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Dios está en el cielo y ya no puede subir más alto. Por eso está siempre bajando, descendiendo, condescendiendo con nosotros.

Raúl Romero López
13 de septiembre de 2021

Salmo 144

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1 Bendito el Señor, mi roca,

que adiestra mis manos para el combate,

mis dedos para la pelea;

2 mi bienhechor, mi alcázar,

baluarte donde me pongo a salvo,

mi escudo y refugio,

que me somete los pueblos.

3 Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?,

¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?

4 El hombre es igual que un soplo;

sus días, una sombra que pasa.

5 Señor, inclina tu cielo y desciende,

toca los montes, y echarán humo,

6 fulmina el rayo y dispérsalos;

dispara tus saetas y desbarátalos.

7 Extiende la mano desde arriba:

defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,

de la mano de los extranjeros,

8 cuya boca dice falsedades,

cuya diestra jura en falso.

9 Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,

tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:

10 para ti que das la victoria a los reyes

y salvas a David, tu siervo.

Defiéndeme de la espada cruel,

11 sálvame de las manos de extranjeros;

cuya boca dice falsedades,

cuya diestra jura en falso.

12 Sean nuestros hijos un plantío

crecidos desde su adolescencia;

nuestras hijas sean columnas talladas,

estructuras de un templo;

13 que nuestros silos estén repletos

de frutos de toda especie;

que nuestros rebaños a millares

se multipliquen en las praderas,

14 y nuestros bueyes vengan cargados;

que no haya brecha ni aberturas,

ni alarma en nuestras plazas.

15 Dichoso el pueblo que esto tiene,

dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.

INTRODUCCIÓN

En este salmo están unidas dos composiciones de ritmo y tonos muy distintas. En la primera (1-11), un rey se dirige al Señor para darle gracias por los beneficios recibidos en el pasado y para pedirle, en el presente, que le libre de los enemigos. Las frases y expresiones que usa están tomadas de otros salmos, especialmente del 18.

En la segunda composición desarrolla el tema de la paz mesiánica en tres deliciosos cuadros. El primero representa a una familia con hijos vigorosos como árboles floridos, y con hijas parecidas a columnas angulares, es decir, ornamentales y elegantes de un palacio. De la familia se pasa al campo, con sus rebaños, graneros repletos y hermosos bueyes. El último cuadro está dedicado a la ciudad que no deberá temer las brechas de los invasores ni el grito de los heridos, los huérfanos y las víctimas (Comentario bíblico internacional).

Estas dos composiciones independientes fueron posteriormente unidas en la liturgia, para asociar la oración por el rey a la oración por todo el pueblo.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

¿Acaso Dios es un guerrero? (v.1).

Hubo un tiempo en Israel, -tiempo de teocracia- en el que se creía profundamente que Dios ayudaba a los reyes en las batallas. Esto hay que situarlo en un contexto histórico concreto. Poco a poco, a través de la historia, se va revelando el verdadero proyecto de Dios sobre la humanidad: “Convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra” (Is 2,4).

¿Qué es, en realidad, el hombre sin Dios? (v.3-4).

El salmista vuelve a recordar reflexiones ya hechas en otros salmos. Si las repite es porque le han impactado. Aquí hace alusión al contraste que existe entre la fragilidad del hombre y el interés y la preocupación de Dios por él. El hombre no es más que un soplo, una sombra que pasa. En cambio, Dios se fija en él, piensa en él, le ama y le cuida. Sólo Dios hace grande al hombre. El salmista no puede concebir un hombre sin Dios. El hombre sin Dios es el no-hombre. Es Dios el que nos da la vida, el movimiento y la razón de ser. “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

Dios está en el cielo y ya no puede subir más alto. Por eso siempre está bajando, descendiendo hacia nosotros (v. 5-6).

El salmista pide a Dios que descienda a través de una teofanía y le libere de los enemigos. Los elementos naturales del fuego y el rayo se convierten en saetas contra los adversarios. Notemos que el verbo descender se usa como término técnico para designar la condescendencia de Dios. Dios baja de su trono para liberar y favorecer al hombre.

“El Señor siguió diciendo: He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios” (Ex 3,7-8).

La máxima condescendencia de Dios tuvo lugar en la Encarnación de su hijo. Dios bajó hasta nosotros en persona para compartir con los hombres la peripecia humana.

Hay aguas de muerte y aguas que dan vida (v.7).

