Julián Díez, misionero pasionista: “El reto es florecer donde hemos sido sembrados”

Cada año las diócesis de Aragón se reúnen en una jornada de reflexión y animación misionera. Esta vez lo hacen bajo el tema ‘Japón: Un desafío a la identidad cristiana’. El encuentro tendrá lugar el próximo 22 de septiembre en la casa provincial de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl (pza. Ntra. Sra. del Pilar, 1). Las inscripciones pueden realizarse en las delegaciones de Misiones de Aragón hasta el 19 de septiembre.  Para calentar motores y entrar en sintonía, hemos entrevistado a Julián Díez, sacerdote pasionista con décadas de experiencia misionera en Centroamérica y Perú.Háblenos de sus inicios en la fe. Yo nací en 1962 en Incinillas, un pueblecito de Burgos. Vine a estudiar al colegio san Gabriel de Zuera, que era el seminario de los pasionistas en Zaragoza. Allí recibí la formación humana e intelectual básica de aquel tiempo y allí se despertó y fortaleció mi vocación religiosa. Por supuesto, la base es la familia en la que he crecido, cristiana, campesina y con muchos principios. Ese fue el origen. Pero en el colegio de Zuera fui creciendo en mi vocación misionera. Venían de vez en cuando pasionistas que habían estado de misión en Centroamérica, Honduras y México y compartían su experiencia misionera. Echando la mirada atrás me sorprendo: «¿Quién me iba a decir que naciendo en Incinillas iba a conocer tanto mundo?»

Una vez que terminó los estudios en el colegio, ¿qué ocurrió? Empecé el proceso de discernimiento, en el noviciado de Corella (Navarra). Tenía 18 años y fue una etapa clave. Después del noviciado comenzamos la etapa de formación teológica y filosófica en el CRETA, el seminario de Zaragoza. Por eso, siempre digo que soy castellano, pero maño de corazón. En 1983 hice mis votos religiosos (al acabar el noviciado) y en 1991, fui ordenado sacerdote. Terminada la etapa de teología, tuve dos años de experiencia pastoral en el colegio donde yo había crecido. De acompañante y formador.

La Iglesia debe vivir la alegría del Evangelio dentro de cada realidad

Y después, la misión. En 1992 mi superior, el padre Jesús María Gastón, me envió a Honduras. Allí estuve tres meses y luego fui destinado a Guatemala donde estuve atendiendo dos años una comunidad urbana y otra rural. Después fui destinado cuatro años a San Salvador acompañando a comunidades rurales. Luego regresé a Honduras, cuando el huracán Mitch. En 2001 volví a España. Del 2008 a 2014, de nuevo a Honduras. Por último, me fui a Apata (Perú), hasta ahora.

¿En qué situación se encuentran las comunidades que ha atendido? Son comunidades que ya han sido trabajadas, no vamos a iniciar la evangelización. Es una tarea de acompañamiento en la fe y también una implicación en el trabajo social, en proyectos de desarrollo… Va unida la fe con la mejora de la calidad de las condiciones de vida, en todos los aspectos: habitacional, de desarrollo… Esto sobre todo lo trabajamos en Honduras con todo el desastre del huracán Mitch.

¿Las vocaciones nativas por allí, qué tal van? Hay surgimiento, ha habido promoción dentro del trabajo misionero de las vocaciones nativas. Esta era una de las metas, que la Iglesia se establezca allá donde trabaja. Pero la dificultad existe, porque no es fácil la perseverancia de los jóvenes que comienzan los procesos de discernimiento. Es algo que hay que seguir trabajando.

¿Hacen falta mas misioneros? Yo creo que sí, la Iglesia de por sí es misionera. “Ay de mí si no anuncio el Evangelio” es una de las propuestas del papa Francisco. Pero falta una educación en la fe y una educación en valores. Hay una contradicción, América es un país cristiano todavía, religioso, con unas tradiciones muy fuertes, arraigadas, pero ¿cómo es posible que siendo un país cristiano haya tanta violencia, tanta injusticia? ¿Cómo educar la política, los valores, la familia…? Desgraciadamente, la corrupción es un mal en todos los países. En América es uno de los males que esta ocasionando mucho sufrimiento. Por ello, junto al trabajo misionero tambien viene la denuncia de esta realidad, en la que muchos son excluidos, de oportunidades, educación, salud…

¿Qué nos diría a los católicos que estamos en España, que tratamos de hacer Iglesia? Lo bonito es que tenemos que vivir nuestra fe allí donde estamos. El compromiso de la Iglesia aquí es cómo vivir esta alegría del Evangelio dentro de esta realidad. Saber florecer allí donde hemos sido sembrados. El Evangelio es el mismo, pero la realidad nos pide respuestas diferentes. No podemos comparar y decir “allí sois mejores”. El reto es que la Iglesia de aquí no cierre los ojos a estas otras realidades que se viven, o a los retos propios de la sociedad: la inmigración, los excluidos, los retos de la familia… Creo que un aspecto a trabajar es la educación, formar personas y en valores.