Salmo 99

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1 El Señor reina, tiemblen las naciones;

sentado sobre querubines, vacile la tierra.

2 El Señor es grande en Sión, encumbrado sobre todos los pueblos.

3 Reconozcan tu nombre, grande y terrible: ¡Él es santo!

4 El rey poderoso ama la justicia, tú has establecido la rectitud;

tú administras en Jacob la justicia y el derecho.

5 Ensalzad al Señor, Dios nuestro,

postraos ante el estrado de sus pies: ¡Él es santo!

6 Moisés y Aarón con sus sacerdotes,

Samuel con los que invocan su nombre,

invocaban al Señor, y él respondía.

7 Dios les hablaba desde la columna de nube;

oyeron sus mandatos y la ley que les dio.

8 Señor, Dios nuestro, tú les respondías,

tú eras para ellos un Dios de perdón,

un Dios que castiga sus maldades.

9 Ensalzad al Señor, Dios nuestro,

postraos ante su monte santo:

¡Santo es el Señor, nuestro Dios!

INTRODUCCIÓN

Este salmo es el último del grupo de himnos a la divina realeza de Yavé. En él domina un sentimiento de respeto, de temor reverencial ante Dios grande y santo. El salmo invita a todos los hombres a humillarse ante un rey cuya santidad es abrumadora. La venida de Yavé como rey constituye una urgente llamada no sólo a la alegría sino también a la adoración. El salmo se caracteriza por la aparición, en lugares estratégicos, de tres afirmaciones solemnes de la santidad que se repiten en los versículos 3, 5 y 9. Como en los salmos anteriores el reinado de Yavé inaugura un nuevo orden universal y definitivo. Gunkel dice que este salmo contiene un «alto grado de seriedad moral». Algo muy importante en los tiempos posteriores al exilio donde no sólo hace falta una restauración material, sino espiritual.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

         Por encima de los querubines sólo está Dios. Y por encima de Dios ya no puede haber nadie (1-2).

¡Dios reina! Nunca ha dejado de reinar en el mundo ni menos en Israel. Sin embargo, durante el destierro parece que, de alguna manera, rompe su reinado sobre Israel al abandonar el templo. Volviendo a Jerusalén al frente de los desterrados, Yavé vuelve a ocupar solemnemente su trono en el templo, a la vez que vuelve a levantar su reino.

Los querubines eran como la cabalgadura de Dios sugiriendo así su señorío cósmico y su presencia en el Templo. Los querubines expresan la excelsitud de Dios. «El trono de los querubines, dado el contexto del salmo, debe entenderse como el tro-
no más alto del mundo» (H. Gunkel).

«El Señor es grande en Sián».  Dios ha hecho de Sión una sucursal del trono celeste, una prolongación de su sede divina. Es la entrada en escena de un Dios grande que domina con su talla no sólo a los dioses sino a toda la tierra.

Ante un Dios tan grande, el hombre se siente pequeño (v.3).

Él es el numinoso, el separado, el inaccesible, el intocable. «¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú sublime en santidad?» (Ex 15,11).

Ante esta presencia sublime y arrolladora de Dios en el templo, el hombre se siente pequeño, queda sobrecogido y prorrumpe en un grito de aclamación sumisa: «Santo». «La santidad de Dios no se deja domesticar ni manipular y se presenta
en polaridades: atrae y mantiene a distancia, castiga y perdona, da órdenes y escucha súplicas; cuanto más se acerca más se hace sentir» (P. Alonso Schokel).

Si los hombres no saben administrar la justicia, Dios tiene que intervenir (v.4).

La justicia y el derecho es inherente al ser de Dios. Si Dios no es justo deja de ser Dios. El gesto de Dios de ponerse él mismo a administrar derecho es insólito. La justicia la administraba normalmente el rey, el sucesor de David. Y, mientras la administraba, le iba bien. «Tu padre comía y bebía, pero practicaba el derecho y la justicia y todo le iba bien» (Jer 22,15). Pero aquí se introduce el cambio: el poeta del postexilio ha visto que la administración de la justicia por la institución real ha sido un fracaso que les ha llevado a la ruina. Si Dios no se pone él mismo a administrar justicia nunca la habrá en Israel.

La postura del hombre ante Dios es aceptar su rol de criatura y adorarle (v.5).

Ahora el salmista invita al pueblo a tener una doble mirada: una alta, hacia el cielo y otra baja, hacia la tierra. Con la mirada alta el pueblo descubre a Dios, el excelso, el sublime, el que está más alto que las nubes. Con la mirada baja el pueblo descubre al hombre: pequeño, indigno de mirar a Dios. Su puesto, como criatura, es estar en lo más bajo, ante el estrado de sus pies, y, estremecido ante tanta grandeza y majestad, caer de bruces en una adoración sumisa.