El salmista sigue pidiendo a Dios que le libre de una guerra de agresión, según la imagen usada por el ejército asirio: “Sabed que el Señor hará subir contra ellos las aguas del Éufrates, torrenciales e impetuosas… remontan las orillas, desbordan las riberas, invaden Judá, rebosan, crecen, alcanzan al cuello” (Is 8,7-8).

Frente a esas aguas malévolas, de los enemigos, existen en la Biblia las aguas arrolladoras de Dios dando vida. “La corriente de agua era ya un torrente… Por donde pasa ese torrente todo ser viviente que en él se mueve vivirá” (Ez 47,5.9). Siempre habrá en nuestra vida espiritual una invitación por parte de Dios, a dejarnos invadir por la corriente vivificante y vivificadora del Espíritu.

A Dios hay que cantar y tocar, pero siempre con el arpa del amor. (v.9).

Oigamos la sugerente interpretación que nos hace san Agustín del cántico nuevo y de las diez cuerdas. “El cántico nuevo es el cántico de la gracia; el cántico nuevo es el cántico del hombre nuevo; el cántico nuevo es el cántico del Nuevo Testamento. Pero, para que no creas que la gracia se aparta de la ley, siendo así que más bien la ley se cumple por la gracia, dice: con salterio de diez cuerdas te salmearé. Con salterio de diez cuerdas: con la ley de los diez mandamientos; con ella te salmearé, con ella te alegraré; con ella te cantaré el cántico nuevo, porque la plenitud o perfección de la ley es la caridad. Por lo tanto, quienes no tienen caridad pueden llevar el salterio, pero no pueden cantar”.

¡Bonita interpretación! En el Nuevo Testamento, todas las leyes se comprendían en la ley del amor. El que ama cumple toda la ley. Las leyes no hay que cumplirlas por pura obligación. Los que así obran no pueden cantar el cántico nuevo. El verdadero cristiano canta, goza y se deleita porque todo lo hace por amor, por agradar a Dios.

Para los cristianos, nuestro verdadero rey no es David, sino Cristo (v.10).

Aquí el salmista entona un cántico de acción de gracias porque el Señor ha defendido la dinastía davídica. Cada rey es un David y un siervo del Señor. A nosotros no se nos llama a encarnar la persona del rey David, sino la de Jesús. Cada cristiano debe ser otro Cristo, debe encarnar las actitudes profundas de Jesús en su vida concreta.

LAS TRES BENDICIONES

Bendición familiar (v.12).

El salmista presenta ahora a Dios los deseos del pueblo para el período de la postguerra: prosperidad para el pueblo fiel. Que dé a los jóvenes el precoz vigor y el rápido crecimiento de las buenas plantas, y a las hijas la hermosura poderosa de las piedras angulares que ornan los frontones del templo. Esta sería la bendición de la familia.

Bendición agrícola (v.13).

Los bueyes bien cargados hablan de la abundancia de una buena cosecha.

Esta abundancia de mieses se recoge en graneros. Todo es símbolo de una gran prosperidad material. Lo mismo hay que decir de la fecundidad de los animales. En estos versículos se habla de la bendición agrícola.

Bendición urbana (v.14).

Las brechas y aberturas en los edificios son señales de la guerra. La alarma suena cuando amenaza un peligro inminente. Cuando desaparecen todas estas señales de la guerra, se anuncia un período de paz. Una ciudad en paz será la bendición urbana.

Esta triple bendición: familiar, agrícola y urbana es el modo como el israelita dibuja el sueño de su vida. Gozar de estos bienes materiales bajo la mirada de Dios era meta a la que aspiraba el pueblo judío.

Nosotros, los cristianos, tenemos metas mucho más altas. Todas las bendiciones que Dios nos puede dar están acumuladas en una persona: la persona de Jesús de Nazaret. “Con Él, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones” (Ef 1,3).

Sólo Dios es la única fuente de toda felicidad (v. 5).

El salmista se ha reservado el versículo final para hablarnos de la clave de su felicidad. El pueblo no es feliz por el hecho de tener las bendiciones de Dios en esta vida, sino porque tiene al Dios que le bendice. Dios es la fuente de su felicidad. Una fuente que no cesa de manar ni de día ni de noche. Por eso su felicidad está asegurada.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (Jn. 8,23).

“También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn. 16,22).

