber que, en este nuestro mundo lleno de engaños y mentiras, ha habido un hombre que ha estado siempre anclado en la verdad. Sus labios nunca se torcieron ante la mentira y sus pies jamás caminaron hacia el engaño. Ese hombre eres tú, Señor.

Tus discípulos podían contemplar cada mañana la verdad con la fruición con que se contempla la nieve en las montañas más altas. Quita, Señor, de mí toda doblez, toda hipocresía. Hazme auténtico, veraz, transparente. Dame coherencia entre mis palabras y mi vida.

“¡Ay de mí, desterrado en Masac, acampado en Cadar!” Masac y Cadar son ciudades extrañas, fuera del territorio de Israel. Nos hablan de los extranjeros, los emigrantes, los que viven lejos de su país. Han tenido que dejar su tierra, su lengua, su cultura, sus costumbres, sus amigos, su familia. Y tienen que soportar la incomprensión, la sospecha y, a veces, el rechazo.

Hoy, Señor, quiero rezar por ellos. Haz que encuentren acogida y hospitalidad. Que puedan hacer amigos. Que todos nosotros pensemos que Dios es el Padre de todos y que nuestra casa es el mundo.

Y, sobre todo, que recordemos que todos somos forasteros y advenedizos en este mundo y que vamos caminando hacia el cielo, nuestra verdadera patria.

“Cuando yo digo Paz ellos dicen Guerra”

Señor, ayúdame a vivir las máximas del Evangelio y los valores del Reino. Son opuestos a los del mundo. Donde tú dices paz ellos dicen guerra. Donde tú dices verdad, ellos dicen mentira. Donde tú dices amor, ellos dicen odio. Donde tú dices perdón, ellos dicen rencor. Donde tú dices felicidad, ellos dicen placer. Donde tú dices vida, ellos dicen muerte. Haz que yo no use nunca las armas del mundo. Que yo sea capaz de hacer la guerra a la guerra con la paz. Que yo venza el odio a fuerza de amor. Que yo venza a la muerte con tu Resurrección.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén