El prelado de la diócesis de Barbastro-Monzón, D. Ángel Pérez Pueyo, recuerda el «pastoreo fecundo» de su predecesor en una diócesis a la que dio «lo mejor de su quehacer sacerdotal y episcopal». En unas palabras escritas «de hermano a hermano», destaca el «corazón maternal» de un obispo que supo servir «a todos y cada uno» con humildad, sencillez y mansedumbre.
Haciendo mías las palabras del libro de la Sabiduría —“era yo un muchacho de buen natural, me tocó en suerte un alma buena”—, quisiera comenzar estas breves palabras, de hermano a hermano. Las palabras del libro de la Sabiduría retratan muy fielmente la persona de mi hermano, nuestro obispo, Don Alfonso, al que yo conocí siendo seminarista en Ejea y él, delegado del Junior. Allí yo me sentí tan identificado con su estilo pastoral, que para mí fue siempre un referente y un modelo, primero como cura y, después, como obispo. En estas palabras no sé si lo que proyecto son mis anhelos o realmente lo que yo destaco en su vida y en su ministerio.
En primer lugar, su bondad natural, potenciada por y con su vida de fe. Sobre todo, un gran creyente, un celoso sacerdote, un buen pastor, cuyo corazón maternal latía con especial sensibilidad a los más desfavorecidos.
Cómo no destacar su sencillez, su humidad, su mansedumbre, de la que todos nos beneficiábamos. Siempre me admiró ese halo de serenidad que despedía en todo momento y situación, y me recordaba aquella propuesta de Jesús: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”.
Identificado con su diócesis, la única que pastoreó como titular y de la cual acabó siendo emérito. Cómo me gustaría también a mí. Porque, así, siempre seremos obispos de esta noble y gran Iglesia de Barbastro-Monzón, misionera y martirial.
En estos días, muchos de vosotros habéis compartido conmigo la verdad de esto que acabo de expresar: esa bondad, esa sencillez, ese anhelo de servir a todos y cada uno, y de hacer suyas sus inquietudes y proyectos, sus problemas, las alegrías y las tristezas.
Siempre “estaba”. Esta palabra para mí es clave. Estaba cuando lo buscabas, estaba cuando lo necesitabas. Es decir, supo estar y ser transparencia del Buen Pastor. Estos diez años han sido suficientes para plasmar, con su vida sencilla, un pastoreo fecundo en esta diócesis a la que ha dedicado lo mejor, lo mejor de su quehacer sacerdotal y episcopal.
Su lema: “Yo en ellos y Tú en mí”, entresacado precisamente de Jn 17,23, refleja el alma de este hombre, de este pastor al que nosotros queremos tanto. “Tú en mí”, es decir, intimidad con el Señor, “para que yo pueda ser en ellos” entrega y generosidad pastoral. Supo lograr un triángulo perfecto: Tú, ellos y yo.
Pastor rural, cura de pueblo, que supo ser cura del corazón de todos sus feligreses. Descanse en paz este sacerdote cabal.