“De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”. (Is 2,4-5)

            Este texto se escribió, según los estudiosos de la Biblia, unos 8 siglos antes de Cristo. Siglo más, siglo menos, estamos ante un texto bíblico que tiene larga vida y la que le queda todavía. Las espadas y las lanzas se han perfeccionado tanto que han sido sustituidas por otras que matan más, mucho más. Y ya no distinguen entre niños, mujeres, ancianos, civiles, militares… Es igual. Matan “a todo dios” (perdonad la expresión, pero es del lenguaje popular y más expresiva que lo ‘políticamente correcto’, es decir: no es hipócrita).

            Todos los años, sin cansarse nunca, nos lo recuerda y repite la liturgia en Adviento. Porque todavía no lo hemos conseguido. Es un objetivo que siempre camina delante de nosotros, que lo perseguimos con ilusión y esperanza y que nunca lo adelantamos ni dejamos atrás hasta que desaparezca. Pero, gracias a Dios y a los artífices de la Paz (que también crecen), seguimos tras ese bello, más que bello, objetivo. Y algo vamos consiguiendo en la sociedad. Que todo lo que se emplea en las armas (el mayor presupuesto en prácticamente todos los Estados) se ‘desvíe’, se humanice en la Paz, en el progreso solidario de todos los pueblos, comenzando por los ‘empobrecidos’.

            Cuanto menos se gaste en armas, más nos humanizaremos. Aumento de armas y humanización es una quimera que mantienen los gobiernos y poderosos de este mundo y que, lamentablemente, aún lo aceptan gente normal y buena del pueblo. Un país con armas puede ser o será más poderoso, pero menos humano. La Paz es bella. La guerra, expresión de los más bajos instintos de la persona, sobre todo de los poderosos.

            Las armas dan miedo a todo el mundo, a los vecinos de al lado y a todos nosotros. Pero dan ‘poder’ a los que las tienen y poder y ‘dinero’ a quienes las producen. Por eso siguen – seguirán – vivitas y coleando.

            Decir esto es una obviedad -me parece- y corremos el riesgo de pensar que no tiene solución y que las armas seguirán creciendo y creciendo con mayor rapidez y mayor capacidad de matar y destruir. Porque tener armas, armarse, es tener poder, dominar, mandar… Ojalá nos equivocáramos.

            Pero el sueño y la esperanza de Isaías tampoco han fracasado y terminado. Ahí están. Ahí siguen animando a muchos, ciudadanos normales y pacíficos de corazón y de obras; grupos de diferentes religiones y de distintas maneras de pensar que se unen para colaborar en la construcción de la Paz posible y necesaria.

            Posible. Porque toda la humanidad queremos la Paz. Si la queremos, podemos. Solo los que quieren poder piensan en la guerra o para conservar ese poder o para llegar a tener más poder en y sobre el mundo. Triste deseo que hace añicos la convivencia y la fraternidad, la Paz.

            Necesaria. Para que la vida fluya serena, creciente. Para construir y no destruir. Para amar y no odiar ni olvidar a los que sufren cualquier tipo de guerra o de injusticia. La injusticia también es guerra, falta activa de Paz, olvido de los marginados o descartados. También esto es guerra. Por eso, la Paz es necesaria. Porque la guerra siempre mata y destruye. La Paz construye, defiende la vida y la dignifica.

            No la paz -con minúscula- que nace de la ‘victoria’, sino la Paz que nace de la solidaridad, del perdón, de la acogida… Esta Paz hace que seamos llamados “hijos de Dios” (Mt 5,6). Esa Paz con la que Jesús saludaba y que regalaba: “La Paz esté con vosotros” (Lc 24,36): “Os dejo la Paz, os doy mi Paz; no os la doy yo como la del mundo” (Jn 14,27). “Nos visitará el sol que viene de lo alto… para guiar nuestros pasos por el camino de la Paz” (Lc 1,79). El saludo del Resucitado: “La Paz con vosotros” (Jn 20,19.21.26) Y tantos textos más en todo el Evangelio.

            La paz nunca nos faltará si caminamos a la luz del Señor(Cfr. Is 2,5). Esa Paz que ya nos anunció el nacimiento del Señor: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,24).

                Si nos falta esperanza, recordemos: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).

                Y esta esperanza realizará el sueño de Isaías: “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”. (Is 2,4-5)

                Es Adviento. El Señor viene. Alimentemos la esperanza. Esa que no defrauda, si participamos en el juego salvador de ESPADAS O ARADOS; LANZAS O PODADERAS.