SALMO 56
Misericordia, Dios mío, que me hostigan,
me atacan y me acosan todo el día;
3 todo el día me hostigan mis enemigos,
me atacan en masa.
4 Levántame en el día terrible,
yo confío en ti.
5 En Dios, cuya promesa alabo,
en Dios confío y no temo:
¿qué podrá hacerme un mortal?
6 Todos los días discuten y planean
pensando sólo en mi daño;
7 buscan un sitio para espiarme,
acechan mis pasos y atentan contra mi vida.
8 Resérvalos para el desastre,
derriba con tu ira a los pueblos, oh Dios.
9 Anota en tu libro mi vida errante
recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío.
10 Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco,
y así sabré que eres mi Dios.
11 En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor, cuya promesa alabo,
12 en Dios confío y no temo:
¿qué podrá hacerme un hombre?
13 Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré con acción de gracias:
14 porque libraste mi alma de la muerte,
mis pies de la caída;
para que camine en presencia de Dios
a la luz de la vida
INTRODUCCION
Salmo de lamentación y súplica en la persecución. Un hombre agobiado invoca a Dios como testigo de la injusticia que sufre. Apela al juicio de Dios. Con su fe profunda descubre que una oración bañada en lágrimas va a tocar el corazón de Dios y se confía a Él. En este salmo habla la sed de justicia que ha abrasado el interior del hombre de todos los tiempos. Por eso hay que saber leerlo con toda reverencia relativizando los términos en que se expresa. La verdad última es que Dios sigue la pista de los sufrimientos y dolores humanos.
Desarrollo
La misericordia de Dios no sólo nos perdona los pecados del pasado sino que nos previene de los futuros. (2-4)
El salmista comienza con la palabra misericordia. El Dios de Israel no es un Dios insensible como los dioses paganos, sino extremadamente compasivo. Es ésta la riqueza de la fe judía. ¿Qué se entiende por misericordia? Existe una bella paráfrasis parenética del judaísmo: “Señor, sé tentación; pero si yo pecare sé misericordioso conmigo a fin de que yo me arrepienta”.
Cuando hablamos de la misericordia de Dios, se nos presenta una objeción: puesto que Dios es tan bueno, vamos a dedicarnos a pecar porque siempre nos perdona. Y esto supone que no hemos entendido nada el plan de Dios. La misericordia no sólo tiene una restauración cuando uno ha pecado, sino también ejerce un poder preventivo. Para no pecar, lo mejor es poner por delante de nosotros todo el amor misericordioso de Dios. Pensemos en el hijo pródigo. Después del trato tan exquisito que recibió del Padre, ¿volvería a irse de casa otra vez? Se fue de casa porque no había conocido la bondad y ternura del Padre. Se fue buscando la felicidad fuera de casa y cayó en la cuenta que la verdadera felicidad la tenía dentro de casa con un Padre tan maravilloso.
¿Qué podrá hacerme un mortal?” (v.5)
Ciertamente el hombre puede hacer mucho daño. Lo más terrible no es el elemento cósmico, sino la crueldad y violencia del hombre. “La naturaleza hiere pero no se ensaña, no carga de odio los golpes” (P. Schökel). Con todo, define el ser entero como mortal, como alguien limitado y finito. Y este hombre está en contraste con Dios: fuerza, vida, eternidad. Mientras el salmista está rodeado de “leones” que devoran (v.5) él está cobijado a la sombra de “unas alas” (v.2) Por eso decía Jesús: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo y ya no pueden hacer más” (Mt 10, 28).
¿Cómo puede haber personas tan deshumanizadas que sólo piensan en hacer el mal? (v.6)
Triste y lamentable situación la de algunas personas que tienen como programa de vida el pensar cómo hacer el mayor daño posible a las personas. Y, una vez conseguido, lo disfrutan, lo celebran. ¿Puede haber mayor desquiciamiento moral? Eso nunca sería capaz de hacer un animal. Qué contraste con la vida de Jesús de quien se dice que “pasó por la vida haciendo el bien”. Jesús ha venido a este mundo a liberarnos de la parte bestial que anida dentro de nosotros y darnos un “rostro humano”.
¿Qué hay en el fondo de la venganza? (v. 8)
En este versículo, ciertamente, se habla de ira y se pide venganza. Así como se guarda la cizaña hasta que llegue el fuego, aquí se pide a Dios que su ira reaccione contra los enemigos. Detrás de estas palabras duras hay un deseo de justicia de muchas vidas de hombres que han sufrido en sus carnes la opresión y la muerte injusta. El salmista quiere dejar claro que Dios no se ha desentendido de este mundo, que está vivo en la historia y que quiere que haya justicia sobre esta tierra.
“Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tú odre, Dios mío” (v. 9)
Este es el verso más bello del salmo. El P. Schökel lo traduce de esta manera: “¿Conducen las andanzas del hombre a alguna parte? Pues Dios va a registrarlas en un libro suyo, convirtiéndolas en trayectoria vital con sentido. ¿Para qué sirven las lágrimas? Desahogo del alma, solidaridad del cuerpo con la pena del espíritu. Dios va a recogerlas y almacenarlas como algo valioso, que hace suyo”.
Todas las andanzas, el océano inmenso de la humanidad entera, no se pierden para Dios. Cristo peregrinó con nosotros y oró con gemidos y lágrimas. “Él mezcló sus lágrimas con las nuestras, como una esencia que diluye su aroma en una masa de agua. Él consagró nuestras andanzas y lágrimas dándoles un valor nuevo, permanente” (A. Schökel). Dios sabe trasformar en bien todo lo que toca.
