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Opinión

Isabel de Salas

El sentimiento que todo lo inunda

14 de noviembre de 2018
Vivir la fe cristiana tiene mucho de aceptación:

Aceptación de un Dios creador y de mi condición de criatura.

Aceptación de la paternidad de Dios, que implica que yo soy hijo.

Aceptación de la realidad salvadora y vivificante de la Iglesia a través de los sacramentos.

Aceptación de que Dios es el centro de la vida cristiana y se reconoce una objetividad de lo que la fe afirma y a la que el sujeto creyente se incorpora.

Sin embargo, en la cultura actual, el predominio del sentimiento y el bienestar emocional, está produciendo una vivencia falsa de la fe.

Se acepta, inconscientemente, que el centro de la vida cristiana es el hombre, su subjetividad que le lleva a aceptar las verdades de fe y los sacramentos «en tanto en cuanto le hagan sentir bien», rechazándolos en caso contrario.

La capacidad de «transformación emocional» de los sacramentos es lo menos importante. La Misa vale lo que vale objetivamente porque es el mismo sacrificio de la cruz, con independencia de cómo me sienta yo o de si me siento acogido por la comunidad o no.

Ciertamente somos personas y el sentimiento forma parte importante de nuestra vida, por eso no está mal que se busque, en cierto modo, atraer la vivencia de la fe por el sentimiento. Pero eso puede ser un gancho inicial que Dios permite para atraernos a Él, que puede ir seguido de una gran sequía o aridez espiritual. Muchos santos como Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa de Calcuta, pasaron años de aridez y sin ningún sentimiento. La clave de su perseverancia estaba en su deseo de servir a Dios como fin primero y principal a lo que todo lo demás se subordina. Su bienestar emocional era algo indiferente.

La Iglesia actual, la vida de las parroquias, la vida individual de cada cristiano, debe redirigirse a Dios, para volver a ponerlo en el centro, reconociendo el valor objetivo de los sacramentos y de las verdades de fe. La pastoral juvenil deberá buscar formas atractivas de mostrar la fe, que muchas veces se dirigirán al sentimiento como puerta de entrada, pero que no pueden quedarse ahí, porque la fe no se puede reducir a los «sentimientos de la fe».

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