Un nombre simple, corto y desconocido, por no ser alguien importante que aparezca en los medios de comunicación. Esta es la historia de «otra» mujer que está sufriendo –en presente- la violencia física, el maltrato psicológico y emocional, por el hecho de ser mujer.

Recuerdo el día: era viernes, estaba yo preparándome para visitar una comunidad donde estamos construyendo una iglesia y tenía que llevarles algunos materiales. Había ido a comprar a uno de los comercios y mientras estaba saludando a unos y a otros, la vi acercarse a mí acompañada de un niño y con su hija pequeña a la espalda. Le pregunté de dónde venía y me respondió que de la Clínica. Supuse que cómo está embarazada venía de un chequeo rutinario. Me dijo que el problema no era el embarazo y en ese instante me mostró su brazo derecho completamente inflamado y con antiguas señales producidas por el fuego y diversos objetos cortantes. A continuación, me dio a leer el reporte de las enfermeras en el que se constataba que las heridas estaban producidas –en todo el cuerpo- con una gran estaca de madera con la que había sufrido contusiones y magulladuras de diversa índole, sin saber –a ciencia cierta- si el brazo había sufrido algún tipo de luxación. Se le indicaba que debía de ir al Hospital más cercano para verificar si el brazo estaba bien o había sufrido algún tipo de rotura. Además de ir al puesto de policía que tenemos en Dandanda y dar parte de la violencia física que le habría infringido su marido.

En las zonas rurales de Zimbabue, la policía no tiene un excesivo celo en su trabajo profesional. Eran las 10:00 de la mañana y los dos policías de la Subestación que hay en Dandanda, estaban ya bastante afectados por los efectos etílicos en el bar de nuestra localidad. El encuentro iba a ser breve, puesto que el policía –con la excusa de no tener ningún medio de transporte- iba a invitar a Ethel a volver a casa y olvidar todo lo que le había pasado. El problema es que al estar «el Padre» presente, hizo como que escuchaba con atención la secuencia de los malos tratos sufridos. En un momento dado, «el Padre» le comunicó al policía que iba de paso por la casa en donde Ethel estaba viviendo y podrían «hablar» con el supuesto maltratador. Tras unos doce kilómetros de carretera sin asfaltar, la víctima y los dos policías quedaron en la carretera para continuar a pie el camino a la casa de Ethel. El sacerdote continuó su camino con la promesa de volver a recoger a los policías en el plazo de una hora. Al cabo de ese tiempo, encontró a los dos policías en la carretera principal, comunicándole que el «supuesto maltratador» se había marchado de la casa y Ethel había regresado a ella. Al llegar de nuevo a Dandanda, alguien conocido se acercó al coche, y contó a sus ocupantes que el marido de la víctima estaba allí. Pedí permiso para estar presente en el encuentro –en medio de la plaza pública-. Tras los tradicionales saludos africanos y las preguntas de rigor acerca de qué había pasado y viendo el estado de embriaguez de las fuerzas públicas del orden y la arrogancia del maltratador, decidí asumir un rol que nadie me había dado, consistente –ante la falta de justicia y de seguridad para la víctima en aquel lugar- en amenazar al susodicho con la misma violencia que el había ejercido con su mujer embarazada, si se volvía a producir en otra ocasión, y haciendo pública la amenaza delante de las fuerzas del orden- que refrendaron su apoyo a esta amenaza- y de toda la ciudadanía presente en aquel esperpéntico encuentro.

A los pocos días, me acerque a casa de Ethel y acordamos que en una hora volvería a recogerla para que pudiera ir al hospital y que le daría el dinero necesario para el transporte y las medicinas. Probablemente, el miedo, la presencia cercana del marido, el maltrato psicológico o qué se yo…hizo que cuando volví a recogerla, no había nadie en la casa…

Por la noche, mientras leía algunos correos y whatsapps…descubría que era el Día internacional contra la Violencia de Género. Y lloré en silencio, recordando a tantas Ethel, María, Concha, Inmaculada…que están sufriendo la falta de libertad y de vida, por la violencia producida por aquellos que creen poseer a una persona, incluso con el uso de la fuerza. Me arrepentí también de mi forma de reaccionar con el maltratador, pues supongo que Jesús habría obrado de otra manera. La violencia nunca es el camino, aun cuando en algunas realidades la justicia y la presencia de instituciones que puedan defender a los más débiles, sea una realidad aun en ciernes.