La palabra de Dios en la vida del enfermo (I)

¿PALABRA DE DIOS O ESCRITURA?

Cuando me pidieron que hablara sobre la Palabra de Dios en la vida del enfermo, consideré oportuno que nos detuviéramos en una consideración previa. Conviene diferenciar entre Escritura y Palabra de Dios. Interesa subrayar que todo lo contenido en la Escritura es Palabra de Dios pero ésta es previa a la Escritura y abarca mucho más que lo que se expresa en los textos sagrados. Dios se manifiesta en la historia de cada hombre a través de determinadas actuaciones que obran en personas concretas. Estos acontecimientos son “palabra de Dios”. Y como el pueblo elegido por Dios no tenía ninguna duda de que Dios “había hablado”, fue transmitiendo este tesoro de generación en generación; mucho tiempo después, en algunos casos cientos de años más tarde, se trasladó esta tradición oral a los textos sagrados.

Apunto esta cuestión previa porque Dios continúa actuando en la vida de los hombres y la enfermedad es, en este sentido, una Palabra de Dios, un actuar de Dios. Dios interviene en la vida de los hombres y, para el cristiano, esa intervención es un “actuar de Dios”, una “Palabra de Dios”; de manera que para el creyente, ante la enfermedad dialoga con Dios, se interroga: ¿qué quiere decirme el Señor con este acontecimiento, “con esta palabra”? ¿Qué querrá manifestar/me?

Así pues, la Escritura es posterior a la Palabra de Dios y consecuencia de esta última; en ella se reúnen las actuaciones de Dios en su pueblo elegido. Dios habla a Abrahán, salva a Isaac, elige a Jacob, ensalza a José, se manifiesta potente a Moisés en el Sinaí, convierte a Pablo, etc.

Ese “actuar de Dios” en personajes concretos alcanza no sólo a los que directamente se convierten en receptores de esa gracia sino que las intervenciones del Señor aprovechan a muchos. Veámoslo con un ejemplo: cuando Jesús le dice a Simón-Pedro “hombre de poca fe, por qué dudaste” después de que el apóstol anduviera por encima de las aguas hacia Jesús, Cristo está hablando no sólo a Pedro sino que también nos lo dice a nosotros. En este sentido, Pedro somos todos porque como él, hemos tenido la experiencia existencial de que mirando a Jesús podemos pasar por encima de la muerte (el agua en la escritura es signo de muerte); no sólo de la muerte final sino también de “las muertes” de cada día, de los tropiezos, los sufrimientos y las frustraciones que acontecen en nuestras vidas. Por el contrario, cuando nos miramos a nosotros mismos, nos hundimos porque hemos dejado de fijar nuestros ojos en los del maestro; entonces perecemos, fracasamos, morimos.

Asimismo, todos somos Adán, Abrahán, Isaac, Jacob, José, David, Job y Pablo, como veremos a continuación. Aprovechando la actuación/palabra de Dios en la vida de estos personajes, cada uno de ellos nos ayudará a contemplar también la enfermedad como momento de prueba, como ocasión de intimidad con Cristo, como oportunidad de purificación y como razón para la fe.

VER ESPECIAL COMPLETO