Juan Segura, sacerdote y paciente de hemodiálisis: «La pasión del Señor me acerca más a él»

La Iglesia en España celebra  la Pascua del Enfermo el 14 de mayo con el lema, ‘Déjate cautivar por su rostro desgastado’. En este marco, entrevistamos al sacerdote Juan Segura, que desde hace un año y medio sigue un tratamiento de hemodiálisis, y sobre el que ha escrito un ensayo premiado en un certamen nacional, animado por  la unidad de hemodiálisis del hospital de San Juan de Dios.

Juan, eres paciente de hemodiálisis desde año y medio, ¿cómo ha sido tu proceso de adaptación de la enfermedad y el tratamiento?

En cada caso es diferente, pero yo he vivido un proceso de enfermedad de trece años de evolución antes de la hemodiálisis. Cuando te diagnostican ya te van informando de la gravedad del tema y tienes que cambiar algunos hábitos de vida y, sobre todo, tomar muchos medicamentos. La hemodiálisis significa que ya no tienes riñones y la máquina tiene que suplirlos. Con las primeras sesiones, se te cae el mundo encima. Luego, poco a poco, te vas dando cuenta de lo importante que es mantener alto el ánimo. El personal que nos atiende en el hospital nos facilita mucho la adaptación.

¿Cómo te ayuda tu fe y tu vocación a afrontar esta realidad?

A veces me lo planteo y yo no sé que sería sin la fe; me siento frágil y débil. Siento que el Señor me acompaña, va conmigo, es mi cómplice. En la Eucaristía y en la adoración al Santísimo recibo todas las fuerzas que necesito para llevar todo esto con dignidad. La enfermedad te humilla, también la incomprensión de muchas personas, que no saben, no conocen, pero juzgan y dicen cosas inconvenientes. Pero la meditación en la pasión del Señor me acerca más a él, puesto que hago consciente que él ha pasado por todo esto -y más- antes que yo. La oración me mantiene permanentemente en la unión con Jesucristo. Sabemos que la enfermedad es terminal, pero, al final, sé que me encontraré con el que es el Amor, con el que es la Luz y la Paz; y eso conforta… y no poco. La Eucaristía es alimento, es vida eterna, es felicidad y presencia; celebrarla es un verdadero privilegio para mí.

¿Qué le dirías a aquellos enfermos que acaban de enterarse de que tienen una enfermedad y que tiene que seguir un tratamiento largo y, a veces, incierto?

Les diría que, aunque ellos no los conozcan, casi todo el mundo carga con cruces pesadas. Que ellos no son más desdichados que los otros. Y que, sobre todo, decidan que van a ser felices, puesto que solo puede ser feliz quien decide serlo. Y, por supuesto, si es gente de fe, que se mire en Cristo y que se agarre a él.