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La oración no es una obligación. Es una necesidad

Raúl Romero López
5 de julio de 2021

Salmo 134

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1 Y ahora bendecid al Señor,

los siervos del Señor,

los que pasáis la noche

en la casa del Señor:

2 levantad las manos hacia el santuario,

y bendecid al Señor.

3 El Señor te bendiga desde Sión,

el que hizo cielo y tierra.

INTRODUCCIÓN

Con este salmo concluye la serie de los llamados salmos graduales o de peregrinación. El salmista inicia el salmo con una invitación de los peregrinos a los sacerdotes y levitas que sirven en el templo para que éstos alaben a Yavé. Los sacerdotes y levitas, después de haber cumplido su misión, dan, en nombre de Dios, la última bendición a los peregrinos antes de marchar. “El salmo gira en torno a la palabra bendecir. El bendecir del hombre es reconocer y alabar la grandeza de Dios. El bendecir de Dios es hacer llegar al hombre sus mercedes y sus bienes” (Ángel González).

Volver a casa con la bendición de Dios es volver con la garantía de su ayuda. La bendición de Dios en Jerusalén no es una simple palabra ritual, es algo lleno de un rico contenido espiritual y toca también la realidad diaria de su vida. El peregrino vuelve a su casa, a su familia, a su trabajo, completamente renovado.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL CONTENIDO ESENCIAL DEL SALMO

La lámpara de la oración debe estar siempre encendida: en el día y en la noche (v.1).

 “Ahora”. Esta palabra introductoria en un himno constituye un caso único. Algo querrá decirnos, con ello, el salmista. Aquí se exhorta a alabar a Dios sin retraso, sin demoras, con urgencia.

Se prohíbe la tibieza, la negligencia en el servicio al Señor. También en el servicio que hacemos al hermano. María fue de prisa a la montaña a servir a su prima Isabel.

El “ahora” del salmo bien puede coincidir con el cada día del Padre nuestro. Cada día amanece. Cada día Dios nos envía el agua, el aire, el sol. Dios no se cansa nunca de darnos sus bienes materiales. Y menos se cansa de darnos sus bienes espirituales. Cada día podemos estrenar la gracia, su amor, su perdón. Cada día es necesario renovar la ilusión y aquello que da sentido a nuestra vida. La alabanza al Señor debe irrumpir en la vida de los fieles en un ahora siempre actual.

El término bendecir se podría traducir por el verbo enaltecer que significa, al mismo tiempo, bendecir y glorificar.

“Bendecir tiene aquí el significado de reconocer omnímodamente a alguien en su situación de poder y en sus títulos de majestad” (F. Horst).

Los “siervos del Señor” son especialmente los sacerdotes y los levitas. “El Señor apartó a la tribu de Leví para que llevara el arca de la alianza del Señor, para que estuviera en su presencia y lo sirviera, y para que bendijera al pueblo en su nombre, como siguen haciendo hasta hoy” (Dt 10,8).

“Los que pasáis la noche en la casa del Señor”. Cuando todo el pueblo descansa, quedan en el templo los sacerdotes y los levitas, siervos del Señor, alabando al Señor en nombre de todo el pueblo.

La noche es muy propicia para rezar. Nos habla de silencio, de soledad, de misterio. En Oriente se preparan para la oración cerrando los ojos, es decir, haciendo la noche.

Jesús buscaba la noche para encontrarse, de un modo especial, con su padre Dios. “Por aquellos días Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios” (Lc 6,12).

Jesús oraba al Padre en la noche, por toda la humanidad. Y cuando Jesús pasaba una noche orando, se transfiguraba. Al día siguiente Jesús se deshacía en bondad y ternura con todas las personas que se le acercaban. Los discípulos sentían una santa envidia, y le decían: “Maestro, enséñanos a orar”. Métenos también a nosotros en ese mundo maravilloso. “Cuando Jesús venía de aquel retraimiento en la oración que él tanto amaba, los discípulos percibieron el sagrado contacto que quedaba en torno de él y le pidieron ser admitidos en esa esfera” (R. Guardini).

Desde hace, siglos, un nutrido grupo de hombres y mujeres rezan, en la noche, alabando al Señor y pidiendo por las necesidades de todo el universo. Son los monjes y monjas en los monasterios. Ellos prolongan la oración de los salmistas y de Jesús en la gran noche del mundo.

Levantar las manos es un modo de expresar la elevación del alma y el corazón hacia Dios (v.2).

El santuario es la parte interior del templo: hacia él se extienden las manos en gesto de plegaria. Levantar las manos es como levantar, con ellas, a toda la comunidad para presentársela a su Dios.