Las fuerzas del mal tienen que ceder. (v.10)
La derrota del enemigo injusto es una manifestación de poder y misericordia de Dios a favor del salmista. Los enemigos retroceden. Los que contemplan el triunfo de la justicia por la que han sentido sed y han rezado, ven que todo ha sido obra de Dios. Dios está vivo y presente en la historia de los hombres. Esta tierra no puede quedar más en dominio de los perversos.
Dios quiere que seamos agradecidos. (v,13)
El salmista ha hecho alguna promesa al Señor. Él está feliz de poder cumplirla. El salmista es agradecido y es feliz de poder ofrecerle a Dios un sacrificio de acción de gracias.
Todos nosotros estamos entrampados con Dios. Constantemente derrama beneficios sobre nosotros. La palabra gracias no debería caer de nuestros labios.
Qué hermosa es la vida para aquel que sabe siempre caminar con el Señor. (14)
Caminar en la presencia de Dios es la alternativa de las andanzas. Caín tenía que alejarse de la presencia de Dios para andar errante y sin destino. El orante devana su vida en presencia y compañía de Dios. El hombre sigue caminando en esta vida pero abierto a la trascendencia “en la presencia de Dios”. Ésta es la vida del orante: penas y alegrías; gozos y lágrimas, pero siempre en compañía de Dios.
En el salmo ha habido una ascensión. Del sufrimiento se ha pasado a la fe. De la fe, a la confianza. De la confianza al abandono total en Dios. Esta es la mística del hombre de todos los tiempos.
Este salmo nos invita a orar por la justicia. Ahora bien, una oración por la justicia debe estar respaldada por una vida preocupada por las injusticias del mundo. Una vida que no quede interrogada por el cúmulo de injusticias que cada día nos rodean, difícilmente puede hacer creíble su oración. Nos deben doler en carne viva todos los atropellos a inocentes. Nosotros debemos recoger el grito de los que sufren y ofrecerlo a Aquel que murió víctima de la injusticia más grande que ha cometido la historia: clavar en una Cruz al Santo de Dios.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
- A. Schökel: “Alabo la Palabra que se ha hecho carne débil y de esta manera ha hecho presente a Dios entre nosotros. En Él se apoya mi confianza a pesar de la carne ajena que me ataca; a pesar de la carne propia que me asedia y desanima. Por su resurrección me consta que está conmigo, puedo caminar aquí en su presencia, a su luz, y esperar la victoria definitiva de la vida sobre la muerte”.
- Jacob: “En el Antiguo Testamento la carne es siempre lo que distingue cualitativamente al hombre y lo diferencia de Dios, no en el sentido de un dualismo materia- espíritu, sino de una oposición entre la fuerza y la debilidad”.
Bonhoeffer: “Hay oscuridad en mí; en ti, en cambio, luz; estoy solo, pero tú no me abandonas; no tengo fuerza, pero tú eres mi ayuda; estoy inquieto, pero en ti está la paz; en mí hay amargura, en ti paciencia; no comprendo tus caminos, pero tú sabes cuál es mi senda” (en la navidad de 1943, en el campo de concentración nazi)
ACTUALIZACIÓN.
En estos momentos en que se nos vacían las Iglesias y nos acecha el pesimismo a los cristianos, es bueno recordar que hay mucha gente buena que trabaja por quitar la injusticia del mundo y por crear un nuevo modelo de hombre. Esta bondad no se ve porque el mal hace mucho ruido y el bien es silencioso. Este salmo nos anima a poner nuestra mirada en Dios Padre que sigue todos nuestros pasos.
“El odre era un saco de cuero en el que los nómadas del desierto llevaban el agua para el viaje. El salmista le pide a Dios que recoja en su propio odre las lágrimas derramadas por el salmista. Con otras palabras, las lágrimas del que lucha por la justicia se convierten en el agua que apaga la sed de un Dios peregrino que quiere una sociedad justa. Esta imagen también recuerda el modo en que los pastores contaban las ovejas: por cada una de ellas, metían una piedrecita en un saquito. Así pues, se le pide a Dios que no pierda ninguna de las lágrimas o gestos de quienes quieren la justicia” (José Bortolini).
PREGUNTAS.
1. ¿Vivo con paz, con gozo, con libertad… sabiendo que camino en la presencia del Señor?
2. ¿Sé anotar en el libro de mi comunidad todos los valores, cualidades y aspectos positivos de cada uno de mis hermanos)?
3. ¿Sé guardar en mi corazón las lágrimas de mis hermanos para mezclarlas con las mías en un gesto de solidaridad?
ORACIÓN
“Buscan un sitio para espiarme”
Señor, no me gusta que me espíen, que me controlen, que sigan mis pasos para sorprenderme en mis fallos y poder acusarme. Tú me has hecho libre y me has dado anchura para caminar. Y no es que quiera hacer mi capricho, mi gusto, abusando de mi libertad. Quiero vivir mi libertad con anchura de corazón. Quiero, sobre todo, vivir en el ancho y espacioso océano de tu amor. Quiero gozar de esa libertad que Tú me has conquistado.
“Anota en tu libro mi vida errante”
Mi vida errante es mi vida de peregrino con mis aciertos y mis errores, con mis luces y mis sombras. Mi vida errante es esta vida humana de penas y sufrimientos de gozos y esperanzas. Esta vida es la que yo quiero que tomes en tus manos y la peses en una balanza. Pero que seas Tú el Juez y no otra persona. Anota, suscribe, conserva mi vida en tu libro y dale un vistazo de vez en cuando. No me importa que leas mis fallos y mis errores. Lo importante es que Tú la mires con cariño. Escríbeme en tu libro. Méteme en tu libro. Llévame en tu libro. Tú eres un Dios que conviertes en amor todo lo que tocas.
“Recoge mis lágrimas en tu odre”