Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad – C – (15/06/2025)
Los judíos que convivieron con Jesús en esta tierra se vieron obligados a poner en crisis su fe estrictamente monoteísta cuando, en la fiesta de la Dedicación, le oyeron decir: «Yo y el Padre somos Uno». Entonces quisieron apedrearlo como blasfemo y Jesús apeló a «las obras que hago en nombre de mi Padre; ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn 10, 25-30). Los cristianos también hemos visto cuestionada nuestra fe en el Padre y en Jesucristo, su Hijo, al escuchar lo que Jesús ha dicho en el evangelio de hoy: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena …, pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará». Si no era fácil confesar la presencia del Hijo junto al Dios eterno, Jesús nos impulsa a confesar también la presencia del Espíritu junto al Padre y al Hijo, «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria», como proclamamos con la fe de la Iglesia. Es el misterio de la Santísima Trinidad, que hoy celebramos y sobre el que quiero hablar con Jesús mientras tomamos café…
– No te esfuerces en preguntar, pues ya leo perplejidad e interrogantes en tu rostro -me ha dicho amablemente-. A primera vista el misterio de Dios os parece incomprensible: tres personas distintas y un solo Dios verdadero, como dice el Catecismo; pero créeme si te digo que es un misterio más entrañable de lo que pensáis.
– Pues te agradeceré que me lo expliques, porque te confieso que lo afirmo porque me lo propone la Iglesia, que, como buena madre, me ha engendrado en la fe y me ha educado en ella, pero reconozco la perplejidad que el misterio de la santa Trinidad me produce…
Jesús me ha mirado con condescendencia y, después de tomar un sorbo de café me ha dicho:
– Recuerda que pronto se cumplirán catorce siglos de la explicación que os ofreció el sexto Concilio de Toledo, cuando dijo que vuestro Dios «es uno solo, pero no solitario». La santa Trinidad de Dios os descubre el amor que el Padre os tiene, «porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». Como dije a Nicodemo, cuando aquella noche vino a hablar conmigo, para comprender esto es preciso nacer de nuevo, y entonces añadí: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 1 ss.) Para nacer del agua del bautismo hay que creer, y para creer hay que dejarse conducir por el Espíritu del Padre y del Hijo. ¿Me sigues?
– Sí y entiendo que nuestro Padre no es un Dios impasible y solitario, sino que existe como familia unida por el amor, por la entrega mutua y por el intercambio de operaciones sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros -he respondido con mi taza de café en las manos que, por cierto, se estaba enfriando al haberme mantenido pendiente de sus palabras-.
– Así es: el Padre os ama con bondad misericordiosa, yo que soy su Hijo acepto entregarme hasta el extremo para que tengáis vida, y el Espíritu os guía para que descubráis y gocéis plenamente de esta verdad. ¿No es más consolador que incomprensible?
– Sin duda, y hoy rezaré por los que que dedican su vida a contemplar este misterio, como hizo Santa Catalina de Siena entre otros muchos -he concluido-.