Hermoso gesto el de levantar a toda la comunidad hacia Dios. Hay muchas veces en las que la parroquia, las comunidades, los grupos cristianos con los que trabajamos, pasan por momentos de hundimiento espiritual, momentos de desánimos, de desesperanza, de falta de empuje o de coraje. Y nos preguntamos ¿qué podemos hacer? La respuesta nos la da este salmo: “Levantad las manos” en una plegaria ferviente hacia Dios.

Con los brazos levantados ganó Moisés la batalla a los amalecitas. “Los brazos de Moisés se sostuvieron en alto hasta la puesta del sol” (Ex 17,12).

Y con los brazos extendidos en la cruz, Jesús nos consiguió la salvación. Ángel González, en su libro de los salmos, traduce este versículo así: “en santidad alzad las manos”. Y añade esta nota: “En santidad, en lugar de hacia el santuario, como se entiende comúnmente. El santuario sería el término hacia donde las manos se elevan, pero la construcción sin preposición alguna hace entender el término en cuestión como calificativo o como algo que define la actitud: en santidad”.

Los que oran, los que levantan las manos a Dios y piden por el pueblo han de ser santos. Sólo así tienen la garantía de ser escuchados.

Ante los pecados de las ciudades de Sodoma y Gomorra se establece un diálogo, un forcejeo entre Abrahán y Dios. ¿Y si sólo encuentro en la ciudad diez justos? ¿Destruirás la ciudad? “En consideración a esos diez justos, no destruiré la ciudad” (Gen 18,32). En la Providencia de Dios entra el que la salvación de muchos dependa de la santidad de unos pocos.

Cuando rezamos en Comunidad, Dios también  bendice a cada uno de sus miembros (v.3).

En este tercer versículo, el salmo hace un quiebro en su forma de narrar. En los versículos anteriores se ha hablado en plural: bendecid… levantad…

En cambio en el tercer versículo se pasa al singular: El Señor “te bendiga”. Esto tiene su importancia.

Los peregrinos que han acudido a Jerusalén no son considerados por Dios como un aglomerado de individuos, sino como una comunidad de hermanos. Son muchos, pero en realidad son uno. Una comunidad, un solo pueblo.

Al invitatorio, que resalta implícitamente la suerte que tienen los sacerdotes y los levitas de habitar siempre en el templo, responden los sacerdotes deseando a los peregrinos que el Creador del universo les bendiga desde su morada de Sión, y que su bendición llegue también a sus regiones más lejanas.

El hombre bendice a Dios, expresando en palabras su agradecimiento; no puede hacer otra cosa, más allá de unas palabras. En cambio, cuando Dios bendice, pronuncia una palabra Aquel que con su Palabra hizo el cielo y la tierra. Cualquier bendición de Dios tiene algo más que palabras. Es un decir activo, creador.

Los peregrinos pueden retornar a sus casas felices y contentos, ya que son portadores de una bendición de Dios creadora y fecunda.

Con esta bendición de Dios, cada familia permanecerá bien unida, a pesar de las envidias y rencillas de cada día. Cada uno lleva dentro de sí un fermento de unidad.

Con esta bendición de Dios, las distintas familias israelitas permanecerán unidas en una misma fe en Yavé y esta unidad de fe en un mismo Dios les mantendrá unidos en un mismo amor de hermanos.

Con esta bendición de Dios, permanecerá vivo entre ellos el recuerdo de lo vivido en Jerusalén y alimentarán cada día el deseo de volver.

Y, sobre todo, esta bendición de Dios les incentivará cada día a vivir alabando al Señor y agradeciéndole todos sus beneficios.

Vivir para alabar y agradecer al Señor, es uno de los grandes frutos de la peregrinación a Jerusalén.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

San Agustín: “Es fácil bendecir durante el día. ¿Qué significa durante el día? En los acontecimientos prósperos. La noche nos habla de los sucesos tristes y el día de los alegres. Bendecid a Dios en la noche y no sólo durante el día”.

Weber: “La Iglesia no interrumpe, no puede interrumpir su alabanza. Cuando los fieles vuelven a sus tareas terrestres, la alabanza continúa a través de los sacerdotes y los monjes. Desde el silencio de las noches, en medio de la paz y el reposo universal, la Iglesia reza por ellos. Es bueno que los cristianos lo sepan y cuenten con ello, y que lo reclamen a quienes han tenido el honor de recibir este oficio. Qué importante es que clérigos, sacerdotes y religiosos se acuerden que ellos son los encargados de servir a Dios en la Iglesia, lo primero por la oración, y eso durante toda su vida, tanto de día como de noche. Que no lo olviden jamás”.

