José y Josefina, siguiendo la llamada de Juan Pablo II, marcharon hace 28 años con sus tres hijos a Guatemala. En su tierra de misión se enfrentaron a dificultades, incluso a peligros, pero hoy sonríen satisfechos por el fruto obtenido: conversiones, comunidades vivas y familias reconstruidas. Este es su testimonio:
«Somos José Aznar y mi esposa Josefina Montesinos. Pertenecemos a la primera comunidad del Camino Neocatecumenal de la parroquia de Santa Mónica de Zaragoza.
Trabajando en una importante multinacional y con un buen trabajo, nuestra vida era vacía y superficial, sin horizontes ni esperanza. Pero gracias al Camino nos hemos sentido tocados por el amor de Jesucristo a los pecadores. Esto cambió nuestra vida y nos llenó de un profundo agradecimiento a Dios. Cuando el papa Juan Pablo II hizo la llamada a anunciar el evangelio a todo el mundo, nos ofrecimos. Nos hizo el envío a la misión a Guatemala el 30 de diciembre de 1988 y el 21 de julio de 1989 partimos con nuestros tres hijos: Ana Cristina, de 20 años, Jose Alfredo, de 18, y María, de 10. Dejamos todo: país, trabajo, colegio, universidad, amigos y comunidad.
Fuimos enviados por monseñor Penados, arzobispo de Guatemala, a una zona muy extensa, de misión, donde comenzamos a anunciar el evangelio casa por casa. Gran parte de la zona estaba formada por comunidades de gente buscando dónde vivir. Además nos encontramos con una gran desintegración familiar y delincuencia juvenil en forma de maras, muy violentas. A mí me han asaltado, nos han robado varias veces en la casa dejándola vacía, a nuestro hijo José Alfredo le dispararon, no sabemos quién, estando a las puertas de la muerte.
Pero el Señor nos ha bendecido y consolado en medio de gran precariedad y tribulaciones. Nos ha permitido dar nuestra vida para anunciar a Jesucristo. Fruto de ello es, hoy, una gran parroquia (cerca de 130.000 habitantes) llena de comunidades del Camino y otras realidades, donde muchas familias se han reconstruido y muchos jóvenes han dejado la droga y la delincuencia. De todas formas, la misión de anunciar a Jesucristo es cada día necesaria, ya que sigue siendo una zona peligrosa con asesinatos, extorsiones y secuestros.
Por encima de todo, vivimos con un profundo agradecimiento al Señor que nos ha permitido participar del mandato del Señor: “Id y anunciad el Evangelio”.
Ya vamos siendo mayores. A punto de cumplir 75 años y mi esposa algo menos, pero el Señor nos mantiene jóvenes. Los hijos han regresado a España. Ya tenemos 13 nietos. Los echamos en falta, pero contentos viendo cómo sus padres les están transmitiendo la fe».