“Ninguna cosa hay más alta que Dios, y ninguna más baja que el barro del que el hombre está hecho” (San Bernardo).

“Por muy avaro que seas, Dios te basta” (San Agustín).

“La felicidad es el arraigo en el amor. La felicidad originaria nos habla del principio del hombre, que surgió del amor. Y esto sucedió de modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte” (Juan Pablo II).

ACTUALIZACIÓN

Después de tanta lucha y tanta guerra, el salmista siente una sed ardiente de paz. Y lo dice de esta manera tan plástica: “que no haya brecha ni aberturas, ni alarma en nuestras plazas”. Quiere que desaparezca para siempre las señales de la guerra.

A través del coronavirus, todos hemos sufrido mucho. Algunos, más que otros. Hemos vivido una especie de “guerra sorda y oculta”. A través de las vacunas ya estamos viendo luz al final del túnel. Quisiéramos que se cerraran las heridas de la economía, de tantas pérdidas de trabajo, de tanto confinamiento, de tantos besos y abrazos robados. Queremos que caigan ya las mascarillas de nuestros rostros y nos podamos ver y reconocer como amigos, como hermanos. Deseamos que todas esas heridas se vayan cerrando poco a poco y podamos disfrutar de la vida y de la libertad que Dios nos ha dado.

Lo que no podremos nunca olvidar son a tantos seres queridos que han desaparecido; muchos de ellos en la más absoluta soledad. Recordaremos con cariño a tantos médicos y enfermeros, tantos voluntarios, tantos que han arriesgado sus vidas, y, de un modo especial, a los que han quedado sepultados en el surco cumpliendo su deber.  Seguiremos poniéndoles flores en sus tumbas y, los que tenemos fe, seguiremos rezando por ellos. Dentro de nuestro corazón excavaremos una especie de “capilla ardiente” donde estará siempre encendida la llama de nuestro cariño.

PREGUNTAS

1.- El cántico nuevo es el cántico del amor. ¿Acostumbro a cantar este cántico durante todo el día?

2.- ¿Es mi comunidad una ciudad de paz? ¿Me preocupa el vivir en paz para poder dar paz a los demás?

3.- ¿Cómo demuestro a los demás que con Dios se vive mejor? ¿Tengo experiencia de vivir feliz con Dios?

ORACIÓN

“Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?”

Señor, hoy quiero reflexionar ante ti sobre algo que me afecta profundamente. El tema de mi reflexión no está lejos ni fuera de mí; yo mismo soy el tema, yo mismo en mi condición humana. ¿Quién soy yo? El salmista dice que soy como un soplo, como una sombra que pasa.

Señor, mirándolo bien ¡qué poca cosa soy! Por eso te pido que quites de mí todo orgullo, toda arrogancia, toda autosuficiencia, toda vanidad. Quiero aceptarme en mi desnuda pequeñez. Pero hay algo que no me deja salir de mi asombro: siendo yo tan poca cosa ¿Por qué, Señor, ¿te fijas en mí? ¿Por qué te preocupas tanto de mis cosas? ¿Por qué estoy siempre presente en tu pensamiento? ¿Por qué?

“Dios mío, te cantaré un cántico nuevo”

El cántico nuevo no se canta con la garganta, sino con el corazón. El cántico nuevo es el cántico del amor, de la ilusión, de la entrega, de la generosidad.

El cántico del amor sólo lo conoce aquel que lo canta y aquel en cuyo honor se canta: el alma y Dios. El cántico del amor es un cántico esponsal, es el canto de los enamorados. El amor que aquí se canta no es el amor humano que, por ser humano, es limitado e imperfecto. El amor que aquí se canta es el amor divino que todo lo abarca, todo lo penetra, todo lo trasciende. El cántico nuevo es el cántico de la criatura enamorada de su Dios. Para él dedica su mejor música.

“Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor”

Dichoso el pueblo que sabe contar con Dios en todo lo que hace. Y cuenta con él porque tiene la experiencia de que, con Dios, todo le va bien. Dios, lejos de ser un freno, es una fuerza interior que le impulsa a obrar.

El pueblo es feliz sembrando campos, plantando viñas, guardando el ganado, criando hijos… Y todo bajo la mirada providente de Dios.

A la puesta del sol estos hombres y mujeres del pueblo se reúnen a dar gracias a Dios presente en sus vidas. Y se entregan a un descanso tranquilo sabiendo que no duerme ni descansa el guardián de Israel

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