¡Hay que ver cómo nos preocupamos cuando algún problema se nos acerca!

Hace unos pocos años ni siquiera sabíamos que existía el ébola y que en África habían muertos miles de personas. Pero cuando llegó a España el misionero contagiado pusimos el grito en el cielo. Y después del misionero ¿Cuántos más hubo? Solo la enfermera Teresa. Creo que nadie más.

Cuando llegó a España el coronavirus, después de haber empezado en China, no hemos dejado de oír hablar del COVID19. Llevamos más de un año en que a todas horas nos informan de los nuevos infectados, de como están de llenas las UCIs, de los dados de alta, de qué porcentaje de cada cien mil tienen las diferentes ciudades, pueblos y autonomías; quien tiene más y quien tiene menos contagiados, las ciudades, pueblos y zonas que se perimetran, etc.

Y esto sucede en un momento que nos coge a todos con el pie cambiado. También a los políticos. Y a los “expertos”. Y vamos funcionando a golpe de improvisación y haciendo caso a los innumerables expertos que inundaban los WhatsApps de vídeos en que la mayor parte de ellos se contradecían, pero como lo decía tal médico de tal hospital, nos lo hemos creído y al creerlo lo hemos compartido para mayor hartazgo de muchos.

Ahora que parece que los contagios disminuyen (pero no mucho), gracias a que nos van llegando las vacunas, el tema es cual es buena y cual, si no mala, al menos no tan mala. No ayuda nada para tranquilidad del personal el que unas no las envíen a tiempo, otras que las retengan porque parece que producen ictus, otras que no dan abasto a elaborar los millones que se necesitan para tantos millones de personas como somos en el mundo.

Y supongo que mientras tanto, las farmacéuticas frotándose las manos por el increíble negocio que se les avecina, máximo si, como dicen, vamos a tener que vacunarnos todos los años.

Pero ya hay gente del Tercer Mundo preocupada por si a ellos solo les llegarán las que descartemos en este Primer Mundo. Espero que no seamos tan mezquinos como para darles la razón.

Por si fuera poco, el conflicto viene ahora por las mascarillas. Al principio unas eran buenas y otras no, porque no protegían suficientemente, aunque fueran iguales y tuvieran el certificado de estar hechas conforme a la ley. Pero ahora ya no. Aunque sean iguales si por dentro no llevan un cierto tejido, ya no valen.

No me extraña que estemos todos un poco desequilibrados (es un decir). Un cuerpo y una mente no pueden aguantar el torrente en crecida que supone tanta información y desinformación. Tampoco me extraña la reacción de los negacionistas ¿Se les puede culpar de no aguantar el caos que ha supuesto en nuestras vidas esta pandemia? Supongo que pensarían distinto si alguno de ellos se contagia y saborea lo que se siente al estar ingresado en una UCI atado a un respirador. Pero que conste, no se lo deseo a nadie, absolutamente a nadie, ni siquiera a los que niegan que exista esta terrible enfermedad.

Lo que deseo con todo mi corazón es que las vacunas, las que sean, funcionen, aunque nos tengamos que vacunar todos los años; que todos los que están en ERTEs vuelvan cuanto antes al trabajo; que los parados encuentren cuanto antes el modo de ganarse la vida y una vida digna, con sueldo suficiente; que los empresarios con o sin ayudas, recuperen sus negocios. Y que todos aprendamos que somos frágiles, que no lo podemos todo, que solo ha bastado un bichito que ni siquiera se ve a simple vista, para desorganizar toda nuestra vida; que valoremos lo que de verdad importa; que los besos y los abrazos de las personas a las que queremos no se nos nieguen otra vez, y menos por tanto tiempo.