Vieron dónde vivía y se quedaron con Él.
INTRODUCCIÓN
Mirar solo a Jesús ¿Qué vieron aquellos primeros discípulos? Estaban en el desierto y Jesús no tenía nada: ni fama, ni casa, ni dinero. Sólo su persona. ¡Nada más! Y ¡Nada menos! Algunos ya vamos siendo mayores. Muchos años, muchos días, muchas horas tenemos ya acumuladas en nuestra historia. Pero hay una hora que destaca por encima de todas: aquella hora que tuvimos la suerte de encontrarnos vitalmente con Jesús de Nazaret. El que ha vivido con intensidad “esa hora” no tiene por qué tener miedo a ninguna hora, ni siquiera a la última. “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 23).
TEXTOS BÍBLICOS
1ª Lectura: 1Sam. 3b10.19. 2ª Lectura: 1Cor. 6,13c-15ª.17-20.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,35-42):
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
REFLEXIÓN
Esta página del evangelio de Juan, da la impresión de que está escrita recientemente, de modo que la tinta no acaba de secarse. Así de actual, así de novedosa, así de bella. Podemos descubrir en ella: dos preguntas, una invitación y una constatación.
1.– Dos preguntas:
Pregunta de Jesús: ¿Qué buscáis? Como vemos, Jesús no pregunta por el tiempo, ni por la marca del coche, ni menos por el dinero que tenemos en la cartilla del banco. Jesús va al grano. Lo que le interesa es la vida. Y nos pregunta hoy a nosotros: Tú, ¿qué andas buscando en la vida? En dos palabras se ha metido dentro del corazón de cada persona. Porque la vida es zozobra, duda, inquietud, búsqueda. Porque tenemos muchas preguntas que no tienen respuesta; muchos problemas que no podemos solucionar; mucho dolor que no tiene alivio; en definitiva, todos tenemos un deseo inmenso de ser felices y nunca lo conseguimos. Somos eternos insatisfechos.
La pregunta de los discípulos: ¿Dónde vives? Es también muy interesante: Maestro, ¿dónde vives? Naturalmente que no se trataba de localizar el lugar de su residencia sino su estilo tan peculiar que llevaba Jesús. Podríamos decir: Maestro ¿por dónde se mueve tu vida? ¿En qué esfera divina te sitúas? ¿Qué es lo importante para ti? ¿En qué empleas el tiempo? ¿Qué ocurre en ti cuando pasas noches enteras en oración con el Padre?
2.– Una invitación: Venid y lo veréis.
A la pregunta de los discípulos, Jesús no contesta con normas, reglamentos, razones especulativas. Contesta con una invitación: VENID Y VERÉIS. Y ¿qué vieron? ¿Qué sintieron? ¿Qué palparon? ¿Qué experimentaron? El texto no dice nada. Pero lo que sucedió fue que, a medida que caía la tarde y el sol se iba ocultando por las montañas de Judea, cada vez se les hacía más difícil arrancarse de su PERSONA. Estamos en el desierto. Allí Jesús no podía ofrecer nada: ni casa ni apenas alimentos. En la desnudez del desierto sólo podía ofrecer su presencia, su cercanía, su hechizo, su misterio, su atracción irresistible. Por eso, “se quedaron con Él”. Los cristianos nos jugamos todo a una sola carta: Jesús. Cuando buscamos otra cosa nos equivocamos.
3.– Una constatación: Eran las cuatro de la tarde.
El que escribe este evangelio es Juan, un ancianito de muchos años. En su larga experiencia puede contarnos muchas cosas. Otras se le han olvidado. Pero conserva fresca la memoria para decirnos exactamente la hora en que Jesús le llamó. Esa hora ha dado sentido a todas las horas de su vida. En su ancianidad, todavía conserva el encanto de su mirada, la dulzura de sus palabras, la majestuosidad de su semblante, la armonía de su vida, la presión de su mano, el latido de su corazón y el estremecimiento de su ser con sólo pronunciar su nombre. A lo largo de nuestras vidas han pasado muchas horas, unas mejores y otras peores, pero lo que nunca podemos olvidar es esa hora en que Jesús nos miró y nos dijo: “Venid conmigo.” Es la hora que ha dado sentido a todas las demás horas de la vida.
PREGUNTAS
1.- ¿Qué voy buscando en la vida? ¿Estoy contento con lo que hago? Y esto que hago, ¿me realiza como persona?
2.- ¿Cuál es ahora mismo el Dios de mi vida? ¿El Dios de la ciencia o el Dios de la experiencia? Sé cosas de Dios, pero ¿He sentido gusto al estar con Él?
3.- ¿Cuál ha sido la hora más importante de mi vida? ¿Cuánto duró el tiempo que esa hora me hizo feliz?
Este evangelio, en verso, suena así:
San Juan presentó a Jesús
como divino «Cordero»,
y al oírlo, dos discípulos,
con ilusión, lo siguieron.
Jesús se fijó en los dos
y se quedaron, al verlo,
«seducidos», «fascinados»
por los ojos del Maestro.
«A las cuatro de la tarde»
tuvo lugar el «encuentro»:
En el «misterio» quedaron
palabras y sentimientos…
Toda vocación cristiana
es un «enamoramiento»:
una mirada, un «flechazo»,
un amor y un «seguimiento»…
Un buen día, en nuestra vida,
Jesús se acercó en silencio:
Sembró en nuestro corazón
la emoción del «primer beso».
Desde entonces, apostamos
por Jesús y por su Reino,
comulgamos con su «Pan»,
su «Palabra» y sus «Proyectos».
Hoy, felices, renovamos
con fe, nuestro amor primero.
¡Que Jesús ocupe siempre
la cumbre de nuestros sueños!
(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén