Hace unos días asistí a un concierto organizado por CADIS, la coordinadora de asociaciones de personas con discapacidad. Fue un gran concierto en el que participaron personas con diferentes discapacidades, voluntarios y trabajadores. Disfruté mucho de todo el acto. Pero lo que más llamó mi atención y me hizo reflexionar fue la imagen de una joven sentada en silla de ruedas. Su cuerpo estaba deteriorado y su mente no parecía estar en un estado muy eficiente. Sin embargo, se notaba claramente que estaba disfrutando de la música. Sus movimientos no tenían mucha agilidad, pero a su manera seguía el ritmo, en la medida de sus posibilidades.

Precisamente en esos días se había presentado, y admitido a trámite una propuesta para estudiar una ley que regule la eutanasia. El ver a esa joven disfrutando de la fiesta, me hizo relacionar la eutanasia y el aborto. Dos acciones por las que algunas personas se erigen en dueñas de la vida de otras. Y me pregunto que a cuantas personas se habrá negado la posibilidad de disfrutar de la vida y de todo lo que conlleva, por tener algún defecto descubierto ya en el seno materno. Y a veces sin siquiera defecto, quizá por problemas que en cierto momento pueden parecer insalvables.

Con la eutanasia puede suceder lo mismo. Me temo que puede ser un coladero por el que se vayan vidas que no deberían tener todavía un final. Escuchando una entrevista a una eminencia en cuidados paliativos en un hospital de Houston, decía que en España tenemos una mala imagen de lo que son estos cuidados. Que tenemos grandes profesionales en esta materia, pero que están infravalorados. Que necesitan mayor consideración por parte de todos y mayores medios imprescindibles para el desarrollo de su labor. El médico entrevistado decía que si funcionaban bien los cuidados paliativos, no sería necesaria la eutanasia. Muchas veces se relaciona esta con la muerte digna y parece que la eutanasia es la solución para morir dignamente. Yo creo que no. Morir dignamente es morir sin dolor, y hoy hay medios para ello, no eliminar la vida así por las buenas.

Eliminar una vida no tiene marcha atrás, así que procuremos conservar y valorar la de cada uno como un don de Dios, de la que somos beneficiarios y no dueños.