En Génesis 1,2 se relata la acción del Espíritu de Dios cuando afloró la luz en el universo y se pobló la tierra. Esta energía solo es el Imán del Amor. Todo está preñado de Espíritu. Es aliento de vida. Es vínculo universal en expansión.
El Espíritu es el maestro del despertar de la conciencia. La atracción hacia la fe no se impone por ley. Tampoco es adoctrinamiento (Jer.31-33). Su luz invade el ser y regala un bienestar desconocido por sintonía con la interioridad. Percibir esta grandeza aporta ánimo vital. El Espíritu, lo que toca lo hace con maestría. Siempre evoca creación, novedad, apertura, libertad. La personalización de la fe está en juego. El Espíritu se impone, sin imponerse.
El Espíritu de Dios ha sido revelado de muy diversas maneras a lo ancho y largo del mundo en muchos textos y biografías de todas las fes y creencias que jalonan los siglos.
Los Apóstoles, alfabetizados en Pentecostés, con el impacto de su
presencia se pusieron a difundir el Reinado de Dios; a Teilhard de Chardin se le reveló como energía intangible; fue gozo penetrante en Teresa de Jesús; presencia silenciosa en García Morente; música callada en Juan de la Cruz; deleite enamorado en el Cantar de los cantares; súplica vehemente en Dimas, el buen ladrón; fidelidad noble en Tomás Moro; horizonte de sentido en Víctor Frank; praxis de amor incondicional en Teresa de Calcuta; vivencia mística en el sufí Rumi; rescate marítimo de emigrantes en Luca Casarini; inspiración artística en Miguel Ángel; libertad de expresión en Margarita Porete; fuerza espiritual en Edith Stein; galardón radioactivo en Madame Curie; profundidad en el cineasta Roberto Benigni; divulgador de la cultura mapuche en Gastón Soublette; placer musical en Mozart, Bach, Beatles. Y un sin número de nombres -silenciados en este pequeño texto- que, por sentirse inspirados, han proyectado verdad, belleza, bondad afectando y trascendiendo todos los rincones de lo humano. Convengamos que suenan a Jesús, aunque algunos sean forasteros de nuestra tradición.
Lo que hay de Jesús en mí nadie lo puede realizar fuera de mi propio yo. El secreto del alma reside en la relación con mi cuerpo donde se configura mi ser, mi espíritu, mi estar aquí. No tengo otra materia que mi cuerpo para manifestar que Dios existe. La espiritualidad de la persona es biológica y está íntima y misteriosamente correlacionada con nuestra corporeidad. El Espíritu es nuestro íntimo confidente. Nos capacita para la trascendencia. Tiene su propia voz. Se hace presente. Susurra palabras de misericordia, de empatía, de amor. Siempre que me decanto por el bien, me abro camino dentro para escucharle sin nada que lo amortigüe. A cada cual toca amplificar este silbido interior sin quebrarlo. La voz de Dios que se escucha, aunque parezca incomprensible, atrae y alberga esperanza porque aporta densidad suficiente como para que me siga atrayendo. El Espíritu de Dios se impone sin imponerse como el ancla que mantiene fijo el barco en medio del oleaje.
Como bautizados vivimos inmersos en esta era del Espíritu y en ella estamos llamados al despertar de una nueva conciencia y de un nuevo estilo de Iglesia. Pascua, Ascensión y Pentecostés son herencia imperecedera del plan de Dios sobre la humanidad.
“Quien tenga oídos para oír que escuche”