“Yavé  es “el Santo” separado de los hombres en su trascendencia infinita. Es el “totalmente Otro” “Yo soy Dios y no hombre; el Santo en medio de ti” (Os. 11,6). Con todo, Isaías lo llama “el santo de Israel”. Es decir, existe una relación entre el Trascendente y el inmanente. Si no se diera este extraño consorcio, se acentuaría la distancia, de tal modo que la comunión con Dios, la experiencia de Dios, sería puro sueño, o bien la actitud religiosa degeneraría en magia. El mismo salmo nos dice: Es “grande” y habita en Sión; es excelso, pero se relaciona con los pueblos (v. 2)”. (Ángel Aparicio).

Israel debe tener siempre presente a los grandes amigos de Dios (v.6).

Toda la teoría espiritual sobre el Dios que sustenta y promueve el derecho se ilustra con una reflexión a partir de los personajes que la tradición consideraba como los intercesores privilegiados y los cumplidores de la Alianza: Moisés, Aarón y Samuel.

Efectivamente, tan ardua es la tarea del cumplimiento del derecho en Israel que va a tener necesidad de los mejores intercesores. Moisés por su liderazgo de legislador. Aarón por su mediación profesional del sacerdocio. Y Samuel, que no era
más que un simple fiel, pero especialista en invocar el nombre del Señor.

Yavé se ha mostrado siempre condescendiente y afable con estos jueces antiguos: con Moisés y Aarón, sus primeros sacerdotes; con Samuel, el juez siempre fiel en acudir a Yavé en un tiempo de infidelidad.

Dios hoy también sigue llamando (v.7).

La respuesta de Dios es oracular y puede abarcar cualquier situación. El Dios santo se hace accesible a la llamada. Pero mantiene la distancia y el misterio en la columna de nube o en su equivalente, la columna de incienso, que intiman la presencia
velada del Señor:

«Cuando Moisés subió al monte, la nube lo cubría y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días … El séptimo día llamó Dios a Moisés desde la nube. La gloria del Señor apareció a los israelitas como fuego voraz sobre la cumbre del monte. Moisés se adentró en la
nube y subió al monte» (Ex 24,15-18).

El hablar de Dios consiste principalmente en la entrega de sus mandamientos. La observancia de los mismos no es tarea exclusiva de los tres elegidos. El verso está ensanchando su mi- rada a toda la comunidad de la alianza.

Dios nos sigue hablando hoy a todos nosotros a través de la naturaleza y, sobre todo, a través de su palabra. Escuchando su palabra tenemos a un Dios amigo.

Dios siempre responde, pero exige de nosotros un cambio de vida, una conversión (v.8).

Notemos, que en este salmo, a la acción por parte de Dios corresponde una reacción por parte del hombre: El Señor es Rey (acción), los pueblos tiemblan (reacción); Él está sentado sobre querubines (acción), la tierra se estremece (reacción).

«Tú les respondías». Sí, Dios no deja sin respuesta las súplicas y plegarias de su pueblo. No es un Dios mudo. Sin embargo la condescendencia divina no vino a ser debilidad bonachona. Yavé castiga también a los que aprecia. Que los jefes religiosos,
los sacerdotes que vienen del destierro saquen una lección provechosa. Dios es un Dios de perdón y, a la vez, es un Dios vengador. Ofrece y exige. Es santo y quiere levantar a su pueblo a la esfera de la santidad.

El castigo de Dios siempre lleva consigo una llamada a la cordura, a la sensatez, es decir, a dejar el pecado. Es más, el castigo, como aparece en el salmo, quiere levantar al hombre caído y elevarlo a una esfera divina. Dios no se conforma con perdonarnos. Quiere que seamos realmente santos porque él es también Santo. Dios, que nos ha hecho a su imagen y semejanza, goza cuando nosotros nos parecemos más a él.

La alabanza y la adoración. Dos notas esenciales en nuestro canto religioso (v.9).

A través del salmo Dios se ha ido acercando a los hombres cada vez más. Se ha abierto al diálogo, ha respondido a las llamadas, ha reaccionado ante la conducta de los suyos.

Al final, en este último verso, el salmista pide a todos los fieles unas actitudes profundas ante Dios: la alabanza y la adoración.

La alabanza y la adoración son como dos notas distintas en una misma melodía. La alabanza canta a Dios con una nota exultante, es decir, en tono mayor. Expresa la alegría y el júbilo de descubrir a Dios tan bueno, tan justo, tan santo.