ACTUALIZACIÓN

Después del Concilio hubo una crisis de oración. Se decía que lo importante es la acción. Incluso se llegó a una fórmula bonita pero que puede encerrar una gran mentira. Se decía: “Toda la visa es oración”. Ojalá que así fuera. Pero la experiencia nos dice que “no se puede hacer de la vida una oración cuando no se hace oración en la vida”.

En esto, como en tantas cosas, debemos ser fieles al evangelio. El evangelio de Lucas presenta a Jesús orado en los momentos importantes de su vida:

  • En el bautismo de Jesús:” (Lc. 3,21-22)
  • En la elección de los discípulos (Lc.6,12-13).
  • En la confesión de Pedro (Lc. 9,18).
  • En la Transfiguración (Lc. 9,28).
  • En la Cruz (Lc. 23,34). Se muere rezando.

Y Marcos, en una jornada-modelo (en la que se nos dice la costumbre de Jesús, nos cuenta: “Y muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario. Donde se puso a orar” (Mc. 1,35-37).

Hoy día, tal vez lo que más se critique, sea la oración de petición. El mismo Jesús criticaba a los fariseos que oraban para ser vistos y que la gente los tuviera por santos. (Mt. 6,7). Me remito a unas palabras muy esclarecedoras del gran teólogo K. Rahner:” “La oración de petición solo tiene sentido y solo es verdad oración ante Dios cuando, junto con el deseo de un determinado bien terreno, presupone el abandono absoluto del hombre la disposición soberana de la voluntad de Dios. Una súplica que no esté transida por la palabra de Jesús: “No se haga mi voluntad sino la tuya”, no es ninguna petición, sino, a lo más, una proyección de nuestras necesidades vitales en el vacío un interés absurdo de influir mágicamente en Dios. Cuando el hombre se entrega a Dios, todo, absolutamente todo (salud o enfermedad, pasado o futuro, vida o muerte) deja de ser absoluto y de ser condicionalmente querido o rechazado. Sólo así la oración de petición es una oración verdadera”.

PREGUNTAS

1.- ¿Tengo experiencias de haber rezado en la noche? ¿Qué he sentido en medio del gran silencio?

2.- ¿Estoy convencido(a) de que mi santidad es la mejor aportación que puedo hacer a mi comunidad? ¿A qué tengo que renunciar para iniciar un auténtico camino de santidad?

3.- ¿Sé agradecer a Dios el hecho de que existan en el mundo miles de hombres y mujeres que no interrumpen la oración ni de día ni de noche?

ORACIÓN

“Y ahora bendecid al Señor”

Señor, quiero alabarte, bendecirte, darte gracias y glorificarte ahora. El pasado ya no existe, ya no puedo contar con él. Te pido perdón por lo poco que te he alabado y por lo poco que te he amado en mi vida pasada. Esos años rodarán vacíos por toda la eternidad sin que nadie los llene de sentido.

Gracias, Señor, porque me concedes un ahora. Es mi gran oportunidad. No quiero estropear ni un minuto del tiempo que me das. Yo quiero alabarte y amarte en nombre de tantas personas que no lo hacen. Yo quiero vivir para la alabanza.

Yo deseo que mi corazón sea un brasero de ascuas encendidas y que cada obra del día sea un granito de incienso a fin de que el humo de mi plegaria suba hasta ti como una nube de suave olor.

“Los que pasáis la noche en la casa del Señor”

La noche es oscura y da miedo. En la noche se cometen muchos robos, muchos atropellos y los mayores crímenes. La noche es símbolo del mal. Para el salmista la noche es tiempo propicio para la oración. La noche nos envuelve con su silencio y soledad y nos adentra en el misterio.

También a ti, Señor, te encantaba rezar en la noche. En el silencio de la noche dialogabas con tu padre Dios y descendía sobre ti y te empapaba el rocío de su ternura. En la intimidad de la noche pronunciaste la más bella palabra que ha salido de tus labios: Abbá, papá.

Ningún canto de pájaro había sonado tan dulcemente sobre nuestro mundo. Ningún soplo de primavera había rozado tan suavemente nuestros rostros. Ninguna palabra humana había calado tan profundamente en nuestro pobre, pequeño y pordioserillo corazón humano.

Gracias, Señor, porque con este Abbá llenaste la noche de ternura, de encanto y de estremecimiento. Dame la gracia de rezar en la noche y experimentar en mí un divino sobrecogimiento.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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