La catedral de Huesca ha acogido este domingo 28 de diciembre la celebración de la clausura diocesana del Año Jubilar de la Esperanza con una eucaristía que ha estado presidida por nuestro obispo, el padre Pedro Aguado Cuesta. Una fecha que coincidía con la fiesta de la Sagrada Familia y que ha congregado a cientos de fieles para participar en una ceremonia en la que las familias y los jóvenes de la diócesis han estado muy presentes.
El obispo ha invitado a la diócesis a agradecer el camino recorrido y a seguir viviendo, más allá del jubileo, como auténticos Peregrinos de Esperanza.
En su homilía, ha recordado que el Año Jubilar fue convocado por el papa Francisco bajo la certeza de que “la esperanza cristiana nunca defrauda”, porque se apoya en la promesa fiel de Dios. Una esperanza que no es pasiva, sino una responsabilidad compartida: acercar esa promesa a la vida concreta de las familias, parroquias, comunidades y de la sociedad en su conjunto.
El padre Pedro ha hecho memoria agradecida del intenso proceso jubilar vivido en la diócesis de Huesca, marcado por numerosos encuentros y celebraciones: los jubileos dedicados a los enfermos, los ancianos, los catequistas, los niños y los jóvenes; las peregrinaciones parroquiales y arciprestales; las experiencias vividas en Roma por jóvenes y familias; y tantos signos sencillos que han sido fuente de alegría y renovación espiritual. “Es bueno recordarlos, agradecerlos y dar gracias a Dios por los dones recibidos”, ha señalado.
Mirando al futuro, el obispo ha recuperado algunos de los signos de esperanza propuestos por el papa Francisco al inicio del Jubileo. En primer lugar, el compromiso con la paz, un anhelo profundo de la humanidad, que la diócesis quiere asumir como un reto prioritario a través de un proyecto de oración, formación y compromiso inspirado en el Salmo 85: “La justicia y la paz se besan”. En segundo lugar, la apertura y el cuidado de la vida, especialmente en el seno de las familias, llamadas a ser espacios de amor, educación y esperanza. Y, en tercer lugar, la construcción de una Iglesia y una sociedad más inclusivas, capaces de amar y acompañar a quienes sufren: los enfermos, los ancianos, los más vulnerables y todos aquellos que necesitan ser acogidos.
En el contexto de la fiesta de la Sagrada Familia, el obispo ha puesto como ejemplo a José, María y el Niño Jesús, una familia que conoció el miedo, la migración, el trabajo duro y la confianza total en Dios. De ellos -ha subrayado- aprendemos que el amor profundo y la confianza en el Señor son las claves para vivir y transmitir la esperanza en nuestras propias familias.
Antes de concluir, el obispo ha propuesto tres caminos sencillos para seguir siendo peregrinos de esperanza: cuidar la oración personal y familiar; hacer un “regalo” concreto al Niño de Belén comprometiéndose con la caridad -como el apoyo a Cáritas u otras obras de la Iglesia-; y vivir la fe de manera activa en la comunidad eclesial, participando en la vida parroquial y construyendo puentes de fraternidad con todos.
La celebración ha concluido con un deseo que resume el espíritu del jubileo que ahora se cierra, pero cuya llamada permanece abierta: que la Sagrada Familia de Nazaret bendiga los hogares y los sueños de todos, y que el próximo año sea un tiempo de paz y de justicia para la diócesis. Un deseo expresado también con las palabras que el papa Francisco dejó escritas: “Que la fuerza de la esperanza pueda colmar nuestro presente, en la espera confiada de la venida de nuestro Señor Jesucristo”.