La adoración reconoce la majestad y sublimidad de Dios y el hombre tiende a esconderse, a retirarse … Dios es demasiado grande para él que es una criatura. Por eso prefiere cantar en tono menor, es decir, desde la humildad, desde el asombro,
desde la admiración, desde el sobrecogimiento. El hombre, ante un Dios tan alto, tan inmenso cae de bruces en el suelo.  Prefiere hincar las rodillas y adorar.

La alabanza y la adoración. Dos notas que no deben faltar en nuestro canto. Dos actitudes que no deben faltar en nuestra vi- da religiosa, en nuestra vida cristiana.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

J. Bortolini: Jesús vivió hasta las últimas consecuencias el perdón y la misericordia de Dios (Véase Lc. 15) manifestando con su vida que ser santo no exige huir del mundo y de la realidad que lo rodea (como pretendían algunos grupos religiosos de su tiempo); por el contrario, se mostró santo compartiendo su vida con pecadores y excluidos (Mt. 9,9-13) y tildando de hipócritas a los representantes y defensores de la santidad oficial” (Mt. 23,13-36)” 

Juan Pablo II: “¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la voluntad de Dios».

San Agustín: «El puente de la santidad lo han pasado los mártires pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos. En el huerto del Señor no sólo están las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desestimar su vocación a la santidad».

ACTUALIZACIÓN

En nuestro mundo secularizado, la palabra “santidad” suena a músicas celestiales. Es verdad que en el A.T. a Dios se le denomina “EL SANTO”, el Otro, el distinto, el separado. Pero Jesús tiene otro concepto de la santidad. Él obra no a base de separaciones sino de cercanía. Jesús puso la esencia de su santidad en el amor sin límites al hombre. Vino para servir y no para ser servido; lavó los pies a sus discípulos, y en la Cruz manifestó el colmo de su amor. Jesús vivió y murió por amor. Y así entendió la santidad.

El Papa Francisco nos ha hablado de la santidad “de la puerta de al lado”. Y entre esos de la puerta de al lado el Papa ha metido a los “profesionales de la salud”, a los voluntarios, a los militares, y a todos los que, en los momentos de pandemia han arriesgado su vida por servir a los demás. La santidad, así entendida, es bella, atrayente, y suscita el aplauso de todos.

PREGUNTAS

1.- En este salmo Dios es «el Santo». ¿No siento vergüenza al verme tan lejos de la santidad?

2.- En mi grupo cristiano, en la comunidad en la que vivo se habla de todo: de justicia, de libertad, de servicio, de realización personal. ¿Y de santidad? ¿No caemos en la cuenta de que los santos son los que viven a tope todos los valores humanos?

3.- Jesús, el Santo, es el hombre que más ha hecho por la humanidad. ¿Hasta qué punto trato de imitarle?

ORACIÓN

Él es Santo

Sí, Señor, tú eres el santo, el puro, el limpio, el transparente. De tu pureza hablan las fuentes cristalinas y las montañas con sus picachos llenos de nieve.

Yo, en cambio, soy pecador. Estoy manchado. No sólo tengo mancillados los labios, como Isaías, sino también la mente y el corazón. Todo lo que hay en mí es barro, basura. Pero no me desanimo. Tu santidad me invita a limpiarme, a purificarme. Es más, tu santidad ejerce sobre mí una enorme fuerza de atracción. Me cautiva. Me seduce. Desde lo más alto de la montaña escucho una voz que me grita: “Sé santo porque yo soy santo». Haz que escuche esa voz.

Invocaban al Señor y él respondía»

Muchas veces te invoco, Señor, y no respondes. Te suplico y te
haces el sordo. Te grito y no me haces caso. ¡Qué triste y qué duro es tener a un Dios que no contesta! Tu silencio me abruma y cae sobre mí como pesada losa. Hoy quiero dejarme penetrar por tu palabra: «Invocaban al Señor y él respondía». Hoy quiero hacer mía esta bonita y gratificante experiencia del salmista. Quiero oír tu voz. Quiero sentir tus pasos. Quiero gozar de tu presencia.

«Postraos ante su monte santo»     

Hoy necesito rezar de rodillas. Necesito hundirme en el polvo de la tierra y, desde ahí, adorarte. Quiero percibir en mi oración ese escalofrío que se siente siempre que lo pequeño se pone ante lo grande; lo finito ante lo Infinito; lo limitado ante lo Inmenso. La nada ante el Todo.

Haz que, desde mi pequeñez, descubra mi grandeza. Desde mi finitud, mi deseo de eternidad. Desde mis propias limitaciones, mis capacidades infinitas. Hoy quiero sentirme como la nada ante ti. Pero una nada querida por ti. Eso quiero, Señor. ¡Nada más! y ¡Nada menos!

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA.
Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos
dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires
compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que
han muerto por la pandemia del «coronavirus», consuela a los que
lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los
trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para
llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre. Por JNS.
Amén