Opinión

Pedro Escartín

Dar en el clavo

10 de noviembre de 2020

No me resigno a guardar silencio sobre la reciente encíclica del papa Francisco, pero sería un inconsciente, si pretendiera comentar un texto largo, profundo, complejo y actual como es Fratelli tutti. Me contentaré con animar a leerlo poco a poco, con la actitud de quien saborea unas palabras sabias e inspiradas por el Espíritu de Dios.

Para ello, he de decir alguna cosa sobre esta encíclica, de la que afirmo, sin miedo a equivocarme, que da en el clavo. En sus primeras páginas hay un diagnóstico del mundo en el que vivimos. No es complaciente y, sin embargo, el conjunto del texto no es una letanía de lamentos; es más bien una propuesta para «pensar y gestar un mundo abierto», en el que el «diálogo y la amistad social» sean el horizonte hacia el que caminar juntos el ciudadano de a pie, las religiones, que por su propia naturaleza están «al servicio de la fraternidad universal», y de un modo particular los responsables de la política, a los que les marca límites y les señala metas.

Los límites: sortear el engañoso atractivo de los “populismos” y de los “liberalismos”. Denuncia que tanto éstos como aquéllos impiden «pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas». La meta: perseguir «más la fecundidad que el éxito», lo cual reclama reconocer que hacer política no es para «lograr grandes éxitos, que a veces son imposibles», sino para cuidar a las personas, ya que cada una es inmensamente sagrada y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Ojalá los politólogos sean capaces de incorporar ese capítulo quinto sobre «la mejor política» en el bagaje de su saber.

He dicho que toda esta gran propuesta parte de un diagnóstico, que no deseo pasar por alto: «las sombras de un mundo cerrado». Entre ellas, Francisco señala con dolor que vivimos en una época en la que los grandes sueños «se rompen en pedazos». Se refiere expresamente a lo que está ocurriendo con el gran sueño, surgido después de la hecatombe de la segunda Guerra Mundial, el sueño de «una Europa unida, capaz de
reconocer raíces comunes y de alegrarse con la diversidad que la habita», y el sueño del «anhelo de una integración latinoamericana». Piensa que «la historia da muestras de estar volviendo atrás», porque frente a esos grandes proyectos, florece cada día la tendencia a “de-construir”, a empezar de cero, dejando únicamente en pie «la necesidad de consumir sin límites».

Por ello, marca unos deberes a la generación presente: «hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún». Porque el amor, la justicia y la solidaridad «no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día».

Al leer esta última frase, he recordado a Benedicto XVI, que en su encíclica sobre la esperanza, ya advirtió que las grandes decisiones de la historia tomadas por los que nos precedieron nunca están a salvo, sino que han de ser revalidadas cada día por cada nueva generación. Francisco ha dado en el clavo al recordarnos que estamos en una encrucijada histórica, que obliga a tomar conciencia y decisiones a favor de una nueva “fraternidad” y “amistad social”. Tal es el reto ante el que nos sitúa, y deberíamos agradecérselo.

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