Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXII del tiempo ordinario.

A veces me asalta la sospecha de que Jesús disfrutaba llevando la contraria a la gente de su tiempo. Es el evangelio de este domingo (Lc 14, 1. 7-14) el que me lo hace pensar, porque le invitaron a comer y no se cortó de criticar al que le invitó y a los otros comensales. Ahí lo veo entrando en la cafetería; me parece que hoy vamos a tener una tertulia animada…

– ¡Buen domingo! -he saludado con la mejor de mis sonrisas- Si has pedido, nos sentamos mientras traen los cafés, que estoy en ascuas por decirte algo.

– Tú dirás -me ha respondido transmitiendo más paz que la que denotaba mi saludo-.

– ¡Verás! Estoy ansioso por hacerte una observación, y ya perdonarás lo que te voy a decir -he soltado apresuradamente-. Los fariseos no te apreciaban demasiado, pero ¿no te habías ganado a pulso su animadversión? Te invita uno de ellos a comer y te pones a criticar a los otros invitados y a decirle a quiénes debería haber invitado…

– Reconozco que no fui muy complaciente con los fariseos, y sigo sin serlo -me ha dicho acercándose la taza de café y mirándome a los ojos-, pero ¿podía actuar de otro modo?

– Hubieras hecho bien en mostrarles alguna vez la cordialidad y la compasión que tuviste con tantos otros -he le he dicho con algo de dureza-.

– Y se la mostré –me ha replicado después de tomar un sorbo–. ¿Recuerdas mi conversación nocturna con Nicodemo? Creo que fui amable y claro con él, y quedó bastante satisfecho; más adelante se atrevió a defenderme ante el Sanedrín en pleno y se ocupó, con José de Arimatea, de darme una sepultura digna, cosa que no se podía hacer con los ajusticiados. Y el evangelista Marcos recuerda (Mc 12, 18-34) que un escriba presenció mis discrepancias con los saduceos sobre la resurrección de los muertos e intervino con sensatez. Entonces, yo le dije amablemente: «No estás lejos del Reino de Dios». También supe ser amable con ellos.

– Pero casi siempre que te topabas con ellos saltaban chispas…

– No lo voy a negar. El capítulo 23 del evangelio de Mateo recoge la retahíla de reproches que les hice, pero no podía tolerar que, porque se consideraban puros y justos, cargasen insoportables fardos sobre la conciencia de los que hacían lo que podían por ser “buena gente” -me ha respondido con un gesto serio que admitía pocas contemplaciones-.

– Bueno, tienes razón. Pero, en esta ocasión, alguien pudo tacharte de mal educado.

– Reconozco que fui muy directo, pero ¿no decís vosotros que “las tordas hay que cazarlas cuando pasan”? -me ha dicho sonriendo después de apurar su café-. Aquellos invitados me estaban espiando y necesitaban “la horma de su zapato” (bueno, de sus sandalias, que es lo que calzaban). Debían enterarse, de una vez por todas, que en el banquete del Reino de Dios hay sitio para los enfermos, los ciegos, los lisiados y para otros marginados que tenían prohibida la entrada en el Templo de Jerusalén. Por eso dije al que me invitó que, en adelante, les invitase, aunque no pudieran corresponderle. Y a los que buscaban los primeros puestos, que sentarse en este banquete es un regalo para el que nadie -ellos tampoco- tiene méritos suficientes y debéis saber esperar a que el Padre os diga cuál es vuestro puesto.

– No fue fácil tu tarea en este mundo: dijeras lo que dijeres o hicieras lo que hicieres, podía ser entendido torcidamente…

He rebuscado unas monedas, pero Jesús me ha dicho: Estás invitado; es un anticipo del banquete del Reino.