Opinión

Jaime Urbizu

La dulce música de Dios

17 de marzo de 2019

Esta firma me propongo utilizarla como instrumento arrojadizo. Pasado mañana es San José, el día del seminario. ¡Y tenemos que llenarlo!

Creo que no descubro nada nuevo si digo que Dios sigue llamando. Llamando para ser sacerdotes. Pero algo pasa. No se llenan los seminarios. Bueno, eso dicen.

Llenar es lo contrario de vaciar. Así que en cierto modo siempre se están llenando, aunque no sea hasta el borde. Hay que ser positivos. En el pozal tenemos agua, si bien no hasta arriba.

Y es que Dios sigue llamando, no obstante también es cierto que vivimos en un mundo en el que es un poquito difícil escucharle. Hay demasiado ruido. Un ruido que no es más que una distracción. Demasiadas cosas nos descentran. Pero ¿de qué nos descentran?

De la felicidad. Hace poco escuche una muy buena definición de felicidad. La felicidad es tener la conciencia clara de que estamos donde Dios quiere que estemos. Así que ¿estamos donde Dios quiere?

Es muy difícil que lo sepamos si no se lo preguntamos. Más aún, aunque se lo preguntemos no lo sabremos si no le escuchamos. Y llegados a este punto retomamos la cuestión del ruido.

Prueba lo siguiente, ponte con el altavoz cualquier canción que te guste, lo que sea, rap, jazz, rock, metal, clásica, ópera, etc. Y al que tengas más cerca pídele que haga mucho ruido, que salte, que golpee, que grite. ¿Imposible verdad?

¿Cómo vas a escuchar esa canción tan bonita con tanto ruido? O te pones cascos, o te alejas del ruido, o quitas la canción. Pues con Dios pasa lo mismo.

¿Cómo vas a escuchar la dulce música de Dios si no paras (o paran) de hacer ruido? Ya sabes, la decisión es tuya.

Si le escuchas igual te conviertes en una de las gotas que llena el pozal…

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